Morelia, Michoacán.- Febrero amanece en el centro moreliano calzado de rojo, seiscientos pares de zapatos carmesí de mujeres y niñas inundan el oscuro pavimento que es antesala de Palacio de Gobierno.
El grito sin grito, el silencio apabullante en el corazón de una ciudad, de un estado y un país en donde el hecho de ser mujer resulta un alto riesgo.
En una gran lona morada, la imagen de Jessica González Villaseñor se impone a la puerta de madera del inmueble en que, año con año, se fugan a borbotones las promesas, los discursos y los compromisos de acciones para garantizar la seguridad de las y los michoacanos, de justicia para tantas víctimas, esos saliveos incesantes que no fundan, que no son savia.
“Mi familia no perdona, mis amigas no perdonan, Morelia no me olvides”, reza de cara a Catedral la imagen de Jessica, mientras el acompasado sonido de las campanas repliegan el silencio matutino de la Avenida Madero.
El nombre de Jessica pintado con letras amarillas es coronado en el piso con un círculo que, en el centro acuna unos zapatos de tacón rojos, esos que antaño caminaron los pasos de la profesora de 21 años, esa joven de la que sus familiares recuerdan cuánto le gustaba cantar, cuánto le gustaba dar clases y cuánto los hacía sentir completos.
Es la víspera de la audiencia que habrá de realizarse el martes, en donde la ruta a la justicia se alargará un par de meses por la ampliación de plazo que solicitará la Fiscalía General de Justicia del Estado, esto bajo el argumento de seguir en la consolidación de la carpeta de investigación. La familia hace votos porque esto sea así, porque los elementos sean lo suficientemente sólidos al momento del juicio, porque no haya grietas para la impunidad.
Jessica, Jessica, Jessica, el nombre se escapa de los labios de los pocos transeúntes que a temprana hora cruzan por el lugar; las acciones de su familia y de los colectivos feministas han grabado por cuatro meses en el ánimo moreliano el nombre de Jessica, memoria de los 21 feminicidios ocurridos en 2020 en Michoacán, de los 120 registrados en el último lustro, de las 76 mujeres reportadas como desaparecidas el año pasado y que aún no han sido localizadas.
Cuadras adelante, la emblemática fuente de Las Tarascas hace propia la exigencia. El paliacate morado contrasta la morena tez de bronce de las tres imponentes mujeres que, semidesnudas, sostienen su charola atestada de frutas pródigas de tierras michoacanas. Los zapatos rojos colocados alrededor, sobre la cantera, recuerdan que hoy los frutos son otros, su almíbar es amargo y enluta la casa de las cerca de dos mil personas asesinadas en Michoacán el año pasado.
Vestidos de negro, una veintena de familiares de Jessica son los artífices de la memoria matutina, de la voz viva que demanda justicia por Jessica y que las autoridades hagan su trabajo. No sin reservas conceden un voto de confianza porque así sea, porque los dos meses de prórroga no sean tiempo perdido, porque no se permitan atajos al olvido y la impunidad.