Berenice Agabo y Wendy Rufino
Morelia, Michoacán.-En una sociedad en la que las instituciones están diseñadas desde lo masculino, donde el poder está repartido de manera desigual entre hombres y mujeres, sin lugar a dudas, estas últimas compartimos formas de opresión y discriminación.
Sin embargo, existen matices, particularidades que nos impiden hablar en singular del ser mujer, ya que esto invisibilizaría formas específicas de discriminación hacia una buena parte de este sector de la población.
Lo anterior, implica entender que al hecho de ser mujer se suma, además del sexo con el nacemos, el contexto, es decir, la clase social a la que pertenecemos, el grupo étnico, el color de piel, la preferencia sexual y hasta las creencias religiosas o culturales, todo ello marca claras diferencias en la forma en que vivimos.
Superado lo anterior, vale la pena señalar que las mujeres enfrentamos en cada uno de los espacios en los que incursionamos, retos que nos representan distintas batallas cotidianas para hacernos un lugar en este mundo diseñado por y para los hombres.
Es por eso que salimos a preguntar a mujeres muy diferentes entre sí, pero que comparten la luchan que día a día dan desde sus espacios, ¿qué significa para ellas el ser mujer?
A esa pregunta encontramos desde las respuestas que reivindican que las mujeres cada día ganamos espacios que ayer nos era negados, hasta las que han encontrado en los trabajos tradicionalmente asignados a las mujeres, como los de cuidados, un motivo de orgullo, propio de quien sabe la importancia que su labor tiene y también de quien piensa que este trabajo debe ser reconocido por la sociedad.
Pasando por quien, desde la “otredad”, ha construido una forma de ser mujer, que no busca encajar en los estereotipos impuestos por esta sociedad, sino disfrutar la propia identidad y las diferencias de un cuerpo disidente.
Orgullosa de su labor como instructora de baile del IMSS para adultos mayores, Maru Ríos, nos cometa: «mi trabajo con adultos mayores y principalmente mujeres, es gratificante», ya que sabe que esta actividad permite mejorar la calidad de vida de quienes cada mañana se levantan a disfrutar del movimiento que les permite su cuerpo.
Mientras, Eve Mora, mejor conocida como ‘Candy Man’, quien es tatuadora, señala: «mi madre me dio mi primera máquina para tatuar, tenía 16 años. Yo siempre, desde niña me sentí atraída por dibujar en la piel. Cada día las mujeres están formando parte también de este oficio”.
Nancy Verónica López Guzmán, maestra de Educación Física nos comparte: “el deporte para mí es la posibilidad de desafiar la realidad”
Estudiante de educación artística y malabarista, Fernanda Ximena Melgoza Xolocotzi, nos comparte que a ella le gusta trabajar de malabarista, “porque me permite dedicar tiempo a mis estudios. Los trabajos te absorben, son mal pagados, bloquean tu creatividad. Algunos hombres desde sus autos me hostigan, y por ser malabarista, creen que tengo problemas con las drogas, ante eso, yo prefiero ignorar, seguir trabajando con mi aro”.
Eden Valdivia, estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y mujer transgénero, indicó: “en la escuela nunca te hablan de ser transgénero, entonces vas creciendo en una como otredad y vas escuchando palabras como gay, joto, puto y te preguntas soy eso…Todo el contexto nos dice que las personas trans no debemos existir. A mí me gusta ser así, porque si a una mujer no se le cuestiona por como se ve, a una mujer trans tampoco debería, debemos dejar de considerar que mujer es igual a vagina y comenzar a incluir más formas de ser mujer”.
En tanto que, Naizla Febroina Escobedo Medina, orgullosa nos dice que ella fue de las primeras mujeres que inició en el mercado Nicolás Bravo, mejor conocido como Santo Niño, con la venta de pollos. «Fui la primera mujer que vendió pollo en el mercado, aquí saqué adelante a mi familia, en una época en que la mujer debía estar en casa yo salí a buscarme la vida, a posicionarme.»
En este camino, encontramos a quien se reivindica abiertamente feminista, porque desde este pensamiento ha encontrado herramientas para las batallas cotidianas, como Héléne Trottier, profesora de pintura en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMNH), quien respecto a ser mujer señala:
«Yo me considero feminista y busco con mis clases el encuentro con la interioridad, quiero que mis alumnas se confronten así mismas, su estar en el mundo, su identidad. ¡Es fuerte! El feminismo ha sido tratado como la etiqueta negativa, pero se olvida que le debemos el que ahora estemos donde estamos, yo en este salón de clase, mis alumnas pintando.»
Por su parte, Francisca Arredondo Cedeño, policía de proximidad, indicó: «este chaleco pesa lo mismo que el de un hombre, yo creo que la mujer no aspira a ser hombre, aspira a ser mujer al cien, haciendo su trabajo, solo buscamos equidad laboral y quitarnos esa imagen de fragilidad que nos impedía hacer trabajos como el que ahora hago yo.»
Metzeri Jacobi, deportista practicante de Yakumaru Jigen Ryū, señala respecto a ser mujer: «Me parece que como mujeres tenemos un miedo enorme a ser fuertes, estamos muy de acuerdo con un estereotipo de mujer delicada, frágil… vaya que necesita de ser cuidada como una flor, de lo contrario, se tratará de una lesbiana marimacha…Yo creo que es un engaño histórico, lo he visto, aparte la efectividad de una técnica casi siempre no tiene que ver con los músculos, sino con la fuerza determinante de actuar en el momento correcto”.
Maria G. Dachi, quien es una orgullosa organillera, señala: “para mi ser organillera, tener ese oficio como mujer es un orgullo porque me permite colaborar en la economía familiar, me permite desarrollar una actividad digna y de nivel, porque nosotros no estiramos la mano, llevamos una tradición y la mantenemos… Este trabajo tradicionalmente solo lo desempeñan los hombres y esto también muestra que las mujeres podemos desempeñarnos en todos los campos”.