Lo venimos diciendo cagada tras cagada en los estadios de Chile, corrupción tras corrupción en la ANFP y las SAD, la culpa es únicamente del fútbol negocio y del modelo de sociedad mercantilizada, individualizante, de ghetto, de tribu, que provoca que pobres se maten con otros pobres por tener camisetas diferentes, o por controlar el negocio del narco en la pobla, o por ascender en la empresa, diferentes síntomas de una enfermedad llamada capitalismo. Todo con el objetivo de tener lo que el modelo de vida capitalista nos exige para demostrar que somos exitosos y “felices”, modelo que se ha construido en nuestro país desde la dictadura, pero enraizado y potenciado profundamente por esta democracia neoliberal, donde los que gobiernan son los principales cómplices.
Las políticas de visita penitenciaria que trajo el Plan Estadio Seguro al fútbol profesional chileno, no sirvieron de nada ni sirven de nada, solamente sacan del estadio al hincha que no es barra brava, el que va con la familia, y que no está dispuesto a ver vejada su dignidad por “amor a los colores”.
Colores azules, blancos, rojos, verdes, amarillos que ya no son nuestros, sino que de empresas que operan como tales, buscando el menor gasto y la mayor ganancia, que no respetan a sus iconos ni sus trabajadores, como lo hizo Azul Azul con Pepe Rojas y Martín Lasarte, recientemente. Empresas -no clubes- que no entienden algo que dijo el técnico uruguayo hace unos días: “Lo único que no se compra con dinero es el sentido de identidad, de pertenencia”.
Porque los hinchas de Colo Colo que se metieron a la cancha el domingo ni eso sentían, ni identidad ni pertenencia, porque si no habrían cuidado sus actos, entendido que ayer les tocaba celebrar a ellos, que el sentido común decía que sus jugadores tendrían que haber recibido apoyo para levantar una copa, que luego irían a ofrendársela a los mismos que convirtieron un campo de fútbol en una guerra medieval. A esos hinchas colocolinos, históricamente asiduos a los títulos, no les importó ni eso, siquiera celebrar una copa que quedó manchada para siempre, que aún no es entregada, y que muchos de los mismos hinchas albos llamaron la Copa de la Vergüenza.
¿La Católica salió perjudicada de lo que pasó en Valparaíso? Claro que sí, y nadie lo ha dicho aún. Con los hechos de violencia y la posterior suspensión del partido entre Wanderers y Colo Colo, esta UC traumatizada, ya no sólo jugaba contra Audax, su incapacidad futbolística, sus propios miedos y frustraciones, sino también lo hacía contra la mala sensación de saber que incluso ganando a los audinos no salía campeón, perdía hasta el derecho a celebrar. Colo Colo iba a tener si o si ventaja deportiva, al saber que el partido contra Wanderers lo jugaría conociendo de antemano el resultado del rival, rompiendo incluso con la lógica de programación buscaba impedir esto.
Los futbolistas chilenos también se hacen los lesos, derechamente los huevones, el hecho de que los jugadores de Blanco & Negro salieran desaforados a celebrar a una cancha sin hinchas demuestra el sinsentido, el desarraigo, la enajenación del futbolista como trabajador y sujeto social. Muchos de estos son personas sin una mínima capacidad de conciencia crítica, que ganan millones y aún así se hacen parte de un millonario robo de nueces o compran televisores robados sin necesitar hacerlo. Porque futbolistas como Paredes o Michael Ríos ganan unos sueldos que ya se quisiera alguno de nosotros, sus propios hinchas que trabajamos más de 10 horas diarias para llevar el pan a la casa y pagar las múltiples deudas que tenemos, muchas de ellas surgidas por vivir en un país en el que hay que pagar por educación, salud y comprar comida en cuotas. Muchas deudas surgidas también por comprar la nueva camiseta de nuestros ídolos o pagar la entrada a 3 meses porque al chin chin no nos alcanza para ir a verlos, menos aún con los precios europeos que cobran las SAD para un fútbol que casi es de calidad amateur.
