Orlando Aragón Andrade
En una ciudad se realizan elecciones. La jornada finaliza con un resultado inesperado y sorpresivo, más del setenta por ciento de los votos son en blanco. Ante este resultado “inaudito” el gobierno, en acuerdo con los partidos políticos, decide repetir la elección una semana después y desplegar todo elaparato de espionaje estatal para descubrir lo que consideran una maquiavélica conspiración en contra de las instituciones “democráticas”. Sin embargo, el resultado anterior no sólo se repite, sino que el voto en blanco crece diez por ciento más que la votación pasada.
A pesar de ser legal el voto en blanco en esa ciudad, el gobierno y los partidos políticos se convencen de que las instituciones democráticas han sufrido una acción criminal la cual tiene que ser perseguida y castigada ejemplarmente. Contra las cuerdas, pero aun confiados deciden retirarse de la ciudad llevándose toda la institucionalidad estatalintentando dar una lección a sus habitantes. Al darse cuenta de que la ciudad no estalla en el caos esperado y que las cosas funcionan más o menos igual que antes, comienzan a tomar medidas cada vez más fuertes y desesperadas para revelar la conflagración y atrapar a sus cabecillas con la justificación de obrar en nombre de la democracia. De esta manera, medidas de Estado de excepción, de terrorismo de Estado, de militarización, de Estado de sitio, de espionaje, demanipul
Ante este relato resulta casi impertinente preguntar ¿qué tiene que ver esta historia narrada por José Saramago en su novela, que tanto literaria como políticamente le hace honor a su nombre, “El ensayo sobre la lucidez” con la actual coyuntura electoral
Pero no sólo en esta desastrosa situación se puede encontrar algún tipo de paralelismo con la historia de Saramago, sino también en el llamado a no votar en la siguiente jornada electoral que hoy es encabezado por el movimiento de los padres de los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. En base a su experiencia y a lo que han padecido desde la desaparición de sus hijos han llegado a la misma conclusión que otras víctimas del régimen criminal que campea en México: votar hoy por algún partido político es votar por el crimen organizado.
El llamado a no votar y a buscar nuevas formas de participación política poselectorales, sin embargo, no es una cosa nueva en México. Desde hace varios periodos electorales ha venido creciendo en varios movimientos sociales la percepción de que la vía electoral en México se encuentra agotada para luchar desde ahí por condiciones sociales más justas. En consecuencia, distintos
A pesar de la emergencia de estas experiencias, hoy latentes a nivel local, la mayoría de los simpatizantes de la izquierdaelectoral ha optado hasta ahora por la actitud pragmática de votar, argumentando que no es posible escapar de los resultados de las elecciones y que las experiencias referidas no son alternativas al sistema electoral. Este pragmatismo alimentado por un “realismo” famélico y miope ha llevado a la ascensión de la lógica del “mal menor” o del miedo como elemento crucial para la definición de la acción política. Lo que orienta a estos simpatizantes “realistas” de la izquierda electoral no es la convicción de que los candidatos que presenta el PRD sean buenos (y quizás pronto MORENA), sino el constante miedo de que llegue o regrese el PRI o el PAN al poder.
Los resultados de la anterior elección presidencial son un ejemplo ilustrador de lo perve
No es en absoluto casualidad que al igual que Peña Nieto el presidente nacional del PRD haya llamado recientemente a “super
Con todo, el dilema en Michoacán y México no se reduce a “votar o no votar”. Esto equivaldría a pensar que las cosas se van a resolver saliendo a votar el día de la elección por un partido o por otro. No, la ecuación es más compleja. Necesitamos desechar la opción electoral tal como existe hoy en México, pero al mismo tiempo comprometernos con nuevas formas de participación política poselectorales que ya están ahí, pero que los antejos del pragmatismo electoral y de una buena dosis de racismo nos han impedido ver y valorar. Quizás sólo después de esto sea posible reconquistar, con otra lógica, el espacio de la política electoral y no a la inversa como pretenden algunos izquierdistas “realistas”.
En consecuencia la relevancia del próximo 7 de julio consistirá no en la resolución de una disputa falsa de partidos que básicamente representan lo mismo, sino en una oportunidad para solidarizarnos con los padres de los normalistas desaparecidos y sobre todo para marcar un punto de inflexión en el rescate político de nuestro país. Quizás y sólo quizás ese sea el buen día en que, como en la novela de Saramago, la lucidez y no el miedo oriente por fin nuestra acción política.