Tzurumútaro, Michoacán.- Las velas y el resplandor de las flores de cempasúchil alegran el panteón de la localidad de Tzurumútaro, en el municipio de Pátzcuaro, uno de los pueblos donde
la celebración de la Noche de Ánimas, mantiene mayor arraigo desde épocas ancestrales.
Don Raúl Talavera llegó con su familia a velar a tres de sus muertos, entre esos, su padre.
En cuatro horas adornaron dos sepulturas con pétalos, mazorcas y veladoras; después colocaron las ofrendas: mirra, tamales, fruta, pan y refresco, para complacer los caprichos de sus difuntos.
Raúl aprendió desde niño a adornar con elementos tradicionales las tumbas de sus seres queridos. De pequeño, solía acompañar a su papá a velar a su abuelo, hoy vela a su padre y en un futuro, cuando muera, anhela que sus hijos lo esperen con el mismo fervor.
“Venimos con devoción, pero más que nada con la esperanza de que ellos nos visiten esta noche. Esta tradición no se puede dejar, porque no podemos olvidar a nuestros difuntos, no podemos dejarlos olvidados, Tenemos que recordarlos por siempre.
Mientras niñas y niños caminan entre las tumbas pidiendo su calaverita,
Doña Rosa María Medina guarda silencio junto a la sepultura de su hija y su suegra, a quienes con mucho esfuerzo, vela esta noche.
“Es un gasto fuerte que hacemos, la cera y las flores están muy caras, pero hacemos el deber por el amor y el cariño que les tenemos, por ellos estamos aquí, y para que no se acaben estas tradiciones”, comparte la mujer.
De acuerdo a la cosmovisión purépecha, desde el primer minuto del 02 de noviembre las puertas del inframundo se abren para que las ánimas se reencuentren con sus familias, una ocasión que también une a los vivos.
“Me da gusto, convivo con mis hermanos, mi papá, mi esposa, es bonito el convivio, la plática, las bromas. Esto nos une a todos y llega más familia, nos saludamos. Creo que mi mamá ha de sentir bonito vernos juntos”, afirma Juan Fernando Onofre, quién viajó desde Jalisco para velar a su mamá.
Atraídos por la colorida ceremonia, turistas de todas partes del mundo arribaron por montones al camposanto de Tzurumútaro.
Laura Garcés, una joven colombiana, enfrentó la reciente pérdida de un familiar, por lo que deseaba presenciar la celebración y honrar esa muerte.
“Estaba llorando incluso porque me parece muy lindo todo el ritual de preparar el altar, el cempasúchil para que el olor los llame, las luces para guiarlos a casa, es otra forma de ver la muerte y de ver a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros”, mencionó.
Pasada la media noche, frente a las miradas curiosas de algunos turistas, un hombre, con tequila en mano, habla con el retrato de su madre fallecida, a quien con lágrimas, le confiesa que la extraña y que en esta madrugada, su único consuelo es saber que su alma lo acompaña.