Internacional


¡Con la revolución bolivariana por siempre!, intelectuales y artistas firman en apoyo a Venezuela

¿Quién acusará a los acusadores?

Respuesta al comunicado de intelectuales contra el proceso bolivariano de Venezuela

Bajo la implícita formula del “yo acuso” y unas horas antes de la reunión de la OEA en la que se discutiría nuevamente la intervención en Venezuela, más de una centena de intelectuales y académicos latinoamericanos, europeos y norteamericanos, firmaron recientemente una solicitada titulada “Llamado internacional urgente a detener la escalada de violencia en Venezuela”. Dicha solicitada constituye toda una declaración de principios de su posición respecto a la coyuntura bolivariana, elaborando diagnósticos, atribuyendo responsabilidades, y prescribiendo una salida a la crisis que tiene lugar en el país caribeño.

No ofenderemos la inteligencia ni la moral de los suscribientes (algunos verdaderas “vacas sagradas” del mundo académico crítico) poniendo en tela de juicio su compromiso político o sus competencias interpretativas. Asumiremos cada afirmación de la solicitada como lo que es, como una tesis errónea sobre el acontecer del proceso bolivariano de Venezuela. Y como tal, la someteremos a análisis, dando cuenta de que también los acusadores pueden y deben ser acusados. También los intelectuales, además de pontificar desde las encumbradas alturas de las academias, deberán dar cuenta de sus aciertos y sus errores en este dramático impasse continental, que bien podrá significar la clausura conservadora de un ciclo político ascendente, o bien el remanso previo a una eventual segunda oleada progresista y de izquierda en la región. Una derrota de las clases populares latinoamericanas no dejará de salpicar a los intelectuales en su prescindencia orgánica, en su incapacidad pedagógica, o en sus desinteligencias a la hora de calibrar juicios certeros.

El concepto de “guerra de cuarta generación” o de “guerra de baja intensidad”, es mucho más que una hipérbole para señalar la intensidad de una coyuntura específica. Es, más bien, la descripción de toda una estrategia insurreccional del imperialismo norteamericano para roer la joya más dura de la corona: la porfía de una revolución venezolana que, como ha hecho la cubana, viene a ofender nuevamente las aspiraciones virreinales de Estados Unidos respecto de su patio trasero. Más aún si consideramos la vital importancia económica y geopolítica de Venezuela para la reciente administración republicana de Donald Trump. Demostrada está la capacidad venezolana de religar a las experiencias progresistas y de izquierda y de tensionarlas hacia los límites de lo posible con una audaz política de integración latinoamericana, así como su control soberano sobre importantes recursos estratégicos tan caros a los proyectos de desarrollo de los países centrales como el petróleo o la biodiversidad. Sólo Venezuela, partera de este nuevo ciclo histórico, puede, con su caída, sellar su clausura irremediable. Así lo ha entendido Estados Unidos, más no así, pareciera, algunos de nuestros más prestigiados académicos.

Venezuela parece encontrarse en el preciso y doloroso tránsito entre dos de las etapas analizadas por Antonio Gramsci en sus análisis de situación y correlaciones de fuerza (es decir, en el análisis del grado de organización, autoconciencia y homogeneidad alcanzados por grupos sociales antagónicos). Hace tiempo que Venezuela se desplazó eficazmente de un momento meramente económico-corporativo hacia un momento político, con la formación de una identidad popular común al conjunto de las clases populares (el chavismo) y con su confrontación global con las clases dominantes. El fallido golpe de estado de 2002, el desbaratado paro petrolero, y la asunción de un socialismo para el siglo XXI señalan este derrotero. Ahora bien, este momento político sostenido hasta el 2013, y su consiguiente empate hegemónico entre bloques sociales, comenzó a desmoronarse con la muerte de Hugo Chávez Frías y se consumó con el cierre del cerco internacional tras la derrota electoral del kirchnerismo en Argentina y con el golpe institucional a Dilma Rousseff en Brasil. El tercer momento analizado por Antonio Gramsci, el inevitable momento político-militar al que nos estamos precipitando, fue, paradójicamente, alcanzado no sólo por la radicalización endógena del chavismo, como por la reacción envalentonada de una derecha local y trasnacional dispuesta al más descarnado de los revanchismos.

Ahora bien, analizar este momento político-militar en ciernes, implica considerar que las guarimbas de la oposición, el asesinato de referentes chavistas en el campo y en la ciudad, la infiltración incesante de paramilitares colombianos, la formación de milicias bolivarianas, el fortalecimiento de la unión cívico-militar y el patrullaje militar de las costas venezolanas por las potencias emergentes, son mucho más que testimonio de la desbordada pasión caribeña. Son, en cambio, síntomas de toda una etapa que amerita categorías de análisis específicas, para entender la radicalización militarista del imperialismo norteamericano en su largo pero irrefrenable declive global. En nuestra opinión, ignorar la dimensión de este proceso lleva a análisis superficiales que intuyen derivas autoritarias, presuntos autogolpes, o militarizaciones ociosas de la clase política de los gobiernos latinoamericanos. Siempre bajo la óptica de intelectuales propensos a describir “déficit” de democracia por estas latitudes, siempre con la vara de concepciones eurocéntricas y pretendidamente universales sobre lo que ha de ser lo democrático.

