Habéis quedado, os habéis tomado algo y, como ya os ha pasado otras veces, vais a acabar en la cama. En tu casa, en la suya o en el mismo baño del local. No os importa porque la lujuria os ataca por todas partes y cada gesto que hace te recorre la espina dorsal. Ella es increíble (o no, tal vez sea solo alguien que en ese momento te excita muchísimo) y tú, amante de las mujeres y de su placer, vas directo a lamer su entrepierna. Puede que te encante o que simplemente lo hagas porque es parte del sexo, hoy tú, mañana yo, me apetece.
Y ella abre sus piernas pero, al poco, se aparta. Se revuelve, sus gemidos se convierten en ruidos de molestia o silencio. Y al final te cambia de tema, te empuja por el hombro y te pide que hagáis otra cosa. Pero ¿qué leches pasa? No es la primera vez que lo hace y sospechas que sucede algo extraño. Para nada. Lo que le pasa a tu compañera ‘follamiga’ es algo mucho más común de lo que imaginas. Que te quede bien clara una cosa: a muchas mujeres no les gusta que les hagan sexo oral y no tiene nada que ver con tus técnicas amatorias. De hecho, es más que probable que no lo quieran porque, lejos de proporcionarles placer, les deja indiferentes (cosa que les termina aburriendo y cortando todo el subidón del polvo) o les hace sentir culpables o incómodas.
Las razones pueden ser varias, pero todas se mezclan entre sí. “Explícita o implícitamente se nos ha transmitido el mensaje de que los genitales femeninos huelen mal y que no son ‘bonitos’, y de eso no se habla entre amigas ni con tu pareja. Solo está ahí, en tu mente”, cuenta Mariona Busto, sexóloga especializada en salud sexual y terapia de pareja. Y si tu vagina no huele a flores y es fea (de hecho está escondida entre tus piernas, no como el pene, a la vista y listo para agarrar), qué vergüenza enseñárselos a otra persona, ¿no? Por otro lado, el porno no ha ayudado jamás a cambiar esta concepción de los genitales femeninos sin bello y completamente infantilizados.
Tú como hombre, pensarás: “tanto proclamar que muchos tíos solo piensan en la mamada y en follar, que ellas también quieren que les coman el coño y luego, cuando se lo das, no lo quieren”. Qué contradicción. Pues sí. La concepción tradicionalmente masculinizada del sexo hace que la mujer se conciba a sí misma como a un complemento en las relaciones sexuales de pareja. “Muchas se sienten incómodas y culpables por el ‘esfuerzo’ que está haciendo él por ella y se olvidan de su propio placer”, aclara Mariona. La mujer se ve a sí misma —inconscientemente, claro— como la encargada de proporcionarle placer a él, el protagonista, y cuando lo recibe se desconcierta.
“¿Existe algún motivo que justifique que ellos tengan derecho a disfrutar más del sexo que ellas?”, se pregunta la sexóloga Sylvia de Béjar en su libro Tu sexo es tuyo. Pues claro que no. Y todas reivindicamos el derecho a un sexo sin tabúes y libre, pero muchas no nos lo creemos. Nos comportamos como si ellos nos estuvieran haciendo un favor, aunque les encante comernos el coño tanto como a nosotras darles placer.
Si a eso le sumamos la vergüenza que provocan unos genitales que hay que esconde,r es lógico que la presión suba y la mente de ella no deje de dar vueltas. “Joder, no he podido depilarme, pensará que soy una cerda. Además me he duchado esta mañana, con las horas que son y lo mojada que estoy, eso debe oler, ¿lo notará? Pobrecillo, ¿cómo ha metido la cara ahí? Se estará aburriendo, a él no le gusta. Mejor lo dejamos porque, total, a mí tampoco me está gustando y estoy tardando demasiado en correrme”. Desastre total. Entre eso, y lo pendiente que estás de meter barriga y tu celulitis, tus bragas acaban de desarrollar un cerrojo y no van a bajar ni aunque las cortes con un machete.