Opinión 3.0


Patria: México

AB ORIGINE

Una idea de patria con soberanía y libre determinación en sus relaciones internacionales, tan interiorizada en la escuela tradicional, hoy es muy confusa: en lo político, parece más un botín que se entrega a quien la compre y en lo social a duras penas encuentra lugar en el folclor y la añoranza.

​El encuentro y unificación de culturas particulares en una cultura universal de alcance mundial es tendencia característica de la modernidad; una cultura en la que podrían participar todas las culturas particulares y permitir una comunicación universal que, sin embargo, ha resultado de la dominación y la violencia y no de la comunicación libre y racional (Villoro, 2014).

​Este panorama ha devenido búsquedas que ayuden en la definición de valores, a menudo insustituibles, y particularidades culturales, su derecho a la supervivencia y la defensa de identidad nacional y étnica, por más que éstas ni se desarrollen en iguales circunstancias ni se nutran de lo mismo.

​Si la pluralidad de las culturas preserva la autenticidad y singularidad de cada pueblo y aseguramos que la tendencia a la universalidad religa a la humanidad, la riqueza y complejidad de las diversidades históricas se oponen a la homogeneidad cultural, lo que nos coloca frente a un conflicto de valores: por una parte, la tendencia a la universalidad nos exige relaciones interculturales donde quepan todas las sociedades culturalmente diferenciadas y, por la otra, nos exigimos claridad en las particularidades que nos dan identidad étnica; es decir, un sentido firme de nacionalidad. Mas si el país tiende a una forma única de nacionalidad, qué vale más:
¿universalizar o particularizar? Hay aquí un conflicto, indudablemente, pero no un dilema, al menos no un dilema general ni voluntario, sino inducido.

​Ninguna persona puede asumir su nacionalidad sin vincularse, de cerca o de lejos, con una idea de pertenencia a un grupo étnico específico; luego nadie podrá asumirse miembro de un pueblo indígena sin el derecho implícito a la nacionalidad, ésa que usurpan quienes la usufructúan en su beneficio.

Por ejemplo: la proliferación de imágenes mexicanistas, charros, chinas poblanas, ballets con danzantes emplumados, indias y sanjuandiegos, en aras de hacernos visibles es un efecto de una cultura que tiende a lo universal, pero que nos deja invisibles. La música mexicana en manos de expositores formales, que cuando la maquillan para imponerle lindo rostro, la etiquetan para ponerle precio, acentúa el conflicto y lo hace insuperable, pero desvanece el dilema a la categoría de rol; un rol que nos exige una concentración más profunda en el papel que, como nacionales o como indígenas con identidad étnica, nos corresponde y sumimos, si queremos desvanecer también la confusión.

Cantantes como Lila Downs, los folcloristas y los músicos “tradicionales” (que dejan de serlo justo cuando así se hacen llamar), las cocineras que exhiben “su gastronomía” fuera del pueblo al tiempo que niegan a las mujeres que se quedan a resguardar lo verdadero de la tradición, o los cantadores de la pirekua como un producto de interés, han hecho fortuna de esta práctica “cultural” que exhibe “lo mexicano” y agudiza la confusión.

​El dilema se complica con la adquisición del conflicto cuando la sociedad que no identifica su rol (porque no sabe hacerlo) asume el que le venden, o aprovecha el conflicto para poner a la venta, mientras nadie le exija cuentas, elementos de la identidad indígena que la indiferencia social le permite saquear.

4 septiembre, 2017
Notas Relacionadas
Ver más
Ir a todas las notas
×

×