Por supuesto que hay un proceso de militarización y una escalada de violencia, pero lejos de ser el resultado de factores internos, esta militarización es permanentemente inducida por la agresión imperialista en todos sus niveles (diplomático, político, económico, militar, mediático, financiero). ¿O debemos enumerar acaso los golpes de estado en Honduras, Paraguay y Brasil que anteceden la presente arremetida? De nada valen las groseras teorías de los dos demonios para analizar las causas de la violencia venezolana: ¿o qué significa entonces el “origen complejo y compartido de la violencia” señalado por la solicitada? ¿O la identificación, aparentemente simétrica, de “extremistas” de derecha y totalitarios de izquierda, que redunda al finalizar el texto en el señalamiento de un único e inaudito responsable de la violencia: ¡el estado y el gobierno bolivariano! ¡Justo quienes insisten en una estrategia de paz!¿Qué deberían haber hecho, según estos intelectuales, Fidel Castro y los revolucionarios cubanos ante la invasión de Playa Girón? ¿Sentarse a parlamentar con diplomáticos inexistentes mientras las bombas atronaban en Bahía de Cochinos? ¿Enfrentar con papeletas electorales los fusiles de los mercenarios? ¿Peticionar cautamente ante la OEA?

El más elemental de los análisis críticos ha de ser capaz de separar la paja del trigo, de distinguir la violencia fundante y la mera violencia reactiva de las clases y los gobiernos populares, y de entender, como Antonio Gramsci, que no hay resolución pacífica o democrática (en el sentido estrictamente liberal del término) a la lucha de clases. Tarde o temprano las clases dominantes, en su impotencia electoral, acudirán a golpes blandos comandados por las corporaciones judiciales o mediáticas, y cuando también estos se muestren inútiles, harán sonar nuevamente la hora de la espada.

Por eso, la pretendida mirada “más allá de la polarización”, ese vano intento de otear una realidad límpida tras las nieblas de una lucha política sin cuartel, se demuestra imposible. Se trata, nuevamente con Gramsci, de “tomar partido”, lo que no significa apoyar enceguecidamente a un proceso político o a su conducción eventual, sino de elegir el campo desde el que se enuncian las críticas y desde el que se cumplen las tareas específicas de la praxis intelectual. El intelectual “orgánico” no es un modelo de intelectual de izquierda, sino el único en sentido estricto: es decir, aquel que reflexiona en conjunto, codo a codo, sin la mediación de pedestales odiosos, con los sujetos populares organizados. No deja de resultar sugestivo que una solicitada firmada por académicos de tan alto nivel prescinda de las más elementales categorías de análisis del arsenal político crítico, dando por tierra con el intento de fundar una caracterización certera sobre el proceso bolivariano. Ni clases sociales, ni dependencia estructural, ni tampoco el imperialismo, aparecen siquiera mencionados en la solicitada, mientras éstas son herramientas que cualquier comunero o comunera venezolana hace tiempo que ha incorporado a su vocabulario político, en lo que constituye otra faceta de un proceso de democratización (y de socialización del poder) bien radical.

Creemos encontrar en la solicitada, en cambio, una fetichización notable de la democracia en sus formatos liberales. Porque, ¿desde qué otra concepción de la democracia es posible juzgar como antidemocrático a un proceso que combate a una Asamblea Legislativa en desacato por juramentar a diputados elegidos de manera fraudulenta, y que ha intentado, sin tener atribuciones constitucionales para ello, destituir cuatro veces al Presidente Maduro, lo que sin duda constituyen intentos de golpe de Estado, pero que, sin embargo, la sostiene plenamente en funciones?¿Desde dónde se intuye una deriva antidemocrática en un proceso que aún moviliza activamente a cientos de miles de personas y que sostiene y amplía elementos democráticos cualitativos como las Comunas y los Consejos Comunales? ¿Dónde están los elementos autoritarios de un gobierno que responde a la agresión institucional y a la violencia callejera con la más protagónica de las respuestas, es decir, con una convocatoria re-constituyente que relance hacia adelante la radicalidad de un proceso largamente estancado por el asedio externo y los errores internos?

Volver a historizar a la democracia, escindir el ideal de sus imperfectas realizaciones institucionales, desfetichizar sus elementos formales y comprender sus nuevas modalidades emergentes, resulta imprescindible para no caer presa de una valoración liberal-republicana y en suma, colonial, sobre qué es lo democrático. Es más, creemos que ni siquiera desde una visión liberal consecuente es posible criticar al proceso bolivariano que, como ningún otro proyecto, supo tomar, profundizar y radicalizar la democracia liberal formal con mecanismos consultivos, plebiscitarios y revocatorios absolutamente inéditos. No hay democracia a secas, democracia pura, democracia al margen de la historia y de las determinaciones clasistas, nacionales, étnicas y sexo-genéricas de la lucha política. Hay, o habrá democracia de los trabajadores, los campesinos, los pobres, los indígenas, los afrodescendientes, los estudiantes, los migrantes, los jubilados, las mujeres. Y ésta solo se conquistará cuando los intereses de las clases populares se impongan: si será por las buenas o por las malas, por métodos consuetudinarios o violentos, por vía electoral o a través de una dolorosa guerra civil, lo decidirán como siempre, los que tienen todo que perder, pero también todo que ganar en Venezuela y en el conjunto de Nuestra América.

Basado en el texto homónimo de Lautaro Rivara (Sociólogo y poeta argentino ), publicado en La Tecl@ Eñe

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5 junio, 2017
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