Pável Uliánov Guzmán / @PavelUlianov
La Animeecheri K´uinchekua: Fiesta de las Ánimas entre los p´urhépecha, conocida comúnmente como Noche de Muertos, es una tradición con profundas raíces prehispánicas. Mantiene un sentido comunitario, reafirma los lazos culturales y de parentesco, une el pasado con el presente, conserva un sentido dual alegre y solemne, y sobre todo, refleja la visión de mundo de un pueblo milenario.
En el pueblo p’urhépecha prehispánico, existían al menos dos concepciones sobre el destino después de la muerte: el “Cielo” o Auanda y el “Inframundo” o Uarhicho, aunque gran parte de los datos obtenidos han sido afectados por las concepciones judeocristianas de la muerte y el infierno, se puede determinar, que el destino después de la muerte respondía a las acciones meritorias de individuo (Martínez González 2010:230).
De esta forma, llegaban la morada de la “madre de los dioses”, los guerreros muertos en batalla, los gobernantes y algunos sacrificados (Relación de Michoacán 1980:250). El “Cielo”, es entonces un espacio estratificado que se encuentra marcado por un ambiente festivo. Bajo este marco, el tratamiento corporal que se les daba a los cadáveres de los personajes más prestigiosos, era la incineración y el depósito de las cenizas resultantes en una urna funeraria.
En contraparte, el destino para la gente común, era por lo general el inframundo, área que constituye una prolongación de la vida sobre la tierra, en este lugar, se llevaba una existencia muy semejante a la del mundo de los vivos, ahí se vive en comunidad, se trabaja, se bebe y se juega. Los cadáveres de este tipo, comúnmente eran inhumados.
Posteriormente, durante la época colonial, los conquistadores impusieron nuevas ideas acerca de la religión y la muerte, modificando ritos y cosmovisiones, estableciéndose la antítesis de la cosmovisión mesoamericana. De los rituales prehispánicos de la cremación y el entierro, únicamente sobrevivió la inhumación, en tanto que la incineración fue prohibida, toda vez que contrariaba a las creencias judeocristianas, las cuales pregonaban preservar el cuerpo en espera del “juicio final”. Así mismo, modificaron las fechas para los rituales de muerte, estableciendo los días 1 y 2 de noviembre, sobreponiendo el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos.
Pese a ello, de la conjugación de los rituales mesoamericanos y judeocristianos, surgió la síntesis de Animeecheri K´uinchekua o Fiesta de las Ánimas, celebración de profunda significación, es una ceremonia ritual, mediante la cual se cumplen ciclos anuales, se fortalecen los compromisos comunitarios y se convive de forma colectiva. Cada persona y elemento que intervienen cumple un papel específico para realizar una celebración con sentido alegre y a la vez solemne (Lucas Juárez s.f. : 3).
Es preciso mencionar que hay una gran diversidad de formas de hacer la fiesta de las ánimas, como tantas comunidades p´urhépecha existen, las más difundidas son las celebraciones llevadas a cabo en la región del Lago de Pátzcuaro, empero, existe un universo de distintas formas de celebrar en las regiones p´urhépecha: lacustre, sierra, cañada y ciénaga. Lo anterior, derivado de su propio desarrollo histórico, pues recordemos que incluso el idioma p´urhépecha se habla con distintas modalidades de región en región.
Durante días previos, pero en especial durante el 1 y 2 noviembre de cada año, en los panteones y casas los p´urhépecha “esperan” a las animas para convivir con sus antepasados presentándoles una ofrenda. Los elementos más vistosos de la ofrenda son: la flor de tirínguini (flor de cempasúchitl en nahúatl), fruta, pan, incienso, agua y alimento de fiesta. La noche de 31 de octubre, se espera a los “angelitos”, es decir las ánimas de los niños y niñas. El día 1 a la media noche, empiezan a regresar las ánimas adultas.
Finalmente, también es forzoso subrayar que la “Noche de Muertos”, misma que ha sido inscrita como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, en las últimas décadas ha sido explotada irracionalmente por el gobierno del estado y los municipios, empresa alejada de toda sustentabilidad cultura y natural, poniendo en grave riesgo ésta histórica ceremonia (Hiriat Pardo 2006:128), donde los sitios de tradición han degenerado en cantinas masivas (Grupo Kw’aniskuyarhani:2004), por lo anterior, es necesario repensar los estudios sobre el tema, las campañas de difusión turística, las reglamentaciones para los turistas, pero el quid de la cuestión, es hacer valido el derecho a la consulta que tienen las comunidades p´urhépecha, y establecer verdaderas políticas públicas que les beneficien.