Orlando Aragón Andrade
“Es cierto que necesitamos la historia, pero la necesitamos de un modo distinto a la del ocioso maleducado en el jardín del saber, pese a que éste contemple con desprecio nuestras necesidades y las considere rudas y carentes de gracias. Esto quiere decir que necesitamos la historia para la vida y para la acción, aunque, en realidad, no para su cómodo abandono, ni para paliar los efectos de una vida egoísta y de una acción cobarde y deshonesta.” Esta reflexión que Nietzsche hizo hace casi 150 años presenta una sorprendente vigencia en un contexto como el que vivimos actualmente en Michoacán y México. Pocos eventos de este sexenio se recordaran con un discurso tan distante de las problemáticas del país y con contenidos tan demagógicos como el del acto oficial de la celebración de los 200 años de la Constitución de Apatzingán que encabezó Enrique Peña Nieto hace unos días. Como lo reportaron algunos medios mientras el país estaba manifestándose en las calles en contra de la violencia y la desaparición de 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, Peña Nieto hablaba de un país de leyes y de derechos humanos que sólo existen en su cabeza y en la de su camarilla multipartidista de colaboradores.
Una condición fundamental para que este discurso demagógico y vulgar tenga algún tipo de efectividad es, sin lugar a dudas, la complicidad de los medios de información oficialistas. Sin embargo, estos no son únicos actores que de manera explícita o implícita contribuyen a la causa del régimen priísta. Amplios sectores de la academia reproducen versiones más sofisticadas sobre la historia y el significado de éste y otros bicentenarios que, como nos alerta la reflexión de Nietzsche, se presentan bajo los ropajes de la neutralidad política, del conocimiento puro o de la devoción por lo viejo.
Este tipo de lecturas de la historia, y por ende de significados de los bicentenarios, centran su atención en resaltar casi todo –que paradójicamente es casi nada– lo relacionado con la conmemoración: la vida mítica, humanizada o satanizada de ciertos personajes, su pensamiento, sus ideales, sus virtudes y sus vicios; los puntos y las comas de los textos políticos y jurídicos, sus influencias y sus innovaciones; el contexto cultural de la época; etcétera. Estos ejercicios doctos, y al mismo tiempo ignorantes, pueden resaltar todos estos elementos con minucioso y hasta anecdótico detalle, pero olvidan el punto principal que mantiene vigencia de estos eventos pretéritos para nuestros días: la voluntad realizada de un grupo de hombres y mujeres de luchar contra un régimen que consideraban injusto y plasmar sus nuevas aspiraciones políticas en un documento jurídico que les diera vida.
En estos momentos en donde el descontento social sacude al país por la injusticia, la violencia, la descomposición del Estado y las instituciones electorales, la historia que necesitamos no es aquella que desempolva los muebles viejos para hacer lucir al inmobiliario actual, tampoco aquella que se trasviste de crítica para denunciar las ideologías del pasado y afirmar las del presente –empezando por la ideología del fin de las ideologías– , mucho menos aquella que se concibe a sí misma como neutral y que supone ilumina las penumbras del pesado sin ningún efecto para el presente. No. La articulación de la historia que necesitamos para nuestros días es justamente una como la que intentó invocar el ex líder de las autodefensas, José Luis Mireles, en una de sus comunicaciones desde la cárcel. A propósito de los festejos de la independencia nos recordó que los hombres y mujeres que protagonizaron la lucha por la independencia, tal como ocurrió con el surgimiento de las autodefensas en la tierra caliente de Michoacán, se armaron y lucharon contra una situación que consideraban injusta, indigna y opresiva.
Más de sesenta años después del texto de Nietzsche, otro gran pensador sintetizo en uno de los textos más influyentes del pensamiento crítico moderno, “Las tesis sobre la historia”, esta forma de articulación de la historia, es decir, la invocación del pasado pero en forma de semilla para un futuro de libertad. De esta manera, Walter Benjamin plasmó en este documento la siguiente sentencia, que valdría tenerla bien en cuenta para la actual coyuntura de asesinatos y desapariciones: “En cada época es preciso hacer nuevamente el intento de arrancar la tradición de manos del conformismo, que está siempre a punto de someterla […] Encender en el pasado la chispa de la esperanza es un don que sólo se encuentra en aquel historiador que está compenetrado con esto: tampoco los muertos estarán a salvo del enemigo, si éste vence.Y este enemigo no ha cesado de vencer.”
Conviene, por tanto, no olvidar en estos días agitados en los que la historia amenaza con escapar del conformismo, que el régimen priísta entiende muy bien la importancia del pasado. A diferencia del panismo, que demostró su incompetencia en este rubro en el festejo del bicentenario de la independencia, el priísmo y sus nuevos aliados disponen de un grupo de académicos, de viejas y nuevas generaciones, con un arsenal discursivo sobre la independencia y sus textos legales que por diferentes vías buscarán mantener sometida la historia al conformismo.
Por esta razón, se requiere tener claro que hoy necesitamos a la historia, pero no una para especular despolitizadamente sobre nuestro pasado, ni para legitimar al orden actual, sino para fecundar un futuro diferente para nuestro país. Necesitamos tener conciencia pues de lo que Fredric Jameson resumió, hace apenas doce años, en esta poderosa fórmula: “las ontologías del presente exigen arqueologías del futuro, no pronósticos del pasado.”