Érika Paz / @paz_eri
(11 de febrero, 2014).- Entre una de las violaciones a los derechos de las mujeres se encuentra el no recibir un trato digno y humano durante el embarazo y el parto. Como cuentos de terror que pueden superar la imaginación más cruel, las madres relatan el dolor padecido por los maltratos físicos y emocionales por parte de su pareja, familiares y personal médico. La falta de acompañamiento durante el parto, la sensación de tristeza, el cansancio y la depresión sentidas al creer que no podrán cuidar a sus hijos recién nacidos se suman al sufrimiento vivido durante ese periodo.
El desconocimiento de sus propios cuerpos, de sus derechos reproductivos así como la ausencia de un lenguaje para nombrar sus dolencias son algunos factores que han legitimado la violencia obstétrica. Así, un conjunto de prácticas institucionales y culturales se han asentado con tal fuerza en nuestra sociedad que, a pesar de incidir de manera negativa en la integridad emocional y física de las mujeres, no son denunciadas debido a que se han normalizado en nuestra sociedad.
Entre insultos, maltratos, mala atención médica, las mujeres conciben como “normales” estas prácticas. La falta de divulgación de los derechos a la igualdad, a la información, a la salud, a la autonomía reproductiva, a no ser discriminadas por credo o religión, filiación política, color de piel, etnia, lengua, preferencias sexuales, clase social o escolaridad desemboca en una práctica sostenida y continuada de la violencia obstétrica, en la que confluyen tanto la violencia institucional, como la violencia por género.
La violencia obstétrica institucional comprende “la violación de los derechos humanos y reproductivos de las mujeres. Va desde regaños, burlas, ironías, insultos, amenazas, humillaciones, manipulación de la información y negación al tratamiento, sin referir a otros servicios para recibir asistencia oportuna, aplazamiento de la atención médica urgente, indiferencia frente a sus solicitudes o reclamos, no consultarlas o informarlas sobre las decisiones que se van tomando en el curso del trabajo de parto, utilizarlas como recurso didáctico sin ningún respeto a su dignidad humana, el manejo del dolor durante el trabajo de parto, como castigo y la coacción para obtener su ‘consentimiento’, hasta formas en las que es posible constatar que se ha causado daño deliberado a la salud de la afectada, o bien que se ha incurrido en una violación aún más grave de sus derechos”[1].
Son innumerables las historias de mujeres que han sido sometidas a cesáreas por la falta de acompañamiento e información sobre el desarrollo del parto, las cuales sin ser consultadas y, por tanto, sin otorgar su consentimiento han sido subyugadas a la disección y sutura por médicos practicantes. En otras tantas ha quedado la huella de un mal ejercicio clínico en cicatrices queloideas con un excesivo tejido fibroso recubierto de piel de consistencia dura, rojiza y brillante.
De igual forma, existen miles de mujeres que han sido víctimas de comentarios misóginos y regaños por parte de médicos y enfermeras ante sus dolores de parto. El académico del CRIM Roberto Castro Díaz refiere de estos comentarios en su investigación[2]: “Aguántate, así te gustó, antes abriste las piernas”; frases que, casi sin excepción, alguna vez hemos oído por amigas, hermanas, familiares, compañeras de trabajo. Vale decir que las bromas con respecto a los dolores de parto de las mujeres, no sólo ocurren en los nosocomios del sector público sino también en los del sector privado.
Las mujeres que han parido en los patios o jardines de los centros de salud; las mujeres que han perdido a sus bebés o aquellas cuyos hijos manifiestan secuelas debido al sufrimiento fetal –como discapacidades en el sistema psicomotor– por no ser atendidas oportunamente por el personal médico, son una realidad que existe y que tanto académicos como especialistas han determinado que se trata de violencia obstétrica.
