Por Jorge Zúñiga / @jorgezunigamx
(09 de marzo, 2014).- En el contexto del conflicto actual en en Venezuela, el escritor e historiados Enrique Krauze manifestó su postura sobre los hechos ocurridos ahí de las últimas semanas en el evento reciente con honor de los 30 años de su texto Por una democracia sin adjetivos en la Cámara de Diputados. Esta ocasión la aprovecho el escritor para hacer una serie de señalamientos al presidente venezolano y un par de exhortaciones al Congreso mexicano y a Dilma Rousseff, presidenta actual del gobierno brasileño e identificado como un gobierno progresista de América Latina, para que se pronunciaran sobre los actos de violencia que en Venezuela se habían desatado por parte del gobierno de Maduro hacia manifestantes. Su participación fue publicada como “El 68 venezolano”.
En su intervención el escritor compara las demandas de los manifestantes actuales con las de aquellos jóvenes del 68 mexicano. En lugar de criticar el regreso de las prácticas de un presidencialismo compulsivo al gobierno federal de México; o bien, en vez de haber aprovechado la oportunidad de rechazar la política de Estado de criminalización de las protestas encabezadas por jóvenes que está operando a nivel federal y en el Distrito Federal, el escritor le dedicó sus palabras al conflicto actual en Venezuela, cuyas acciones en la solución del conflicto “tiene el tufo del de Díaz Ordaz”, presidente de México en el momento en que ocurrieron los actos represivos contra estudiantes de 1968.
El título del discurso es sugerente, pues aún cuando el escritor indica que las demandas de los manifestantes son las mismas que aquellas de los jóvenes del 68 en México, y de ahí la comparación, en ella se deja ver una comparación de gobiernos: aquella entre el gobierno de Chávez y ahora de Maduro con el gobierno represor de Díaz Ordaz (en compañía de Luís Echeverria en la Secretaría de Gobernación).
La comparación hecha por el escritor es, sin embargo, desproporcionada y malversada en muchos sentidos. Dos ejemplos para ellos. Primero: en el 68 los líderes de movimiento buscaban en todo momento que el movimiento no rozara los límites de radicalización y violencia que atentara contra la población mexicana. Segundo: la población mexicana, en aquellos momentos, vivía una despolitización con respecto a los asuntos públicos. (Algunos relatos de aquella tarde en la Plaza de las Tres Culturas indican que muchos estudiantes que lograron escapar de la masacre, se sentían con sentimientos encontrados al ver que fuera de Tlatelolco la vida cotidiana seguía normal, y que parecía que la matanza hubiese ocurrido en otro país). En Venezuela, por el contrario, la ciudadanía está politizada interesándose por los asuntos públicos. Este factor es importante considerarlo, pues por esta razón se podrían profundizar una polarización social, si no se solucionan sus conflictos mediante el diálogo y el acuerdo.
Creo que la comparación hecha por el escritor no cabe en muchos otros sentidos. Interesante sería, por otra parte, escuchar o conocer el punto de vista de los líderes y participantes del 68 mexicano (quienes seguro reprobarían cualquier acto de abuso físico de la autoridad) para saber si la comparación cabe o es simplemente una comparación de mala fe hecha.
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Sin embargo, quisiera ver el discurso de Enrique Krauze en la Cámara de Diputados como un acto de solidaridad con países hermanos para que sus conflictos internos se solucionen por la vía del diálogo, la concordia y el acuerdo, pues en el texto hay una invitación a que el conflicto se resuelva por esos medios y que haya un cumplimiento a las demandas de los manifestantes.
Lo que muchos esperamos ahora es que no sea la última vez en el plazo inmediato para pronunciarse sobre las manifestaciones en donde participan jóvenes. Esperamos que pronto el historiador en alguno de los espacios públicos en los que participa, pueda advertir que el presidencialismo compulsivo ha regresado al gobierno federal mexicano, el cual ya se hizo notar con absoluta claridad en el proceso de la reforma energética, en la cual en las cámaras de los estados, sobre todo en aquellos estados gobernados por el mismo partido del gobierno federal, ni siquiera hubo discusión de las reformas constitucionales enviadas por el Congreso. ¿O acaso ese modo presidencialista de operar no tendrá igual el tufo del de Díaz Ordaz? Me imagino que pronto el historiador también exhortará al gobierno actual del gobierno del Distrito Federal a que en las próximas marchas convocadas por jóvenes no envíe cientos de policías y granaderos rodeándolos e intimidándolos y/o deteniendo a personas que ni manifestantes son. En muchas de las últimas marchas en el D.F. hay más granaderos que manifestantes. ¿Eso no tendrá tufo de Díaz Ordaz?
Hasta ahora no he leído ni encontrado una posición clara por parte de Enrique Krauze indicando que el tufo de Díaz Ordaz está más cerca de su casa de lo que él piensa, y no tiene que irse tan lejos para lograr encontrarlo.
No intento desviar el sentido del mensaje de Krauze. Con su posición comparto, como seguramente muchos otros, el hecho de que se tiene que reprobar el uso de la fuerza gubernamental contra la ciudadanía, por el simple hecho de que el gobierno está para representar al ciudadano y velar por sus derechos, y no para atentar contra ellos. Al menos en México, se es sensible ante tales actos después de lo ocurrido en el 68 y el 71, momentos que abrieron nuevos caminos de la democracia en México, pero que a su vez contribuyeron a una especie de despolitización ciudadana.
