Habiendo iniciado oficialmente la carrera, en espectacular lodazal, por la Silla Presidencial, en un país desestructurado y con la firme convicción de que cuando las leyes conducen al caos, el país debe ponerse en alerta máxima, es tiempo de volver a las preguntas más elementales: ¿La educación pública debe ser nacionalista? ¿Cómo resolver el dilema entre globalización y nacionalismo?.
Se asume que el nacionalismo implica, identidad territorial, historia cultural, etnicidad y políticas gubernamentales que integren el entramado complejo que encierra el concepto de nación; así mismo, está demostrado que, en tiempo de crisis interna, el nacionalismo rompe fronteras territoriales y se extiende como una forma de conciencia social.
Por otro lado, el ideal del pensamiento neoliberal fue que la globalización económica debería borrar fronteras territoriales para hacer efectivo el principio de que el capital financiero y los mercados de bienes y servicios no reconocen nacionalidades.
A partir de este principio, con la regulación de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) se crea la Comunidad Económica Europea y se firma el Acuerdo de Bolonia para regular la expedición de títulos universitarios y controlar el mercado laboral. De esta experiencia deriva el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, hoy tan cuestionado por el infame presidente norteamericano Donald Trump.
Siguiendo esta lógica del mercado, el presente sexenio abrió con las llamadas reformas estructurales, con la complicidad acrítica de todos los partidos políticos, y cuyo resultado vuelve a ser una crisis recurrente similar a la de principios de los noventa, cuando dio inicio el discurso neoliberal y globalizador.
Desde entonces la educación ha estado en el ojo del huracán, puesto que se le ha considerado como una de las vetas más importantes de la economía en la medida en que, al menos en nuestro país, con poca inversión se pueden generar amplias ganancias, con las famosas escuelas patito, tan poco, o nada, cuestionadas por la llamada reforma educativa.
La sumisión nos hace guardar silencio sobre esta situación, de ahí que sea hasta impertinente plantear la siguiente pregunta ¿Por qué existen discrepancias entre los postulados de las teorías económicas corporativas sobre educación (BM, FMI, OCDE) y los resultados de las investigaciones educativas, hechas directamente, en contextos socioculturales específicos y en condiciones de investigación y de prácticas escolares no siempre favorables desde el interés institucional?
Una respuesta aplausible es que los intereses corporativos, asociados a los lineamientos de desarrollo internacional, aunque sean revestidos de un discurso nacionalista, no siempre cuadran con los resultados de los investigadores no alineados con la rectoría de dichos organismos internacionales, por la diferencia de intereses sociopoliticos y teóricos; otra respuesta tendría que estar relacionada con la ética y la vocación de servicio social tanto en el plano individual como en el institucional. Habrá más respuestas, sin lugar a dudas.
Volviendo al tema de inicio de este escrito, lo largo de los meses siguientes escucharemos hasta el hartazgo temas de educación, economía de mercado, nacionalismo, fortaleza insitucional, tratando, con ello, de silenciar las verdaderas condiciones de vida de la mayoría de los mexicanos; más de un funcionario y candidato se desgarrará las vestiduras en nombre de la inseguridad, la necesaria intervención militar en la vida civil, la lucha y las alianzas con la delincuencia organizada con fines políticos y propagandísticos, etc.
Y al final, con la población sometida a los designios insensibles de los intereses partidistas, habremos de susurrar que la vida nos va enseñando que existe un abismo cósmico entre aquellos que se proclaman como funcionarios para el servicio público y aquellos otros que están para servirse del bien público. Estos últimos suelen ser amigos o compadres o serviles tapahoyos de algún funcionario de mayor rango cuya misión suprema es la salvaguarda de la institucionalidad democrática y de los sentimientos nacionalistas, así se encuentren bajo el yugo del capitalismo salvaje y apátrida.
Solamente queda una pregunta por hacer ¿la democracia mexicana se encuentra en riesgo ante el avance desenfrenado de la inseguridad, la corrupción y las condiciones económicas y laborales de más de la mitad de la población?
¿A quién le importa?