Antonio Aguilera / @gaaelico
“Se les ofrecía (Excelsior) como premio el poder; se les exigía un precio: la traición. Para los ambiciosos, para los resentidos, para los mediocres, no era un precio excesivo; la operación no era un cohecho más, otro embute […] que valía aceptar clausurando el último temblor de la consciencia”.
Vicente Leñero
Los Periodistas
Primer golpe
El 8 de Julio de 1976 en México no existía la libertad de expresión y los medios de comunicación eran poco menos que ventanillas de trámite del poder presidencial, para hasta ese día sólo había una trinchera desde la cual se ejercía periodismo a secas, hasta ese día el periódico Excélsior, que por aquellos días era el mejor periódico en América Latina, expulsó a la dirección general y al comité editorial que eran encabezados por Julio Scherer.
La orden venía –y siempre viene- de Los Pinos. El expresidente priísta Luis Echeverría –y genocida comprobado-, que no soportaba las críticas que se hacían contra su régimen El Excélsior, que eran críticas justas, informadas y con sustento, pese a todo Echeverría decidió dar el golpe. Para ello, pasó a manos de una cáfila de oportunistas bajo la tutela de un esbirro que la historia conoce como Regino Díaz Redondo, la metáfora del judas en el periodismo.
Ese día el PRI arcaico y dinosáurico decidió demoler el único resquicio de la libertad de expresión en México y pretendió condenar al ostracismo al grupo de periodistas que se atrevió a desafiarlo. Sin embargo, en la crónica que nos regaló el escritor Vicente Leñero (Guadalajara, 1933) de la salida de Julio Scherer del edificio de Excelsior, se forjó una coraza que fue impenetrable: la cogruencia, la dignidad y la ética por encima de todo.
Leñero nos reseña: “Julio Scherer se había encerrado con Ricardo Garibay en la oficina para redactar un mensaje a los cooperativistas por si tenía oportunidad de tomar la palabra en la asamblea. El borrador decía (…) Siempre hemos puesto nuestro afán en que Excélsior sea el mejor, el más limpio y el más importante periódico de nuestra patria. Todos los días, desde sus páginas, hemos pedido al gobierno y a la nación respeto y amor para cada uno de los mexicanos. Excélsior ha sido combatido pero nunca juzgado con el desprecio con que puede ser juzgado desde ahora…”.
Regino y sus esbirros se lo impidieron y en una votación dudosa expulsaron a Scherer y con él a la consciencia periodística de México. Díaz Redondo se sentó en la silla del Director y convirtió al otrora “periódico de la vida nacional” en un panfleto indigno. Esa tarde Julio Scherer, y unos 250 colaboradores, abandonaron esa casa editorial. Lo escoltaban Miguel Ángel Granados Chapa, un muy joven Carlos Monsiváis, Gastón García Cantú, Hero Rodríguez Toro y Leñero, entre otros. Eran la última trinchera de la libertad de expresión en México.
En la calle, el grupo decidió ofrecer una rueda de prensa a corresponsales extranjeros, y cuando un reportero de Televisa y su camarógrafo se querían cola –narra Leñero- “al unísono dijimos todos Televisa nunca.”
El golpe a Excélsior dio pauta al nacimiento de otros medios: Proceso, Unomasuno, La Jornada, revistas diversas, todos con una línea crítica, periodismo documentado, voz de la sociedad, sobre todo contrapeso del poder.
Vicente Leñero escribió la sensación del grupo en esos días: “Al abandonar el edificio de Excélsior, en Reforma 18, me sentí perro sin dueño. Sin saber qué hacer con mi cuerpo, no había más mundo que el mundo interior. Algo me decía que mi comportamiento en la asamblea que nos había puesto en la calle había sido propio de un cobarde, pero algo me decía que no, que en el momento extremo me había acompañado la lucidez, tocado el periódico de muerte”.
Segundo Golpe
Con el arribo de la derecha al poder en el año 2000, trajo consigo la promulgación abierta de la derecha en el periodismo en México. Antes del encumbramiento del panismo en la silla presidencial, el periodismo en México se debatía en posturas gobiernistas y sociales, pero no se sentía la influencia del poder económico en las políticas públicas de la comunicación.
Con el inveterado de Vicente Fox en la presidencia, Televisa se transformó en el Maquiavelo del poder y ya no más en “un soldado del PRI”. Las relaciones presidenciales con Chapultepec 18 se acrecentaron con Felipe Calderón, quien les abrió las puertas al jugoso mercado de la representación política y surgieron las telebancadas y la imposición de la Ley Televisa. Era la punta el iceberg.
Carmen Aristegui, desde los micrófono de W radio (paradójicamente propiedad de Televisa) retrataba esos pasillos del poder en México, asumía una postura eminentemente ciudadana, y le ponía dique a una derecha mediática cada vez más empoderada.
Por un lado, Aristegui comenzaba a labrarse un lugar en el periodismo ciudadano y por el otro, el PAN pagaba amanuenses, lacayos y verdaderos bufones mediáticos, como Ricardo Alemán, Pablo Hiriart, Carlos Loret y una larga lista de impresentables.
La cobertura amplia, analítica y quirúrgica que emprendió Carmen Aristegui, le valió que Los Pinos pidieran su cabeza a Televisa, quienes acostumbrados al oblación de los suyos, despojó de los micrófonos a Aristegui. Era la primera llamada.
A la par del ascenso de la prensa derechosa, México se convertía en una de las naciones más peligrosas para ejercer el periodismo. En la década del panismo en el poder, fueron sido asesinados más de 80 periodistas y 17 se encuentran desaparecidos.
