Cultura


In Memoriam de Rius

El humorismo es una rama de la filosofía.
Y es la única rama de la filosofía
que hace reír mientras pensamos que pensamos.
Rius, Mis confusiones.

Este martes amanecimos, después de tanta ingente orfandad de críticos del sistema, como Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes y José Emilio Pacheco, con la árida noticia del fallecimiento de Rius, Eduardo Humberto del Río García (Zamora, Michoacán. 20 de junio de 1934 – Cuernavaca, Morelos, 8 de agosto de 2017).

Rius, un nombre que evoca la “Poética” de Aristóteles, que devela desde la temprana filosofía griega, siglo iv a.e., que la risa tiene una faz política, no sólo porque alarga las palabras, las mutila y crea nuevas palabras, retorciendo el lenguaje, para pervertir el decir autorizado en el espacio público, el Ágora, sino porque su naturaleza es opuesta al poder (Aristóteles, “Poética”, Obras, Aguilar, 1973:98). Una censura medieval, según Umberto Eco, que termina por quemar la parte referente a la risa, por diabólica (Eco, El nombre de la rosa, Lumen, 2010); una represión que Jacques Lacan atribuye al chiste, pues el torcimiento del lenguaje atenta contra el poder del Lógos comúnmente compartido, según el presocrático Heráclito de Éfeso.

Rius es un seudónimo que evoca el ingenio, el Witz, que en el alemán de los románticos alemanes y protestantes como Schelling o Schiller significaba la gracia, que Freud traduce por chiste, hasta en el sentido de inspiración. El Witz, que también llegó a ser un baile, entre el charleston y el swing. El Witz, cual acto poético y político, pues la risa es. por naturaleza, opuesta al poder, ya que trata de lo que no se puede hablar, de lo que es preciso callar, de lo reprimido por el poder del amo, quien quiera que ocupe este escenográfico, imaginario, incómodo y dudoso lugar.

Rius es el nombre del ingenioso caricaturista y escritor, quien se da a conocer en la revista “Ja-Já”, con el seudónimo de Rius, quien crea con agudo humor toda una cartografía política, económica, educativa, religiosa, médica, culinaria, antropológica y sociológica de nuestro tiempo. Desde Los agachados; su radical libro Cuba para principiantes; El libro Guadalupano; Votas y te vas; Santo PRI líbranos del PAN; La interminable conquista de México; Cristo de carne y hueso; ¿Sería católico Jesucristo?; La panza es primero; La interminable conquista de México; ¿Cuándo se empezó a Xoder a Méjico? y La reforma dizque heducativa, por sólo citar algunos de sus más paradigmáticos cien libros. Rius fue y seguirá siendo un referente cultural para digerir nuestra tragicómica vida política nacional. Por ello Rius dibujó y escribió deslumbrantes textos para sus monos en Ja-Já, Proceso, en los más destacados diarios de México y en la revista que creo de crítica política, El Chamuco y los Hijos del Averno.

