Uno de los puntos de mayor conflicto o de menor (voluntad de) coordinación interinstitucional, básicamente por falta de visión entre quienes diseñan e implementan las políticas públicas sobre educación, se da entre las instituciones formadoras de docentes (Normales, UPN, etc.) y los centros universitarios en donde se desarrolla investigación científica.
¿Cuál es el resultado de esta falta de coordinación?
1. Que los docentes, especialistas en pedagogía y en procesos didácticos para la enseñanza-aprendizaje, casi siempre están alejados del mundo del conocimiento y, por tanto, su propio saber es eminentemente práctico, intuitivo y delimitado por los contenidos establecidos en los planes y programas, y los libros de texto diseñados por la Secretaría de Educación Pública. Esto no necesariamente va en detrimento de su ejercicio profesional, aunque si puede volver estrecho su dominio intelectual.
2. Que los saberes universitarios, cuyo eje de circulación es la misma universidad y sus especialistas-docentes-investigadores, se mueven en círculos viciosos que, cuando logran salir de ahí, tardan años en encontrar su nicho en la educación básica, a no ser por la difusión o divulgación (que corre el riesgo de convertir en un simple dicho vulgar y sin sentido aquello que es producto del riguroso proceso de investigación científica) en los medios de información.
3. Con esta desvinculación, dificilmente puede lograrse un verdadero proceso de formación, desde la infancia, en ciencia y tecnología. Para romper con estas inercias es necesario estrechar vínculos y relaciones de respeto y corresponsabilidad entre las universidades y las escuelas normales; después de todo, también debemos reconocer que los docentes universitarios adolecen de formación pedagógica y suelen ser los más tradicionalistas en el proceso de enseñanza-aprendizaje; además, tampoco podemos negar que los mismos docentes de las normales y de la educación básica desarrollan conocimientos especializados, aunque no siempre acuden a los canales apropiados para su difusión.
Desgraciadamente en las artes y la cultura sucede lo mismo: la experiencia y la vitalidad de los maestros, como la de los artistas, es diferente y ajena a la simulación y la numerología en que viven los directivos, administradores y gerentes del también simulado y caótico sistema educativo mexicano.
Por otro lado, no sé cómo se pretende que que coexistan armoniosamente los funcionarios simuladores de la educación, que viven en la opulencia, junto con miles de docentes, alumnos y familias enteras cuyo elemento común es la precariedad de sus condiciones de vida. No se trata de la coexistencia de pobres y ricos, sino de hipócritas simuladores que se enriquecen a costa del erario público y de un amplio sector de la sociedad mexicana condenado a sobrevivir con lo que aquellos dejan como migajas; se trata de una diferencia sustancial entre los que dicen que hacen los funcionarios de gobierno y lo que en realidad pasa en la vida cotidiana. Simulación, hipocresía y corrupción no son los mejores elementos para coexistir con el dolor, la inseguridad social y la pérdida de los derechos humanos de la mayoría de la población.
Pongamos las cosas en perspectiva: si asimilamos el proceso inflacionario, en términos reales, durante los últimos tres años (periodo de Aurelio Nuño en la SEP) el presupuesto en educación se ha reducido aproximadamente en un 20-25 por ciento, al decir de Jorge Álvarez Mayen, miembro de la Comisión de Educación Pública y Servicios Educativos de la Cámara de Diputados; pero esto no ha sido obstáculo para que los funcionarios de primer nivel (aunque sean de tercera clase) se incrementen generosamente sus salarios.
Estos mismos funcionarios, pensando anticipadamente en las bondades decembrinas y el año que viene, con sus partidas electorales secretas, se estarán sobando las manos pues tendrán las arcas de la nación para maquillar desastres sociales y callar a punta de fusil y de centavos, la realidad educativa y social mexicana. Con ese dinero a manos llenas gritarán a los cuatro vientos que las crisis en este país solo existen en la imaginación de los resentidos y en las vísceras mal intencionadas de los pobres y muertos de hambre que no comprenden el devenir del neoliberalismo, como único futuro posible para lo que resta de humanidad.