En Venezuela se ha comenzado ya con las investigaciones de quienes hicieron uso de arma de fuego en las manifestaciones del 12 de Febrero del 2014, y ya hay funcionarios detenidos . Este tipo de acciones ayudarán, sin duda, a que los manifestantes retomen confianza y traten de solucionar de una forma pacifica y concertada los conflictos en Venezuela.
Y para sumar más esfuerzos a una solución de este tipo, sería bienvenida también una exhortación por parte del historiador mexicano a los manifestantes venezolanos para que dejen de poner barricadas, que dejen de prender edificios públicos y poner púas en postes para que policías que viajan en motocicleta se degollen. Si la solución al conflicto se debe conducir por una solución en donde impere el diálogo, como lo indica Enrique Krauze, ayudaría que el intelectual mexicano pueda exhortar a que se paren estos actos que se alejan de lo pacífico, y que se proponga una mesa de diálogo pública. Estaría muy bien que invitara al excandidato presidencial Henrique Cápriles a que repensara su rechazo a la invitación al diálogo público que le propuso Nicolás Maduro. Una mesa de tal tipo es promovida por quienes se pronuncian por la deliberación y el acuerdo públicos.
Las críticas que se dirijan a gobiernos con tufos de Díaz Ordaz son siempre bienvenidas y necesarias, los tufos pueden salir tanto hacia la derecha como hacia el lado izquierdo. Ambos tienen que ser combatidos políticamente, pero eso sí: ninguno puede ser excusado por el hecho de que uno apruebe reformas energéticas que ofrecen a los consorcios y monopolios privados el negocio de los energéticos, propiedad del Estado, y otro no.
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Otro punto interesante que señaló Krauze es que hay una izquierda en América Latina que es tolerante a la represión, y acto seguido señala su extrañamiento de que Dilma Rousseff no haya manifestado aún su rechazo a los actos generados en Venezuela. Por supuesto, entre líneas lo que se dice es Rousseff es tolerante ante esos actos de represión con el “tufo del de Díaz Ordaz”. Sí habrá seguro esa izquierda que al perder el principio esencial de la democracia, devenga en centralista y en última instancia autoritario y represor. Dudo, sin embargo, que esa sea la línea que defienda Rousseff, quien a través del diálogo público y el cumplimiento a las demandas ciudadanas se resolvieron los conflictos del años pasado. Recientemente, además, Mújica, presidente de Uruguay, ha manifestado su disposición para mediar entre las partes del conflicto, y que Venezuela retome la normalidad, pues a una región tan cohesionada y que ha presentado novedades culturales, políticas y económicas importantes como ha sido Sudamérica, no conviene la inestabilidad en un país insigne como Venezuela.
Sin embargo, hay también una izquierda que existe en América Latina y de la cual no advierte Krauze: aquella que ante su falta de criticidad hacia las nuevas formas de dominación lideradas por los grupos financieros, les pasa inadvertido el autoritarismo financiero que se ha servido de la democracia para imponer una forma de dominación con legitimación social. El reporte de este año de Oxfam Gobernando para las élites. Secuestro democrático y desigualdadeconómica muestra cómo la democracia ha sido secuestrada por las élites económicas apoyando a candidatos que defiendan sus intereses y cómo es que la riqueza mundial está excesivamente concentrada. El reporte de dicha asociación muestra tan sólo una estampa, y dramatiza más, de las nuevas formas de dominación, en la cual no hay un mínimo de justicia ni política ni económica, y que son lideradas por una visión de cómo se tiene que ver la democracia y la justicia.
Pero esto no lo ve esa izquierda que se autodenomina liberal o socialdemócrata. Ante una forma de autoritarismo sofisticado apoyado en los medios dominantes de comunicación y el acaparamiento de las fuentes estratégicas de riqueza, parece que aquellos “liberales” o socialdemócratas no ven tipo alguno de justicia, y son muy poco críticos de aquellos que lideran este tipo de autoritarismo sofisticado propio de un siglo XXI y no del pasado. Si la dominación y las formas de autoritarismo eran conducidos en el siglo XX , principalmente, por las así llamadas clases políticas, en el siglo XXI lo es por el sector financiero, el cual, incluso, roza las líneas de una anarquía. El autoritarismo, así, puede llegar por ambos lados, por el lado de los representantes del Estado (políticos) o por el lado del sector financiero que hace uso de la democracia y del Estado (por medio del “uso legítimo de la fuerza por parte del Estado”). Ambos son igual de dañinos, y ambos se les tiene que combatir. De ambos lados puede salir un tufo parecido al de Díaz Ordaz.
Pero esta izquierda, de la cual no advierte Krauze, así como muchos otros críticos de la izquierda, no ve esto. Y no lo ve, porque han asumido los criterios del mercado neoliberal para definir aquello que es autoritario a secas y aquello que es autoritario, pero tolerable o permisible. Así, ahí en donde hay una imposición por parte de la cúspide financiera apoyada en los monopolios mediáticos y la dinámica de la democracia se le dice moderna. Ahí en donde los gobiernos meten a los grupos financieros, que actúan cuasi anárquicamente, en el marco de un Estado, entonces es autoritario, populista, etc.
Las formas de opresión cambian. Algunas se ejercen por medio de la violencia, otras por medio de la consciencia. Una opresión sin violencia se ejerce por medio de la consciencia. De aquí surge un tercer tipo: aquella que se da por la violencia hacia el exterior y la dominación de la consciencia al interior. Los tiempos cambian, y las formas de opresión también, pero para un tipo de izquierda basta hoy con tener casillas en todo el territorio; criticará los mesianismos políticos, y jamás los económico-financieros.