Rius, a quien recomiendo últimamente, en diversos foros sobre la “Reforma Educativa” (Rius, La reforma dizque heducativa, Grijalbo, 2016), de manera cómica y erudita hace una crítica de la escuela y la “reforma dizque heducativa”, con faltas de ortografía, que seguramente tiene al que le dicen Ñoño (simplón e inexpresivo), que cree que la escuela, así como se encuentra en México, es el único lugar donde se pueden recibir las enseñanzas necesarias para formar ciudadanos. Como enseña Ivan Ilich: “[…] Latinoamérica no necesita más establecimientos escolares para universalizar la educación. Esto suena ridículo porque estamos acostumbrados a pensar en la educación como un producto de la escuela, y porque estamos inclinados a presumir que lo que funcionó en los siglos XIX y XX necesariamente dará los mismos resultados en el XXI. De hecho, ninguna de las dos suposiciones es cierta (Illich, En América Latina ¿para qué sirve la escuela? Buenos Aires, Búsqueda, 1985:115). Rius permite recordar que las escuelas se sembraron por todo el continente, incluido México, para impulsar la economía de la primera época industrial, pero ahora son reliquias obsoletas en una sociedad que pasa de una agricultura primitiva a la Era de la Globalización y la Internet. La ideología de la alfabetización universal impulsó la escuela, la vaca sagrada de Iglesia colonial y después la panacea del buen ciudadano del siglo XIX, que sabía leer, escribir y contar, algo tan valioso como el bautizo en el siglo XVII. Más tarde, la escuela promete la movilidad social y la riqueza. Pero la era de la escolaridad no generó la riqueza cultural y humana que exigen nuestras naciones, azotadas por la indigencia de valores, el autoritarismo, la corrupción, la impunidad, la violencia social, el crimen organizado y el desempleo. Lo que exige desmitificar la educación escolar, infantilzante, despótica, fervorosa e inquisitorial: extra acholam nulla est salus (fuera del rito escolar no hay salvación). Rius demuele el mito de la escuela, que olvida el deseo de autoformación y la oposición a la escuela, autoritaria, como la fábrica y el ejército (Foucault, Dits et écrits III, París, Gallimard, 1994:395). La escuela no sólo es para aprender a leer, escribir, contar y acceder a la humanidad, también es para dominar. En el siglo XVII surgen las técnicas para dominar a los escolares: formarse en fila, frente al profesor, como en el ejército (Foucault, Dits et écrits III, París, Gallimard, 1994: 586). Rius, desde su epígrafe, cita a Michel de Montaigne, para impugnar la ideología escolar: “El niño no es una botella que hay que llenar, sino un fuego que es preciso encender” (Rius, La reforma dizque heductiva, Grijalbo, 2016:5). Un libro en el que Rius recomienda como antecedente “El fracaso de la educación en México”(1987), donde pregunta desde por qué tiene qué ser siempre un político y no un académico el Secretario de Educación, hasta por qué diablos la educación en México ha sido y es una retórica hueca que nunca concreta nada, sobre todo ahora con la “reforma dizque heducativa”, que se queda en un remedo de reforma administrativa y en la supuesta “recuperación de la rectoría del Estado en materia educativa” (Rius, La reforma dizque heducativa, Grijalbo, 2016:12). A ello se suma “la alianza perversa de los sindicatos de maestros con el poder político y la corrupción que priva ya descaradamente entre los dirigentes sindicales” (Rius, La reforma dizque heducativa, Grijalbo, 2016:17). Para concluir que “El magisterio se ha quedado aislado de la realidad nacional y su papel en la escuela se ha limitado a ser proveedores de información y conocimientos inútiles que atiborran la cabeza de los educandos” (Rius, La reforma dizque heducativa, Grijalbo, 2016:77).

Rius, el maestro de la risa contra el poder. Como dijo el año pasado la escritora Elena Poniatowska, cuando el monero recibió el Premio Gabriel Vargas: “el más entrañable de los caricaturistas; su vasta obra no sólo es la educación política de los mexicanos sino su educación sentimental”. El caricaturista que, a falta de una musa de la caricatura y del humor, inventó al diablo como su musa, “por ser un perfecto cabrón”. El diablo, lo diabálico, lo opuesto a lo simbólico, el mal, la (mal)dicción, la (mal)dición. Como advierte el pensador y psicoanalista mexicano, Néstor Braunstein: “[…] la represión no tiene otro soporte que el discurso y por eso es que hay ‘malas palabras’, palabras prohibidas, transgresoras y es por eso también que la transgresión está comprometida con el goce, que es destrucción de un ordenamiento anterior, impugnación de la ley, parricidio, en una palabra, poíesis, poesía […] Por donde se comprueba que todo buen poeta es maldito, no tanto porque se lo maldiga, cosa que no deja de suceder, sino que se lo maldice debido a que es un maldecidor, saboteador de los modos estructurados del decir, evocador de un goce maldecido, siempre en entre dicho” (Braunstein, «Lingüistería», El lenguaje y el inconsciente freudiano, Siglo XXI, 1982:184). Y el eco del poeta Rius lo reafirma, con una de sus más conocidas frases: “Con el chiste y el comics se pueden decir cosas impunemente”.

9 agosto, 2017
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