Corazón 3.0


FIFA-Gate: ¿Una estrategia gringa para quedarse con el fútbol?

FútbolRebelde  / David Quitián

El fútbol es un negocio y una fuente de poder sin igual. Por eso, una pequeña élite agrupada en la FIFA se ha querido quedar con él. Ahora viene la reacción de la justicia estadounidense para que el negocio pase a manos de las empresas gringas.

Como una película: El escándalo de la FIFA por la corrupción de sus dirigentes tiene todos los ingredientes de una película de Hollywood. Y en las películas de Hollywood siempre ganan los gringos. Este provocativo coctel mezcla espionaje, mafia, paraísos fiscales, islas del caribe, fiestas desaforadas, traiciones, delaciones y, por supuesto, el FBI de por medio.

Para que no queden dudas sobre su origen, el caso ha sido bautizado por la prensa con el poco creativo anglicismo de “Fifa-gate” – lo cual remite el caso a la justicia trasnacional con epicentro en Washington-.

La superproducción incluye un actor de reparto colombiano: Luis Bedoya, hasta hace poco presidente de la Federación Colombiana de Fútbol (FCF), vicepresidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) y miembro del Comité Ejecutivo de la FIFA. Bedoya se suma a la lista de dirigentes vinculados al proceso, y su destino parece ser el mismo que el de sus colegas que corrieron a firmar un acuerdo con la Fiscalía estadounidense para la aceptación de cargos, delación, devolución de dinero y una posible pena que podría combinar fianza monetaria y cárcel.

Nos hemos enterado de varias de estas entregas a la justicia y de las capturas de otros directivos del fútbol del mismo modo que viendo un partido en diferido: sabemos el marcador, pero desconocemos los lances del juego. Eso no obstaculiza la alegría ni la sensación de alivio: por fin llega el imperio de la ley a castigar a los dirigentes tramposos.

Pero tampoco podemos dejar de preguntarnos: ¿es este el remedio que necesitaba el fútbol? ¿Finalmente a quién beneficia todo esto? Estos interrogantes remiten a un escenario global del fútbol que integra política internacional, intereses económicos nacionales y trasnacionales y lucha por el control de una actividad popular y poderosa.

La pelota sí se mancha: Maradona se equivocó al decir “la pelota no se mancha”. Sí se mancha. Y mucho.

Por más que queramos negarlo, este deporte y varios más (como pasa con el actual escándalo de trampa y doping en el atletismo) no son la imagen romántica que hemos construido de ellos. Al involucrar la lógica del mercado, el juego se ha desplazado de lo sacramental-estamental de las prácticas olímpicas de la antigüedad a lo cortés-caballeresco del medioevo y a lo lucrativo-espectacular del mundo contemporáneo.

Estos cambios no son gratuitos y la sociedad es dinámica. Poco a poco la vida se ha ido “deportivizando”: empezamos a adoptar un código social importado, el fair play(juego limpio) de los ingleses, que nos brindó una moral sobre el uso de la violencia y encumbró una estética donde lo bello y lo placentero eran modelado por los atletas en las pistas deportivas y en la pantalla del televisor.

No es que la televisión –ni la prensa ni la radio- hiciera popular al fútbol: es que por ser popular lo presentaron. Sin embargo sí lo globalizó y propició el clima favorable para el  negocio que floreció con él.

El fútbol no es simplemente un deporte; también es entretenimiento, show, placebo de la patria y negocio. Pocos deportes tienen más practicantes y ninguno tiene más consumidores. El PIB del fútbol lo ubicaría entre las 20 economías más ricas y cada Copa Mundial es vista por ocho de cada diez terrícolas. Por eso la prisa de las federaciones nacionales por inscribirse en la FIFA y el temor de ser desafiliadas.

Quien tenga el control del balón tiene muchas plusvalías: eso explica por qué nuestros clubes, que siempre están quebrados, son frecuentes escenarios de disputas feroces entre sus dirigentes. Y no es solo dinero: el exsenador Gabriel Camargo, que todos los años amenaza con cerrar al Tolima, lo sabe. También el recién posesionado presidente argentino, Mauricio Macri, puede demostrarlo: su reconocimiento nacional y la imagen empresarial que transmite se deben a sus conquistas en la gerencia del Boca Juniors.

La justicia del sheriff: No se necesita mucho ingenio para concluir que la corrupción del balompié proviene de su éxito económico. Tanto dinero junto es una tentación irresistible para quien lo cuenta.

Pero aquí surgen un par de preguntas: ¿Por qué, si el fútbol es un negocio, condenan a los directivos por lucrarse? ¿Por qué es un crimen en ellos lo que en otros es normal?

Los cargos que les imputan a los jerarcas del fútbol son todos de naturaleza fiscal, económica y contable, y su máxima ofensa fue valerse, del sistema financiero estadounidense para ese enriquecimiento. Esto lo sabemos bien los colombianos con el narcotráfico: la justicia norteamericana solo persigue y castiga lo que le afecta. En este caso: que haya habido evasión tributaria y utilización dolosa de su sistema bancario.

