Gregorio López Gerónimo, Pbro.
Hoy 24 de febrero, a cuatro años de que el médico cirujano, en el hartazgo de la violencia y la impunidad, dejara su consultorio y se enroló con los hombres y mujeres que decidieron salir del anonimato y de la cobardía para ser voz de los “sin voz”; después de su heroica hazaña, el doctor Míreles ha muerto y no podía esperarse otra cosa del criminal gobierno de Enrique Peña Nieto, que lo ha asesinado como lo hizo con los 43 jóvenes de Ayotzinapa, y como ocurrió con otros inocentes en Tatlaya, Tanuhato y Apatzingán.
Sólo es posible un crimen de estado de tal magnitud, cuando el gobierno es usurpado por quien no posee ni la más mínima intuición de la ley, la justicia, la dignidad, o los derechos humanos. Se abusa de la estulticia cuando se condena a cadena perpetua a quien se le reconoce su inocencia y valentía, dejando a cambio en libertad y encubriendo a siete ex gobernadores en pago a favores políticos y que han hundido en la miseria a 39 millones de habitantes de los estados que han sido hurtados.
También se comete una tropelía cuando se otorga la canonjía del arresto domiciliario a Elba Esther Gordillo, que tiene hoy en el rezago de la educación a 20 millones de niños; así como cuando en Michoacán sale en libertad por 7 mil pesos, otra escoria del mismo partido de la corrupción institucionalizada.
Para la actual administración, no es delito grave robar la educación y el futuro a una generación, arrancarle los empleos y el sustento a un pueblo, ni colaborar con la delincuencia en la desaparición de más de 3 mil michoacanos. Sin embargo, sí lo es empuñar un arma para defenderse en un estado fallido, donde no había ley, ni justicia, ni estado de derecho; sólo corrupción, impunidad, secuestros, levantones y muertes.
A cuatro años del histórico 24 de febrero de 2013, Míreles ha muerto por defender la vida. Comenzó su agonía un 27 de junio del 2014, cuando la estratagema de Alfredo Castillo le llevó a la cárcel para que no le entorpeciera, en el puerto de Lázaro Cárdenas, los jugosos negocios con el cártel dominante. Desde ese momento, Míreles empezó a ser velado por el pueblo mexicano; inconsciente de que así lo hacía mientras repasaba el obituario mediático en las secciones policiacas de los diarios.
Míreles ha muerto para los medios de comunicación, para quienes dejó de ser noticia como quien se pudre en la oscuridad y no abona sucesos rojos o datos importantes que lo mantengan en el aparador.
Míreles ha muerto y lo han estado matando a pausas desde entonces sus abogados, para quienes no sabemos a ciencia cierta si el Médico es un escaparate para venderse o una prueba importante, otra de tantas, de las que les dan renombre.
Míreles ha muerto y no se sabe si se le envenenó a cuentagotas o bien murió aplastado en los papeleos sin sentido y negándole atenciones básicas, mismas que sí son concedidas a delincuentes de mala cepa.
Míreles ha muerto y desde el día de su aprensión en La Mira, Michoacán; “este dictadura tirándote, ya lo tenía en la mira” de que saldría de la cárcel con los pies por delante, en camilla, con un séquito importante de personajes dolidos, aullantes, gritones de feria, facultados por su rancia tradición y oportunismo mediático, politiquillos franeleros que de saliva y golpe fintaron defender a quien nunca les nació hacerlo.
Míreles ha muerto, ya descansa en paz desde entonces, desde que pisó la cárcel. Descansa en paz en medio de la vívida impunidad de los miles de delincuentes de cuello blanco; de quienes son baluarte de los nuevos cárteles, pues cuentan con la charola del “Fuero” (Forajidos Usurpadores del Estado para Robar Organizadamente).
Míreles ha muerto. Reposa en su delirio, sabiendo que la justicia mexicana está maniatada por los poderes fácticos, ésos que impiden que se resuelva su juicio en buena lid, porque así les conviene, porque pisa muchos callos, porque a ellos mismos encarcelaría.
Míreles ha muerto y en la memoria de millones de michoacanos por quienes luchó, hoy es una sombra y un silencio que engalana su mortaja.
Míreles ha muerto. Todos los días lo estamos matando tú y yo, con nuestra indiferencia, con nuestro silencio cómplice, con nuestra sordera selectiva, a sabiendas que en nuestras manos está el no tener que escribir su epitafio, ni su esquela; sólo nos falta una fecha, el día y la hora de sus exequias.