Los problemas del país se agravaba: violencia, crimen organizado, conflictos sociales, corrupción, pobreza extrema, agresiones e intimidaciones a los periodistas. Pero mientras los alcahuetes mediáticos del poder se concentraban en la defensa del régimen calderonista, pocos micrófonos retrataban la realidad de México, y el más importante era la Primera Emisión de MVS noticias con Carmen Aristegui.
MVS le abrió la cabina a la periodista al iniciar una guerra por las concesiones que mantuvo durante el último lustro contra Televisa, que ya con Enrique Peña Nieto pasó de ser el Maquiavelo, al titiritero del poder.
En esa disputa, por el control del espectro mediático nacional, Carmen Aristegui no se prestó a ser un ariete de los intereses de la empresa, sino a establecer una verdadera mesa de debate entre los pujantes: por sus micrófonos pasaban igual los abogados de Televisa y Dish, cómo las autoridades y los presuntos reguladores de la guerra mediática. No hubo Perogrullo, como sí lo hubo en los espacios de Televisa.
La segunda llamada a la conductora se dio en aquel lamentable episodio de la manta que exhibió el locuaz ex diputado Gerardo Fernández Noroña respecto al presunto alcoholismo de Felipe Calderón. Los Pinos dieron un manotazo en el escritorio, y Joaquín Vargas demostró su capacidad innata a la sumisión, y despidió a Carmen Aristegui. Fue un exceso de todos, por ello el dueño de MVS reconsideró, y tras una contundente muestra de apoyo de los ciudadanos –que demostraba su alto nivel de aceptación y de penetración en el país- y devolvió la cabina a la que entonces era ya la periodista con mayor credibilidad en México.
Tercer golpe
Sin embargo, a pesar de todo, cuando los mexicanos creíamos que la derecha panista representaba lo más retrógrada en México, el PRI ni quiso que nadie le disputara ese talante.
Acostumbrado a ejercer un autoritarismo sin miramientos, Peña Nieto hurgó en lo más ominoso y brutal del comportamiento priísta, y no sólo trató de controlar a los medios como lo hicieran los panistas: no quería sólo sumisión, quería que los medios jugaran el papel del sicariato y del patíbulo de la inquisición en favor de sus intereses.
El mítico “no pago para que me golpeen”, se transformó en “pago para que me obedezcan”. Y no pocos se subieron al barco del autoritarismo, y muchos encontraron su verdadera vocación profesional en ser los cancerberos y los alfeñiques de Los Pinos. Los nombres sobran, ya todos los conocemos.
Pero Aristegui, Proceso, Sin Embargo, MX, Animal Político, Revolución 3.0, La Jornada e incluso Reforma, decidieron no plegarse a las directrices de la “política” de comunicación presidencial. Fue cuando se ejerció –y en algunos casos se sigue ejerciendo- el mayor nivel periodístico en México en los últimos años, pero también el peor.
En México se destapó la cloaca de la crisis nacional: la cooptación de votos por las tarjetas Monex, el escándalo de los gobiernos fallidos de Michoacán, se le dio voz a las autodefensas, se desnudó la estrategia paramilitar de Alfredo Castillo, se discutieron las reformas estructurales, se abordó a profundidad el tema de Tlatlaya, el país se oscureció con la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, y se informó lo que más molestó a la familia presidencial: su archipiélago de corruptelas, enriquecimiento, tráfico de influencias, desvío de recursos y favoritismo hacia los mandamases empresariales y poderes fácticos (de todo tipo). La Casa Blanca, el chalet de Malinalco, los contratos jugosos a grupo Higa, la red de prostitución del priísmo capitalino: todo, todo se investigó, se corroboró, se contrastó y se abordó en los micrófonos de Carmen Aristegui.
Carmen Aristegui, y otros medios valientes y alternativos, eran –como lo dijo Vicente Leñero respecto a Excélsior hace ya 38 años- el último temblor de la consciencia en México.
El tratamiento de esta información fue lo derivó en el surgimiento de Mexicoleaks, pero fue la coartada inmejorable para que la familia Vargas cada vez más subordinada Los Pinos, prescindieran de la periodista que más incomodaba a la familia Peña-Rivera y al PRI.
Por ello, los abogados de MVS prepararon el tercer y definitivo golpe a la periodista: despedir al equipo de investigación que destapó la cloaca de la corrupción priista y de todos colores. Le quitaban los soportes al noticiero y su razón de ser, el despido de Aristegui ya era un mero trámite.
Hoy por hoy, ella sigue siendo la periodista con mayor credibilidad y respaldo en el país, y MVS pasó a engrosar las filas de los arlequines que amenizan la realidad nacional que les gusta escuchar a Los Pinos. La familia Vargas puede amenizar los divertimentos y aplaudir las trivialidades y veleidades de la familia presidencial, ya se ganaron su sombrerete de bufón.
Carmen Aristegui tiene muy claro que un proyecto periodístico que se digne de ser tal, debe ser dirigido por periodistas y no por los dueños del dinero, pareciera utópico, pero allí están los ejemplos históricos de Proceso, de Uno más Uno y La Jornada, y los más recientes de MX y Sin Embargo.
Volvamos a Leñero: “Nosotros agotábamos las últimas posibilidades de encontrar un impresor que no pusiera en peligro nuestra autonomía y que tuviera sobre todo el valor de editar una revista calificada ya, desde su nacimiento, como enemiga del régimen. Buscábamos libertad periodística absoluta, … pudo más nuestro empeño por la autonomía, éramos unos fanáticos de la libertad”.
Es claro que a Carmen Aristegui la despidieron por ejercer periodismo, el mejor y más estructurado periodismo, algo que ya no sirve a los intereses de MVS. Ryszard Kapuściński, siempre preclaro, retrató lo que Carmen Aristegui ejerció en los siete años en MVS: “El trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse.” Las cucarachas resultaron ser la familia Vargas.