El indictment presentado a dos manos por los departamentos de Justicia y del Tesoro de Estados Unidos no busca castigar otra cosa que los delitos financieros: sobornos, sobrecostos, uso indebido de mediaciones e información bancarias y fraude en impuestos, realizados por representantes de confederaciones como la Sudamericana (Conmebol) y la de Norte, Centroamérica y del Caribe (Concacaf). De igual forma que en la lucha contra los carteles de la droga, los pliegos de cargos son eminentemente económicos.

No sorprende la dureza estadounidense contra los delitos fiscales; la severidad tributaria hace parte de su ADN cultural (aunque este rigor no se aplica a sus propias empresas en el exterior).

Sin embargo, esta soberanía judicial no es compatible con el discurso de los portavoces de la Casa Blanca: salvar al mundo del crimen trasnacional, persiguiendo a los que atenten contra los valores de la civilización. Estos valores –así como aconteció con el fútbol inglés al que adoptamos como nuestro- son los mismos occidentales, proyectados por algunos de los vencedores de la II Guerra Mundial y maximizados desde la Guerra de Vietnam por la política exterior norteamericana y el poderoso dispositivo de su Star-system.

Fútbol local, crimen mundial: El fútbol es una de las rutinas dominantes de la sociedad del espectáculo, al punto que se ha convertido en ámbito hegemónico: se “futbolizan” la política, la cultura, el propio deporte y la vida. Como industria cultural es a la vez máquina cultural e industria.

Esto quiere decir que las personas podemos agendar nuestra vida y adoptar códigos sociales en clave de balompié: los mundiales y demás eventos intermedios (Champions League, Libertadores, Copa América) se hacen calendario y tienen la facultad de ordenar nuestra vida.

Esta condición sin par convierte al fútbol en un botín codiciado al que todos quieren hacerse. Así, de ser un invento nobiliario (que reglamentó juegos populares), este volvió rápidamente al pueblo que lo disfrutó y enriqueció antes de ser nuevamente cooptado por la aristocracia que ya no se llamaba nobleza sino que se agremió en torno a una sigla que hoy es una marca: FIFA.

Lo realmente afrentoso es este secuestro de la pelota: que un pequeño grupo de individuos (la FIFA y sus agentes: Uefa, Conmebol, Concacaf) se haya apropiado de un bien popular y, aprovechándose de sus atributos de práctica universal, se lucrasen a manos llenas cobrándonos por disfrutarlo al devolvérnoslo como mercancía.

Hacerse, por vía judicial, al control de la FIFA es la estrategia estadounidense.

Ese robo no solo se gestó en la esfera globalizada de la FIFA o en la regional de la Copa América; también se da en el plano nacional y local. Tendríamos que preguntarnos hasta dónde la Dimayor y la FCF, por más que se pregonen como entidades de derecho privado, administran un bien público y se benefician de ello. El fervor multitudinario de los hinchas por sus clubes y la fidelidad por la Selección Nacional son prueba de ello.

Esa ilegitima apropiación ilustra el desconocimiento de la legislación laboral y el eficaz mito –derrumbado con las actuales investigaciones- de la inmunidad legal que poseía el fútbol federado, que no rendía cuentas a la justicia ordinaria (so pena de expulsión del “país infractor” de la FIFA), sino al tribunal deportivo del ente federativo en Zúrich.

Un nuevo orden: Los juicios en el Tribunal de Nueva York decidirán el rumbo de la FIFA y el destino del fútbol mundial. Sin duda, hacerse, por vía judicial, al control de la FIFA es la estrategia estadounidense, que así repara una singularidad histórica: el escaso peso de Estados Unidos en el planeta fútbol (o soccer).

Esta movida judicial de envergadura internacional se hace en el oportuno momento de elecciones, y después del descalabro político que para la FIFA significó el Mundial en Brasil.

¿Se harán los gringos al poder de FIFA y al del fútbol mundial? ¿Completarán así su estrategia de ampliar su participación en el mercado futbolero (ya iniciada con firmas como Nike)? Seguro que detrás de la avanzada judicial vendrá la retaguardia mercantil, televisoras incluidas.

No obstante, la crisis no deja de ser una oportunidad. Ya se habla de una rebelión de los clubes en Sudamérica que desconocerían las herencias del tipo Grondona-Corleone que campearon en la región acomodándose a los regímenes de turno por más despóticos que hayan sido (como en el Mundial de Argentina 78).

Así mismo, surgen voces que abogan por una entidad internacional que defienda el derecho de los hinchas. El tiempo es propicio, como un centro limpio al área de cinco cincuenta.  Ojalá no se deje escapar la efervescencia y el calor.

(*) David Quitián: Sociólogo y magíster en Antropología de la Universidad Nacional radicado en Rio de Janeiro, donde hace un doctorado en antropología en la Universidad Federal Fluminense, profesor de la UNAD de Colombia y miembro fundador de la Asociación Colombiana de Investigación y Estudios Sociales del Deporte (ASCIENDE).

21 diciembre, 2015
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