Opinión 3.0


El día de la lucidez

Orlando Aragón Andrade

En una ciudad se realizan elecciones. La jornada finaliza con un resultado inesperado y sorpresivo, más del setenta por ciento de los votos son en blanco. Ante este resultado “inaudito” el gobierno, en acuerdo con los partidos políticos, decide repetir la elección una semana después y desplegar todo elaparato de espionaje estatal para descubrir lo que consideran una maquiavélica conspiración en contra de las instituciones “democráticas”. Sin embargo, el resultado anterior no sólo se repite, sino que el voto en blanco crece diez por ciento más que la votación pasada.

A pesar de ser legal el voto en blanco en esa ciudad, el gobierno y los partidos políticos se convencen de que las instituciones democráticas han sufrido una acción criminal la cual tiene que ser perseguida y castigada ejemplarmente. Contra las cuerdas, pero aun confiados deciden retirarse  de la ciudad llevándose toda la institucionalidad estatalintentando dar una lección a sus habitantes. Al darse cuenta de que la ciudad no estalla en el caos esperado y que las cosas funcionan más o menos igual que antes, comienzan a tomar medidas cada vez más fuertes y desesperadas para revelar la conflagración y atrapar a sus cabecillas con la justificación de obrar en nombre de la democracia. De esta manera, medidas de Estado de excepción, de terrorismo de Estado, de militarización, de Estado de sitio, de espionaje, demanipulación mediática, entre otras tantas se convierten en prácticas comunes de ese gobierno para “salvar a la democracia”.

Ante este relato resulta casi impertinente preguntar ¿qué tiene que ver esta historia narrada por José Saramago en su novela, que tanto literaria como políticamente le hace honor a su nombre, “El ensayo sobre la lucidez” con la actual coyuntura electoral en Michoacán y México? Los  últimos síntomas de la aguda (quizás terminal) enfermedad que padece la democracia electoral mexicana nos dan una respuesta contundente: una crisis de derechos humanos sin precedente a causa de un Estado de excepción no declarado; un ominoso despilfarro de recursos económicos en instituciones y campañas electorales, a pesar de los recortes presupuestales en ciencia, cultura y salud sufridos por la caída internacional de los precios del petróleo; una institucionalidad electoral atrofiada a pesar de los múltiplesintentos de resurrección que empeña su credibilidad (y de paso nuestro dinero) en el circo creado principalmente por monopolios mediáticos que nos bombardean minuto a minuto y en casi todos los espacios con millones de spots vacios e idiotas, con discursos oportunistas, con imágenes grotescas y con “logros gubernamentales” manipulados.

Pero no sólo en esta desastrosa situación se puede encontrar algún tipo de paralelismo con la historia de Saramago, sino también en el llamado a no votar en la siguiente jornada electoral que hoy es encabezado por el movimiento de los padres de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. En base a su experiencia y a lo que han padecido desde la desaparición de sus hijos han llegado a la misma conclusión que otras víctimas del régimen criminal que campea en México: votar hoy por algún partido político es votar por el crimen organizado.

El llamado a no votar y a buscar nuevas formas de participación política poselectorales, sin embargo, no es una cosa nueva en México. Desde hace varios periodos electorales ha venido creciendo en varios movimientos sociales la percepción de que la vía electoral en México se encuentra agotada para luchar desde ahí por condiciones sociales más justas. En consecuencia, distintos colectivos y movimientos sociales han venido ensayando y desarrollando desde hace varios años nuevas prácticas de organización política y democrática de carácter poselectoral que se pueden encontrar desde las experiencias zapatistas, pasando por las iniciativas de autoorganización en la montaña de guerrero, hasta las recientes innovaciones de democracia comunitaria en el municipio purépecha de Cherán.

A pesar de la emergencia de estas experiencias, hoy latentes a nivel local, la mayoría de los simpatizantes de la izquierdaelectoral ha optado hasta ahora por la actitud pragmática de votar, argumentando que no es posible escapar de los resultados de las elecciones y que las experiencias referidas no son alternativas al sistema electoral. Este pragmatismo alimentado por un “realismo” famélico y miope ha llevado a la ascensión de la lógica del “mal menor” o del miedo como elemento crucial para la definición de la acción política. Lo que orienta a estos simpatizantes “realistas” de la izquierda electoral no es la convicción de que los candidatos que presenta el PRD sean buenos (y quizás pronto MORENA), sino el constante miedo de que llegue o regrese el PRI o el PAN al poder.

Los resultados de la anterior elección presidencial son un ejemplo ilustrador de lo perverso de este criterio. Los izquierdistas “realistas” no sólo no pudieron evitar la llegada de Peña Nieto a la presidencia, sino que les tocó ver cómo la mayoría de los  diputados y senadores del PRD que habían apoyado con su voto traicionaba a López Obrador paraasociarse servilmente con Peña Nieto. Han tenido, muchos de ellos, que soportar durante tres años las políticas de seguridad fascistas (dignas de cualquier gobierno de extrema derecha) del jefe de gobierno del DF, o en otro caso sufrir las consecuencias de apoyar a personajes como el exalcalde de Iguala, que sin duda se benefició criterio “realista” de votar y del liderazgo de López Obrador. La pregunta que se tendría que hacer a los izquierdistas “realistas” es ¿Cuántosvotarán ahora por el PRD pensando que están contribuyendo a liberarnos del régimen neoliberal y criminal del PRI y del PAN?

No es en absoluto casualidad que al igual que Peña Nieto el presidente nacional del PRD haya llamado recientemente a “superar” la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Obviamente, tampoco es casualidad que “el peligro para México” ya no provenga de un líder o de su partido político, ni que ahora el blanco de las acciones gubernamentales prácticamente de guerra (espionaje, desapariciones, tortura, violaciones, etcétera) sea dirigido, como en la novela de Saramago, a los movimientos que demandan la suspensión de la elección en guerrero y que llama a no votar en los siguientes comicios electorales, es decir, al movimiento de los padres de los normalistas desaparecidos y los que lo apoyan.

Con todo, el dilema en Michoacán y México no se reduce a “votar o no votar”. Esto  equivaldría a pensar que las cosas se van a resolver saliendo a votar el día de la elección por un partido o por otro. No, la ecuación es más compleja. Necesitamos desechar la opción electoral tal como existe hoy en México, pero al mismo tiempo comprometernos con nuevas formas de participación política poselectorales que ya están ahí, pero que los antejos del pragmatismo electoral y de una buena dosis de racismo nos han impedido ver y valorar. Quizás sólo después de esto sea posible reconquistar, con otra lógica, el espacio de la política electoral y  no a la inversa como pretenden algunos izquierdistas “realistas”.

En consecuencia la relevancia del próximo 7 de julio consistirá no en la resolución de una disputa falsa de partidos que básicamente representan lo mismo, sino en una oportunidad para solidarizarnos con los padres de los normalistas desaparecidos y sobre todo para marcar un punto de inflexión en el rescate político de nuestro país. Quizás y sólo quizás ese sea el buen día en que, como en la novela de Saramago, la lucidez y no el miedo oriente por fin nuestra acción política.

4 marzo, 2015
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