Nahuatzen, un pueblo que se incendia pero que camina; el legado de David

Por: Francisco J. Torres

Poco a poco se construye y se reafirma la historia de un pueblo. Así lo evocó el sacerdote en misa de cuerpo presente: “los indígenas debemos luchar con nuestros legados, la mejor herencia de nuestros antepasados es la palabra, apostémosle al diálogo, dejemos la justicia para las instituciones encargadas de hacer justicia“.

“Van dos presidentes de Nahuatzen que han matado. La ocasión anterior vinieron a decirnos que se haría justicia, que se aplicaría todo el peso de La Ley”.

“Los apagafuegos vienen, apagan el fuego, y se van”.

“El pueblo sigue esperando que se aplique la justicia como se comprometieron en aquella ocasión. Van dos presidentes”.

“Pero nosotros optamos por el diálogo. Ojalá haya sabido explicarme”.

Arde El Pilón, es el cerro más alto que tiene Nahuatzen, el cuarto más alto de todo el estado. Su caprichosa orografía con pendientes promedio de 65 grados y un barranco formado de peñascos hacen difíciles las tareas de control del fuego. Van nueve días del incendio, más de la mitad del bosque que existe en el viejo cono volcánico humea.

Nahutzen está sufriendo, se reduce su medio ambiente y miles de animales silvestres han muerto calcinados. Simultáneamente el pueblo lamenta la muerte de un presidente, de un joven, de un político con poca trayectoria pero de gran empatía.

Es claro que el pueblo también sabe tener aprecio por ciertos personajes políticos. No todo el pueblo los desprecia.

David Otlica no debe ser recordado como un mártir. Ya lo dijo el cura, estaba tan joven que su legado como funcionario público apenas comenzaba a notarse…

El legado fue un camino hacia la unión. David hizo notorio que un pueblo tiene causas en común: la unidad, el sentimiento de dolor que nos ayuda a reconocernos como humanos.

También hay odio, repudio de la saña con que le dieron muerte, la gente en este pueblo no quiere que en un municipio humilde ocurran delitos de este tipo, ni de ningún otro. El anhelo de paz y tranquilidad es generalizado, en propios y en extranjeros, fue evidente con todas las personas que llenaron el panteón y las calles para despedir a un apreciado presidente que solo una vez pudo sesionar en el palacio municipal, una sesión solemne de cuerpo presente.

“¡David vive, la lucha sigue!”, así se gritaba la arenga a voz en cuello durante la guardia de honor.

Entre las aceras de tres cuadras se apretaba la vente para para pasar, la pompa funébre era digna de un hijo distinguido de Nahuazten, distinción que le da un pueblo, no un papel. Con los pies por delante, sí, pero cargado en hombros por su gente, como los grandes.

El pan de cada día

En el portal de la presidencia gente de Turícuaro ofreció carnitas para comer, a un costado hay más cazuelas de comida que ofrecieron un grupo de personas que se organizaron para aportar una parte de alimentos; cruzando la calle, sobre una carretilla de madera y ejes de metal descansaban otras cazuelas grandes de comida.

Miles de personas a las que había que ofrecer alimento. En este pueblo cuando hay un difunto la gente obsequia a la familia en luto un kilo, de azúcar, de arroz, de frijol o de piloncillo para endulzar el café. También les llevan alguna cajetilla de cigarros o tequila para palear el frío de la madrugada. En usos y costumbres es “llevar el kilo”. Hoy todo el pueblo se convirtió en una sola familia, por eso los sagrados alimentos de ‘coperacha’ se ofrecieron en la plaza del pueblo.

Esos son los verdaderos sentimientos de los indígenas. El legado cultural, la historia compartida, lo que nos identifica, lo que no se debe olvidar.