Morelia, Michoacán.- Era el lunes 15 de junio cuando la vida de Raquel cambió, regaba las plantas en su casa ubicada en el barrio de Las Empacadoras en Chicago, Illinois al momento en que sintió que un penetrante frío recorría su cuerpo, el dolor que punzó su cuello se fue extendiendo por cada una de sus extremidades y ya instalado en su cabeza sintió miedo por la nueva enfermedad, el Covid-19.
Raquel es originaria de Huandacareo, en Michoacán, desde hace más de tres décadas empezó su experiencia como migrante a Estados Unidos, cuando a los 19 años con sus dos primeros hijos –entonces pequeños- cruzó por Juárez para reunirse con su marido.
“Fue una mujer la que me ayudó a pasar, nos tocó correr y cuando llegamos a la orilla del río vimos que no llevaba mucha agua; después nos tocó pasar por una cerca donde había alambre y yo traía a mi bebé chiquito, entonces tenía que meterlo por abajo para pasar, me tocó atorarme en el alambre porque era de púas y me corté la espalda”.
Michoacán es uno de los principales estados mexicanos exportadores de mano de obra a Estados Unidos, son alrededor de cuatro millones de michoacanos los que radican en el vecino país del norte, población similar al total con que actualmente cuenta la entidad, 4.5 millones de personas según datos del INEGI.
Dos hijos nacidos en México y cuatro en Estados Unidos, conforman la familia de Raquel y su marido Daniel, “aquí no teníamos ningún futuro, él se fue a trabajar para tener algo más que ofrecerle a nuestros hijos y aquí no había mucho de donde escoger, no había buen trabajo, él se fue primero, yo después”.
A partir del 13 de marzo de 2020 en que el presidente Donald Trump declaró en Estados Unidos emergencia sanitaria por el Covid-19, Raquel y su familia asumieron todas las medidas de prevención para no verse afectados, por eso ella de inicio se resistió a creer que se había contagiado del SARS-COV2, creía que lo suyo era una fuerte infección en las vías respiratorias.
Desde los primeros síntomas empezó con altas temperaturas por las noches, debilidad y dolor de cuerpo, a la semana fue que apareció la tos, “yo oía que decían que si no podías respirar y retener el aire entonces sí tenías Covid, pero yo respiraba y podía retener el aire mucho tiempo, entonces decía no, no tengo esto”.
Con la tos vinieron las dificultades para respirar, y ya por cumplirse once días desde los primeros síntomas, su hija tomó la decisión de llevarla a hacerse la prueba del Covid, los resultados tardaron cuatro días en estar listos.
“Cuando me dijeron que era positiva se me fue el aire, creí que no iba a poder, no podía respirar y dije, ya me morí aquí, pero me controlé un poquito y me fui a acostar, mi esposo insistía en llevarme al hospital, así estuve todavía como cuatro días más; ya que me internaron yo iba con mi piel de otro color, las uñas estaban oscuras, los labios se me pusieron negros, los ojos sin vida, como amarillos, ni brillo ni nada”.
Su segunda hija acudía a casa de Raquel para cuidarla al igual que lo hacía su marido Daniel, al final ambos también resultarían contagiados por la enfermedad.
Los contagios y decesos de mexicanos en Estados Unidos por Covid están a la orden del día; la Secretaría de Relaciones Exteriores reporta con corte al siete de diciembre pasado, un total de tres mil 30 mexicanos fallecidos por Covid en Estados Unidos; California y Nueva York llevan la batuta con 813 y 793 casos respectivamente. En Illinois, lugar en que reside Raquel son 204 decesos registrados.
En promedio, cada 2.1 horas muere un mexicano por Covid en Estados Unidos, esto partiendo de los números oficiales del Gobierno Mexicano.
Cuando ingresó al hospital los niveles de oxígeno de Raquel eran muy bajos, lo mismo que con el potasio, estaba deshidratada y el deterioro físico por la enfermedad ya mostraba huellas en su cuerpo.
