Corazón 3.0


México 1, Alemania 0: ¿De aquí a la eternidad?

Dejé pasar largas horas después del término del partido en que la Selección Mexicana derrotó este mediodía al vigente campeón del mundo, antes de sentarme ante las teclas de la computadora para tratar de meditar con algo de ecuanimidad lo sucedido. Las impresiones inmediatas suelen ser pésimas consejeras, sobre todo cuando quedan incorporadas a arrebatos emotivos colectivos, y a resonancias propagandísticas rara vez inocentes.

Sólo llegué a apelar brevemente a la consulta documental vía Internet. Pero no con el fin de fisgar en las crónicas, los comentarios, los análisis ni los panegíricos que durante el curso de la tarde debieron sin duda engrosar todos los espacios de información deportiva del orbe, dada en especial la obligada resonancia planetaria de que el monarca mundial, favorito al título, pierda en su debut.

Lo que hice fue asomarme a algunas notas periodísticas posteriores al segundo partido del equipo mexicano en Sudáfrica 2010, donde con goles de Javier Hernández y Cuauhtémoc Blanco el Tricolor derrotó al entonces subcampeón, Francia. Al final de ese torneo, la selección gala resultó una decepción y un fiasco; pero a menudo olvidamos que las potencias sólo se vuelven decepciones al quedar eliminadas, y no antes. Durante los meses previos al Mundial de Sudáfrica, los temores de la prensa y la afición ante la estatura del rival no difirieron demasiado de los que han acompañado el tortuoso y demorado prólogo de la cita hoy cumplida con los alemanes. Y la verdad es que tampoco fue muy distinto el entusiasmo posterior al juego… hasta que en la tercera fecha Uruguay (a la postre semifinalista) vino a bajar de las nubes a todos los que ya daban por obvio el ansiado salto histórico hasta el quinto partido.

¿Es equiparable el triunfo de hoy al triunfo aquel? ¿Qué comparten y en qué difieren?

Sé que la respuesta instintiva será manifestar que aquel cuadro francés daba pena. Pero quiero insistir en que se trata de un juicio construido a posteriori, sobre el devenir del torneo; antes del inicio de las hostilidades, era uno de los principales candidatos alzarse con la Copa. Quién sabe cómo miraremos en el futuro a esta Alemania si en una de esas llega a quedarse en la ronda de grupos, aun cuando en estos instantes sigamos dando por descontada su presencia en octavos de final.

¿Pretendo con esto minimizar el triunfo mexicano, decir que los alemanes no son tan buenos como suponíamos, buscarle el forzado prietito en el arroz a la actuación del equipo, al planteamiento de su entrenador, al comportamiento de sus jugadores y al resultado obtenido? Todo lo contrario. Justo porque me parece que México ha dado un magnífico partido, y que la actuación de hoy tiene todos los visos de un parteaguas en la historia de nuestro futbol profesional, considero indispensable someter mis apreciaciones al mayor rigor crítico posible.

Durante el trámite del encuentro propiamente dicho esta mañana, no pensaba en aquel juego del 2010. Mi memoria sensorial viajaba mucho más lejos, hasta la inolvidable Copa América de 1993. Corría la primera ronda, y el equipo dirigido por Miguel Mejía Barón le puso un baile al seleccionado argentino, que era vigente subcampeón del mundo y que se coronaría campeón de ese torneo… pero no le ganó.

Si algo provocó la victoria de México sobre Francia en 2010, si algo había provocado antes la victoria de México sobre Argentina durante la Copa América 2004 bajo la dirección de Ricardo Lavolpe, fue la alegría de que no se hubieran limitado a jugar bien, la alegría de ver coronado el buen juego con una victoria frente a un rival de primera jerarquía. Ambos momentos fueron sin ninguna discusión pasos hacia adelante… pero ni en 2004 fue México campeón de América, ni en 2010 se alcanzó el quinto partido.

¿Qué tiene de distinto el triunfo de hoy frente a Alemania? ¿Qué abona para identificarlo de modo legítimo como un paso adelante frente a episodios semejantes, pero hoy oscurecidos por el impacto mediático de urgencia? Primero que nada, para mí, la jerarquía del rival. Alemania ya era hoy de entrada sobre la cancha del estadio Luzhniki algo más que aquella Francia, algo más que aquella Argentina. No sólo se trata del vigente campeón sino, hasta el día de ayer (quien sabe qué digan a estas horas las casas de apuestas), del máximo favorito junto con Brasil para llegar a la final.

Pero además, en el curso del partido propiamente dicho, Alemania fue durante largo rato Alemania. Es decir, México no le ha ganado hoy a una Alemania cuyo juego decepcionó, sino a una Alemania en plenitud de facultades y atributos, dominándola sin apelaciones durante la mayor parte del primer tiempo, y soportándola sin desmoronarse durante la mayor parte del segundo.

Como a cualquier aficionado, lo que más me gustó y emocionó fue la manera en que, a lo largo de los cuarentaicinco minutos iniciales, y con nada más que buen futbol, el equipo de Osorio maniató a los teutones, los desconectó, los desconcertó, les colocó un gesto de impotente estupor en el rostro; pero la verdad es que lo que más me sorprendió, y lo que más me hace abrigar expectativas de futuro promisorio para los siguientes partidos, es el hecho de que durante la segunda mitad, cuando Alemania se vistió de Alemania con todas las de la ley, cuando el ingreso de Marco Reus le devolvió la creatividad y el vértigo, cuando el área mexicana se convirtió en refugio antiaéreo contra los embates germanos, no vi a un solo jugador nacional entrando en pánico, con el fatalismo o la desolación aflorándole en el rostro, como ha sucedido tantas otras veces. Que Alemania te domine y asfixie en busca del empate, que se quede a muy poco de conseguir anotarte, no constituyen ninguna anomalía ni ninguna vergüenza, ni proyectan la victoria a los terrenos de la fortuna y la casualidad: se trata de circunstancias de juego por completo anticipables y lógicas. Circunstancias que hoy México fue capaz de soportar y de revertir. Hoy se pudo empatar; en una de esas, si Alemania llega a concretar alguna de las primeras oportunidades de su enjundiosa ofensiva final, incluso hasta perder. Pero hoy se ganó… y se ganó mereciéndolo.

¿Qué tiene la Selección Mexicana que no tenía ayer? El beneficio de nuestra duda: una expectativa no sólo hecha de esperanzadas conjeturas, sino sólidamente sustentada por su comportamiento sobre el terreno de juego.

Días atrás escribí que las inquietudes dominantes hacia el proyecto encabezado por Juan Carlos Osorio pasaban por el hecho de que, sin importar el resto de las estadísticas, los dos exámenes preparatorios directos de cara a aquello para lo cual se le trajo (dar el salto de calidad en el partido importante frente a una selección del primer mundo futbolístico), los había reprobado de forma estrepitosa: las humillaciones frente a Chile y frente a la propia Alemania. Hoy, él y la hipotética “generación dorada” han empezado a cubrir con sobresaliente el examen de titulación propiamente dicho.

El partido número cinco (máxime teniendo en manos propias la opción de terminar como primer puesto del grupo) parece desde hace algunas horas mucho más próximo y verosímil. Pero ningún mal le hace a la justificada embriaguez de la celebración recordar que también llegó a parecérnoslo, dos pasitos atrás, hace cuatro, ocho, doce, dieciséis años.

18 junio, 2018
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