Rosario Herrera Guido
La posibilidad de ‘impeachment’ (proceso) a un presidente,
está consagrado en la Constitución de los Estados Unidos,
desde su aprobación en 1789.
El proceso, originado de las leyes coloniales inglesas,
puede impulsarse ante lo que se consideren
casos de “traición, soborno, altos delitos o faltas”.
El castigo de un ‘impeachment’ es la destitución del cargo
sin posibilidad de apelación.
Joan Faus
Después de conversaciones con intelectuales y luchadores sociales de California, sobre la tragedia que se cierne sobre los Estados Unidos y el mundo, a partir del increíble e insufrible arribo de Donald Trump a la Presidencia, el 11 de febrero de este 2017, me enviaron la foto que ilustra este artículo: la manifestación multitudinaria en Ocean Beach en San Francisco, California, en la que a lo largo de la playa forman el letrero IMPEACHMENT NOW! (Proceso Ahora !).
Impeachment por el cúmulo de faltas a la política y la ética republicana, en razón de la perversión de las reglas electorales, el cúmulo de improperios de todo tipo en los debates, difamaciones y humillaciones a los migrantes, rechazo a los musulmanes, no se diga a los malos mexicanos que drogan a su país (cuando México sólo cubre el 5% de la heroína blanca y el resto la aporta Asia), o como el improperio que dirige a Hillary Clinton, por el que debería haber sido descalificado como candidato a la Presidencia de la República: “What a nasty woman” (Qué pinche vieja); una grotesca conducta que fue la constante, pero desestimada, durante toda su campaña y que sigue su curso durante toda la pesadilla de los grotescos y vergonzantes pocos días en lo que va de su “administración”.
¿Infancia es destino, como dice Santiago Ramírez? Tal vez. Dice Ricardo Rocha que “Todo comenzó con el burdel del abuelo, Frederich Drumfp, nacido Kallstadt, Alemania, un pueblito alemán, quien con apenas 16 años huyó del servicio militar, y llegó a Nueva York. Sin una palabra en inglés, pero dispuesto a todo, incluso a cambiarse el nombre a Frederich Trumpf y luego a Trump, para asimilarlo al inglés” (El Universal, 01/02/17). Un abuelo que por dos veces expulsa el nombre del padre, que es representante de la ley, que prohíbe el incesto, el parricidio, todo tipo de asesinato, y que introduce la ley del lenguaje, que es la gramática y la diferencia de los sexos, además de la diferencia (que evita la misoginia y la xenofobia). Una expulsión del nombre del padre que es un rasgo paranoico. Cómo olvidar que la escuela inglesa de psicoanálisis acostumbra decir que se necesitan Tres Generaciones para que se constituya un psicótico. Tras las huellas del abuelo, la repetición: la evasión de ir él mismo a la guerra, y ahora que la va a promover, como nunca, no sólo porque “Estados Unidos siempre ganó todas las guerras (se le olvida la de Viet Nam) y las viene perdiendo todas”, sino porque debe cumplir lo que le prometió a la National Fifle Association, a cambio de su apoyo para trepar a la Presidencia.
El abuelo en tiempos de la fiebre del oro compra un restaurante en la zona roja de Seattle (“Poodle Dog”), donde vende alcohol, comida y mujeres. Y ya con fortuna regresa a Nueva York, donde emprende en el negocio inmobiliario. Fred Trump, Junior, el padre de Donald Trump, en consecuencia, se dedica a la venta y renta de casas en Brooklin y Queens, donde se vincula al KU Klux Klan, y participa con mil racistas en una pelea contra cien policías, y tras la que es arrestado (Hemeroteca del New York Times). Donald Trump también se interna en el negocio inmobiliario, donde provoca un escándalo por no querer rentar a negros ni latinos. El abuelo huye del servicio militar y Donald Trump, pretextando problemas con un talón, se escapa de ir a la guerra. El abuelo y el padre negocian con cantinas, Donald Trump con casinos.
¿Cómo olvidar, a propósito de su personalidad fuera de la ley, por la que medio mundo lo ha diagnosticado y calificado de psicótico, que cuando su compañera debe sostener la Biblia sobre la que debe posar su mano y jurar cumplir y hacer cumplir la Constitución de los Estados Unidos, trae una Biblia de su mamá, la pone encima de la Oficial, y sobre ella jura … es decir, en nombre de la madre, de la ley materna, dejando ver la caída del Nombre del Padre, representante de la ley de la cultura.
Durante toda la campaña y los días siguientes de su administración, no ha hecho más que firmar decretos fuera de la ley y el Congreso, además de todos los cánones republicanos, enfrentándose Meryl Streep y a Hollywood entero, como se pudo apreciar la noche de los oscar 2017. Trump, el que rebasa todos los órdenes jurídicos, culturales, sociales y hasta religiosos; el que se enfrenta a todos los medios de difusión, a los periodistas a quienes acusa de ser enemigos del pueblo, y que para cerrar con broche de oro va declararle la guerra a los migrantes en su delirio con fuerza militar (en particular los malos mexicanos) y a emprender guerras por todo el planeta hasta terminar con todo, incluyendo él mismo, lo que lo elevaría a paradigma de la paranoia, y en un lenguaje coloquial, también de la cobardía. Pues quién haya estado en Estados Unidos sabe que está sobre poblado de chinos …pero con ellos no se mete, no por ahora, sino con los débiles y cobardes que no sólo no quieren sino que no pueden mirar al sur, pues siempre han querido ser el amo.