Íñigo Errejón
¿Qué nos jugamos este domingo en Francia? ¿Cómo nos afectan las elecciones presidenciales del país vecino? ¿Qué lecciones podemos sacar? Recapitulemos. La campaña comenzó con el triste pronóstico de una victoria en primera vuelta de Marine Le Pen, que capitalizaba como nadie una profunda crisis política y una desafección galopante. La traición de Hollande a todas sus promesas electorales –aplicando una reforma laboral muy parecida a la del PP– hundía a un partido socialista dividido entre el seguidismo de las políticas neoliberales y el ‘giro a la izquierda’. La corrupción lastraba y acosaba al conservador Fillon, mientras que la izquierda continuaba encerrada en su laberinto y su techo de cristal. Como principal alternativa a Le Pen emergía con fuerza la candidatura de Macron, exbanquero y exministro de Economía comprometido tan a fondo con la agenda neoliberal que ha recibido alabanzas de la propia Merkel. Su propuesta ciudadanista de rechazo a la ‘vieja política’ deja, sin embargo, intactos los pilares de desmantelamiento de lo público, precarización del empleo y libertinaje financiero. Un Albert Rivera en versión culta y refinada, para entendernos.
El crecimiento de Macron hacía temer una segunda vuelta ‘a la americana’ en la que a la propuesta xenófoba, pero también soberanista y socializante de Le Pen, solo cabría oponer el más fiel continuismo a unas políticas económicas despiadadas que han minado el bienestar y las expectativas de vida de la mayoría de los franceses. Un nuevo duelo Hillary-Trump que hacía presagiar lo peor, en un electorado marcado por el hartazgo, el deseo de cambio y la búsqueda de protección en el Estado ante una globalización salvaje. También por el miedo al terrorismo islamista, convertido en islamofobia por la retórica irresponsable no solo del Frente Nacional, sino también de una derecha que en muchos casos copia las palabras y propuestas de Le Pen.
Afortunadamente, en las últimas semanas hemos presenciado un fenómeno esperanzador que cambia por completo las expectativas para este domingo. La France Insoumise, el movimiento que impulsa al candidato Jean-Luc Mélenchon, ha sido capaz de interpretar correctamente el momento populista que vive Europa, de superar los corsés y tics derrotistas de la vieja izquierda. Mélenchon está convencido, como antes Bernie Sanders, de que para que los de abajo sean capaces de poner fin a los privilegios de las élites, su propuesta no puede quedarse en la denuncia o en la resistencia, sino que precisa además de la promesa creíble de construcción de un nuevo orden más justo. Que para plantar cara a la corrupción y los recortes hay que plantear propuestas más solventes y verosímiles que las del adversario. Que para construir una mayoría con los perdedores de la crisis hay que sustituir las banderas rojas por las tricolores y la Internacional por la Marsellesa. Que la única forma de competir con el proyecto de ‘comunidad protectora’ del Frente Nacional –que deja fuera a una parte de los franceses, dividiéndolos y estigmatizándolos por el color de su piel– es disputarles la promesa patriótica de “volver a poner Francia en orden”, de reconstruir un pacto social destrozado por la ofensiva codiciosa de los de arriba. Todo esto, acompañado de una intensa campaña de innovación y desborde ciudadano, ha situado a Mélenchon y a su ‘pueblo de Francia’ en condiciones de llegar a la segunda vuelta.
Francia es el epicentro, este fin de semana, de la crisis que recorre una Europa secuestrada por los poderes financieros. Francia decide este domingo si continuará por la senda de la austeridad y los recortes; si tomará la vía del repliegue autoritario que propone Le Pen; o si, por el contrario, decide ampliar su democracia y la protección de todos sus ciudadanos, como pretende Mélenchon. Es la democracia, el protagonismo popular, la soberanía y el respeto a los derechos humanos lo que está en juego. Esperemos que sea Mélenchon quien lidere al pueblo que nos enseñó la libertad, la igualdad y la fraternidad.