Las mujeres a las que se les rasura el vello pubiano y que prácticamente son atadas a las camillas sin posibilidad de moverse -pese a que desde el año 1985, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró estas prácticas como agresivas-; las mujeres que, ante la prisa de los médicos, empiezan el proceso del parto sin una completa dilatación del cuello de la matriz, lo que ocasiona que en el momento de la expulsión se les corte el tejido perineal –procedimiento conocido como episiotomía– y sea reconstruido con sutura o las mujeres que sufren desgarro vaginal, son mujeres víctimas de violencia obstétrica.
En tanto estas situaciones no sean concebidas como una forma de violencia contra las mujeres por el personal médico, por la sociedad y por las mismas madres, esto no puede convertirse en una exigencia social destinada a defender los derechos reproductivos de las mujeres. Académicos y especialistas de la materia se han esforzado para conceptualizar esta realidad, a los periodistas nos corresponde empezar por difundirla bajo la terminología de violencia obstétrica.
Los casos divulgados recientemente por los medios de comunicación sobre mujeres[3] que han padecido cualquiera de las violaciones a los derechos mencionados anteriormente, son denominados como efectos de negligencia médica y no como productos de esta forma específica de violencia hacia las mujeres que los especialistas ya han conceptualizado.
Mientras no exista la debida información capaz de introyectar en las mujeres, en el personal que labora en las instituciones médicas y en la sociedad que estas prácticas no son mero resultado de errores médicos, sino manifestaciones de violencia obstétrica; y, sobre todo, mientras no se legisle al respecto y se establezcan sanciones ejemplares tanto para las instituciones como para el personal médico, esta realidad está destinada a perpetuarse.
Tanto medios de comunicación como periodistas tenemos el deber ciudadano –que se encuentra en nuestras plumas y palabras– de difundir esta realidad refiriendo estas prácticas como violaciones a los derechos de las mujeres
[1] Villanueva-Egan, Luis Alberto, “El maltrato en las salas de parto: reflexiones de un gineco-obstetra”, en Revista CONAMED, vol. 15, núm. 3, julio-septiembre 2010, p. 148. Disponible en <http://bit.ly/hF16fY>
[2] “Génesis y práctica del habitus médico autoritario: el caso de la violación de los derechos de las mujeres en las instituciones de salud en México”.
[3]María del Carmen León Oseguera dio a luz a su hijo en la recepción del Hospital de la mujer de Tehuacán, Puebla, el 7 de septiembre de 2013, al negársele la atención médica un día antes, el esposo de María espetó al personal del sanatorio por la ‘negligencia’, en el video difundido luego del caso de la oaxaqueña Irma López, se ve cómo otras mujeres muestran su indignación al sentirse identificadas con el maltrato recibido por nuestro sistema de salud.
Irma López Aurelio, indígena mazateca, tuvo a un niño en las primeras horas del 3 de octubre de 2013 en el jardín del Centro de Salud de Jalapa de Díaz en el estado de Oaxaca, uno de los argumentos ofrecidos por el personal del nosocomio para que Irma no recibiera atención médica fue que no hablaba “bien” el español y no se entendió la evidente razón de su presencia en el hospital.
Ruth Mendoza Hernández parió a metros del centro de salud de San Antonio de la Cal en el mismo estado de Oaxaca, cuando, alrededor de las 3:30 horas de la madrugada del 5 de noviembre de 2013, regresó al hospital una vez que el médico de guardia determinó que no estaba en trabajo de parto a penas dos horas antes.
Cinthia N, en la clínica de San Jacinto Amilpas, Oaxaca, dio a luz en el baño del lugar cuando la doctora que la atendió le dijo que todavía no estaba lista para parir y la mandó a orinar.
Nancy N, en el hospital Pilar Sánchez Villavicencio, de Huajuapan de León, Oaxaca, se le negó la atención bajo el argumento de que le faltaban cuatro centímetros de dilatación y pidieron a su esposo que la sacara del nosocomio. Nancy parió en la calle, como se muestra en un video, con la asistencia de su madre y de su esposo, los médicos llegaron cuando su hijo ya había nacido. Esto ocurrió a penas el 26 de enero de 2014.