Por otro lado, el Sifup, como espacio de organización de los futbolistas, no dice nada más que declaraciones de buena crianza, políticamente correctas, que no tocan los intereses ni cuestionan a las empresas mal llamadas clubes, de las cuales parecen ser simples empleados que agachan la cabeza ante todo, salvo cuando de plata se trata, porque es más comodo ser esclavo que tener dignidad, decía mi abuelo. Pero, ¿Qué hubiera pasado si el domingo terminaba un futbolista agredido en toda la trifulca?. Lamentablemente, el Sifup más que un sindicato -que debiesen ser espacios de organización, defensa, lucha y EDUCACIÓN de sus trabajadores-, es una especie de representante de futbolista con personalidad jurídica colectiva, que cuida ganancias e imágenes pero no derechos, ni que tampoco cuida el fútbol, siendo que es lo que más deberían amar.
¿Porqué el Sifup no se empodera y exige que se respete al futbolista en su verdadero rol?. Que no es otro que el de generar todas las riquezas que hoy legal e ilegalmete se meten a los bolsillos los dueños de las SAD, de la ANFP, del CDF, y todo el negociado trucho que rodea al fútbol. En un nuevo marco legal, democrático y popular del fútbol, deberían los futbolistas ser parte de las mesas directivas de la ANFP, porque son los más importantes del fútbol, sin ellos ni los dirigentes, ni las barras ni el negocio del fútbol tendrían sentido.
Los castigos por violencia no deben castigar al hincha común y corriente que no ha hecho nada, sino que al negocio, al dueño de este que lucra con un bien social como es el deporte y los ex-clubes sociales y deportivos. ¿Porque sólo socializan las perdidas y no las ganancias que les genera el fútbol? Todo el mundo sabe que las SAD tienen relaciones directas con los grupos que buscan ganarse a la fuerza el estadio y el control de las barras bravas, si no Mossa al menos habría demostrado vergüenza de lo que pasó el domingo, pero nada.
Hasta el fútbol amateur toma medidas más drásticas en este sentido, si la hinchada de un club de barrio realiza actos de violencia -que no es lo mismo que alentar, tocar bombos o tirar papeles- o sus jugadores generan alguna pelea en la cancha, en muchas asociaciones y ligas de barrio son automáticamente expulsados del torneo y además no se les devuelve la garantía ni la inscripción que pagaron por jugar, algunas expulsiones son de por vida en la liga. Esto busca defender espacios que han regresado a los barrios a pulso, defenderlos de la lógica delincuencial con que actúan muchas personas y grupos sólo por ganar y demostrar que son más choros y fuertes en la sociedad actual. Acciones que barrenan los roles sociales del deporte en general y del fútbol en particular, y las capacidades de asociatividad que tienen los clubes deportivos, sociales y culturales. Asociatividad que bien enfocada es claramente peligrosa para un sistema que busca constantemente que nos temamos unos a otros, que nos metamos en nuestras casas y veamos la vida pasar, a través de, internet y la caja idiota.
Vivimos en un país que está podrido, donde te meten en cana por no pagar el Transantiago y te dejan libre por desfalcar el erario nacional o dar boletas falsas por millones de pesos, donde el presidente de la asociación de fútbol se arranca a EEUU para recibir beneficios carcelarios por asumir que es un mafioso. El fútbol no puede ser diferente a lo que pasa en el resto de Chile. El fútbol negocio tiene su pelota pinchada, también está podrido y corrompido, así como las barras que transan silencio y lealtad con las SAD a cambio de un bombo o un lienzo para “hacerles la fiesta a la empresa”, también lo están. Desde ahí no avanzaremos a recuperar el fútbol para el pueblo. Tampoco será desde las organizaciones de hinchas que en lugar de exigir el regreso de la propiedad de sus clubes a sus socios, mendigan espacios de democracia en empresas que operan bajo la dictadura del dinero y las acciones, porque no rompen cn la lógica mercantil que tiene secuestrado al fútbol y los derechos sociales en nuestro país.
Será desde organizaciones independientes, autónomas y autogestionadas, de carácter popular, transformadoras y alejadas de la lógica de barra brava, que conseguiremos reivindicar el rol social del deporte, el fútbol como expresión de la cultura popular y recuperar nuestros clubes, pero debe ser con demandas claras, firmes y concretas: derogación inmediata de la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas enmarcadas en una ley marco que garantice que el deporte y la recreación como derechos sociales. Todo el resto será un simple maquillaje.