Ricardo Bernal/@RHashtag
En un texto titulado “La libertad de todos amenazado por la riqueza de 2,170”, el economista Daniel Raventos, critica la posición defendida por el liberalismo ingenuo, según la cual habría que defender sin cortapisas ni límites la libertad, mostrando que los abusos de la libertad por parte de unos pocos redundan en la imposibilidad de que otros gocen de ella.
Siguiendo este argumento afirma: “Cuando un poder privado es tan inmenso que puede imponer su voluntad o, más técnicamente, su concepción del bien, al resto de la sociedad o a una gran parte, la libertad de esta mayoría está seriamente afectada”. El inmenso poder que las empresas internacionales han adquirido en las últimas décadas las vuelve un ejemplo incontrovertible de semejante situación.
Su influencia las hace capaces de presionar a los poderes formales de las naciones a fin de obtener “rebajas del impuesto de sociedades, bonificaciones fiscales muy diversas, adjudicación de terrenos de forma ventajosa respecto a otras empresas… Sin contar las ayudas legislativas que reciben desde muchos países que permiten la ingeniería fiscal mediante, aunque no solamente, los paraísos fiscales”.
Lo mismo sucede con las instituciones del capital financiero, las cuales, como mostró la crisis de 2008, pueden generar un desastre económico global sin que, a un lustro de distancia, parezcan haber recibido sanciones significativas. Por el contrario, en países como España su voz sigue siendo decisiva en las políticas de ajuste adoptadas por el gobierno del Partido Popular.
Los manifestantes asistentes a las protestas del #22M son más que conscientes de ello. No sólo carecen de la libertad que les brindaría su soberanía como pueblo, ya que, como ellos afirman, tanto los organismos internacionales como las presiones de una Unión Europea acaparada por los intereses alemanes, son quienes en realidad determinan las políticas seguidas a pie juntillas por España. Sino que a la par –y como consecuencia de lo anterior- han sido despojados de los derechos sociales conquistados a fuerza de lucha durante decenas de años.
No es exagerado afirmar que la supresión de facto del derecho a la vivienda, a la seguridad social y la ineficacia para asegurar oportunidades de empleo son atentados contra la libertad de las mayorías.
Tal como lo ha defendido una vertiente antiquísima de la tradición republicana la condición de posibilidad de la libertad efectiva depende del aseguramiento de las necesidades materiales, pues, en el fondo, nadie puede ser libre si su existencia física depende de otros.
Kant, por ejemplo, hacia de la “independencia civil” uno de los pilares de la ciudadanía. La lógica de tal aseveración es fácil de seguir: para poder ser participe de las decisiones políticas es necesario ser libre y, para poder ser libre, es necesario no depender materialmente de nadie. De otra forma, la libertad se vuelve una mera ficción jurídica. .
La influencia de esta corriente republicana es fácilmente localizable cn la lucha por derechos sociales que recorrió Europa durante la segunda mitad del siglo pasado. En el fondo, la disputa por tales derechos es la disputa por garantizar una libertad no meramente abstracta sino material, capaz de asegurar la subsistencia de los individuos.
Por ello, la embestida neoliberal que se vive en lugares como Grecia, España o Portugal es experimentada por sus habitantes como un atentado a su dignidad. El discurso conservadora, sin embargo, pretende neutralizar la indignación de las mayorías presentando estas vulneraciones sociales como productos de necesidades ineludibles que se encuentran más allá de toda voluntad, en el terreno de leyes económicas inmarcesibles.
Es esta narrativa la que los españoles han combatido con ferocidad desde el surgimiento del 15M. Las “marchas de la dignidad” son un ejemplo claro de ello, los ciudadanos saben bien que los responsables de este despojo no son entelequias impalpables, sino todo lo contrario. El cuerpo del enemigo es fácilmente localizable en los macizos edificios de los bancos privados y las instituciones financieras y su alma puede intuirse en la lógica de un capitalismo cuyas deshumanizadas fauces no dudan un minuto en deglutir el excedente de la riqueza social incluso si, al hacerlo, condenen a la miseria a cientos de miles.
Las evidencias de ello no son difíciles de encontrar. La desmedida acumulación de riqueza de 2,170 personas, como dice Raventos, contrastan de forma impúdica con el casi 56 por ciento de jóvenes “parados” incapaces de acceder a un empleo digno y, con él, a aquellos derechos que les garantizarían una verdadera libertad.
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