“Estuve en el hospital una semana y me fue muy mal, entre más y más me subían el oxígeno yo iba empeorando, el doctor me dijo que si seguía así me iban a tener que intubar, además me informó que mi corazón se había dañado por la falta de potasio y el oxígeno. Ese día le pedí mucho a Dios que me ayudara, que no permitiera que mi corazón se dañara, le dije, tú sabes cuánto amor hay en mi corazón; al día siguiente cuando me hicieron otros exámenes se sorprendieron porque el corazón estaba bien”.
A la semana de ingresada, los doctores le informaron a Raquel que todo lo que podían hacer por ella ya lo habían hecho, que se tendría que ir del hospital para recuperarse en su casa; ella protestó tímidamente y sin éxito, todavía por las noches sentía que no podía respirar, tenía fuertes episodios de tos, había bajado 30 kilos. Le hicieron una prueba para que caminara, no lo pudo hacer, a la mañana siguiente hicieron un nuevo intento y logró dar unos pasos, entonces la dieron de alta, el calendario marcaba dos de julio.
“Mi cuerpo dio para ese entonces un cambio muy drástico, quedé como una viejita como de 80 años, tenía mis labios bien arrugaditos, de color un color bien cadavérico”.
Raquel es pensionada en Estados Unidos, tiene seguro, pese a ello tendrá que pagar parte del costo hospitalario, aún desconoce cuánto será ya que “tardan en mandar los cobros”, lo que si le dijeron es que “las pruebas del virus esas no me las iban a cobrar”.
La situación de los migrantes frente a la pandemia ha sido particularmente difícil, tan sólo un mes después de declarada la emergencia el Pew Research Center –con sede en Washington D. C.-, reportaba los resultados de una encuesta aplicada a latinos, en donde el 49 por ciento informaban que ellos o algún familiar habían aceptado un recorte salarial o perdido su trabajo debido al crisis sanitaria, esto representaba un 16 por ciento más que los estadounidenses.
Raquel llegó a su casa en Illinois sin fuerza, sin poder respirar y caminar, seguía mala y su hermana Alma Rosa, que es doctora y radica en Huandacareo, se encargó de darle seguimiento vía telefónica ya que por parte de los servicios de salud estadounidense dejó de tener atención.
“Como yo seguía mal en mi casa, mi hija llamaba y llamaba a la clínica para preguntarles qué hacer, no contestaban ni daban respuesta alguna, ella se molestó y les dijo que no les interesaban los pacientes, sólo el dinero. Cuando se enfermó mi hija también estuvo en el hospital y ya que salió, su doctor sí la llamaba seguido, le mandaba medicamento a la farmacia para que lo fuera a recoger, así que yo pienso que depende de los doctores”.
Por recomendación de su hermana, Raquel se trasladó a México para poder ser atendida en su tierra.
Al llegar a su casa en Huandacareo, Raquel sufría ya pérdida de memora, le fallaba la vista, tenía afectada la tiroides, el cuerpo le fallaba a tal punto que no podía sostener ningún objeto.
“Mi hermana me mandó a caminar con su esposo, le dijo llévala a caminar, esa iba a ser mi terapia, caminar, y él se sorprendió cuando vio que apenas si podía, apoyándome en mi bordoncito, porque sin él no podía. Duré como dos semanas saliendo a caminar, poco a poquito, mientras mi hermana me daba tratamiento, pastillas, inyecciones”.
En el proceso de recuperación sus familiares llevaron a Raquel a la isla de Janitzio en Pátzcuaro, la indicación de su hermana fue que caminara un poco en la parte baja, sin embargo, cuando se dieron cuenta ya todos estaban en la cima de la isla con ella al lado, “esa fue mi dada de alta”.
A más de tres meses de haber descubierto que había sido contagiada por el Covid, Raquel se siente contenta, “aquí estoy en Huandacero, no me duele nada, lo único que me resultó es desgaste en la cadera, en el hueso, y se me cae muchísimo pelo, pero dice mi hermana, no te preocupes, eso es lo de menos y pues sí, el chiste es sentirse bien y estar bien”.