[…] la universidad sin condición
no se sitúa necesaria ni exclusivamente
en el recinto de lo que se denomina hoy la universidad.
No está necesaria, exclusiva, ni ejemplarmente
representada en la figura del profesor.
Tiene lugar, busca su lugar en todas partes
en donde la incondicionalidad puede enunciarse.
Jacques Derrida, Universidad sin condición, Trotta, 2002:79).
Estamos frente a una quiebra universitaria largamente anunciada, no sólo de la Casa de Hidalgo, sino de muchas Universidades públicas de México, por falta de gestión puntual y expedita, ausencia de probo manejo de sus recursos, o por designios del Banco Mundial, que ayer, en blanco y negro, en el recetario recomendado a Michel Temer, presidente de Brasil, recomienda el fin de la gratuidad en las Universidades Públicas, una medida que promueve la privatización de la educación pública superior, además de reducir los salarios de los empleados públicos y acelerar la reforma previsional en Brasil, para reducir el gasto público. “Un ajuste justo”, en el que afirma que el estado brasileño gasta mal sus recursos beneficiando a la parte más privilegiada de la población, sin lograr reducir con éxito la desigualdad y la pobreza. Donde lo que más destaca es que “el concepto de derechos adquiridos debe ser revisado”.
A todos los excelentes y críticos artículos de brillantes colegas nicolaitas, como David Pavón y Eduardo Nava, permítanme agregar que existe otro problema estructural de gran calado: la ausencia de una Autonomía Real (con la complicidad a veces hasta de la “izquierda combativa”), que desde antaño hace de Rectoría un cargo más del Gabinete Legal del gobierno y el partido en turno, y cuya consecuencia es el sometimiento de la Universidad a una especie de indigno decálogo: 1) servilismo; 2) sometimiento a las políticas electoreras; 3) opacidad administrativa; 4) nepotismo; 5) autoritarismo; 6) conflicto de interés; 7) políticas dinásticas; 8) patrimonialismo; 9) tráfico de influencias y 10) hasta políticas sexuales.
Una oscura realidad que en momentos críticos exige rescatar una luz en el abrupto sendero, a través de evocar la “Universidad sin condición” del filósofo francés Jacques Derrida. Una Universidad Autónoma, democrática, dedicada a la verdad y verdadera.
Derrida, el filósofo identificado mundialmente por su pensamiento de la “deconstrucción”, concebida como ley de un proceso que afecta lo ideológico, político, jurídico, económico, que deshace presupuestos, perturba instituciones, denuncia arcaicos residuos, para pensar la cultura, las instituciones, las tradiciones y producir acontecimientos. Una deconstrucción que es política, conforme a las exigencias de la deconstrucción. Porque la deconstrucción es la resistencia al poder usurpador.
Teniendo presente la deconstrucción, Derrida pronuncia una conferencia en inglés en la Universidad de Stanford, California. (Abril de 1958), en el marco de las “presidencial lectures”, cuyo título original era “El porvenir de la profesión o Universidad sin condición” (Derrida, Universidad sin condición, Madrid, Trotta, 2002), que consideró una profesión de fe de un profesor que pidiera perdón para ser infiel a las costumbres. Un texto declarativo, cual profesión de fe en la universidad y las humanidades del mañana.
Su tesis central: la universidad moderna debería ser sin condición. Moderna porque su modelo europeo, luego de su historia medieval, se realiza en los países democráticos.
Una universidad que debería reconocer una libertad incondicional de cuestionamiento y proposición, además del derecho a decir públicamente lo que exige la investigación, el saber y el pensamiento de la verdad. La verdad que permite encontrarse con la luz (Lux), símbolo de muchas universidades, por su compromiso ilimitado con la verdad, tema privilegiado de discusión.
Porque la cuestión de la verdad y la luz (Aufklärung, Ilustración), implican al hombre, que funda el humanismo y las humanidades. La declaración de los derechos del hombre (1948) y la institución del concepto de “crimen contra la humanidad” (1945), que pertenecen a la mundialización y al derecho internacional. Una red conceptual de los derechos del hombre que organiza la mundialización, que aspira a una humanización. Un concepto de hombre que sólo se puede discutir y reelaborar en el ámbito de unas nuevas humanidades, para encontrar un nuevo espacio público transfigurado por las nuevas técnicas de comunicación y producción de saber.
Pero la universidad sin condición no existe de facto, es un lugar posible de resistencia frente a todos los poderes de apropiación dogmáticos e injustos, para producir acontecimientos: escribiendo, para que le ocurra algo al concepto de verdad o de humanidad que conforma la profesión de fe de toda universidad.
El principio de resistencia incondicional es un derecho que toda universidad debe inventar y plantear, a través de las nuevas humanidades. Una resistencia, que por ser incondicional, puede oponer la universidad a un gran número de poderes: estatales, mediáticos, políticos, económicos, ideológicos, religiosos y culturales, que limitan la democracia.
La universidad debe ser el lugar donde todo puede ser cuestionado y todo puede ser dicho: la democracia, la crítica, como crítica teórica y pensamiento activo. La universidad sin condición es el derecho a decirlo todo y publicarlo en el espacio público, que es el vínculo de filiación de las nuevas humanidades con la época de las Luces.
La universidad sin condición, que es un principio de jure (de derecho y de ley), la fuerza invencible de la universidad, no siempre la hacen efectiva los universitarios, lo que la hace vulnerable, impotente y frágil ante la dominación que la secuestra, la sitia y trata de apropiársela para despojarla de sus poderes reales.
Y es que como la esencia de la universidad es opuesta al poder en su faz de dominación y usurpación, a veces parece carente de poder propio. Porque la universidad, para ser tal, debe ser radicalmente independiente. Pero como no acepta que se le pongan condiciones, a veces es una pobre ciudadela expuesta a ser tomada y a rendirse ante los “poderes” usurpadores, también sin condición. Entonces se vende al mejor postor, cede a ser invadida, convertirse en refugio de políticos en desgracia, tugurio de mercenarios al servicio de tenebrosos intereses, y en el mejor de los casos, sucursal de consorcios privados y firmas internacionales.
Y dentro de la lógica industrial y comercial las humanidades son las más expuestas a convertirse en rehenes de los departamentos de ciencia aplicada, pues concentran las inversiones rentables de capitales ajenos a la academia y la verdad. En este bruno horizonte ¿la universidad puede afirmar su soberanía incondicional, sin rendirse y permitir que se la venda a cualquier precio?
Para ello es preciso consolidar una fuerza de resistencia y disidencia, que también emprenda una crítica del concepto de soberanía, sin hacer peligrar la independencia de la universidad (una forma particular de soberanía). La deconstrucción, que es la resistencia al poder usurpador, tiene un lugar privilegiado en las humanidades, porque se origina en ellas. Por ello, la deconstrucción tiene un lugar preponderante en la universidad y en las humanidades como lugar de resistencia irredenta, de disidencia en nombre de una ley y una justicia del pensamiento superior a las leyes violentadas y a la inteligencia burlada.
Como la universidad a distancia, donde todo pueda ser cuestionado y ser dicho y escrito en el espacio más público que ha tenido la humanidad: el ciberespacio. Una diferencia radical que la diferencia de todas las demás universidades. Una universidad sin condición que no existe, pero que de manera verosímil se asemeja a la Universidad a Distancia, porque también resiste al autoritarismo y al poder dogmático, para poder producir acontecimientos dialogando y escribiendo, en bien del conocimiento, la convivencia democrática, la verdad y la humanidad.