Política


Pandemia de desapariciones forzadas y los que están desenterrando al país

Revolución TresPuntoCero

Las desapariciones forzadas crean los más inquietantes, perturbadores, hirientes y crueles testimonios sobre los vacíos de ausencia, que no sólo a quien los padece, sino a quien los escucha y conoce, los acerca a la insoportable persistencia de incertidumbre.

Ante esta, que es una de las más grandes tragedias humanas, la sociedad mexicana está lamentablemente dividida, ya que o manifiesta su profunda empatía con las víctimas, uniéndose a sus denuncias y a las exigencias públicas, o con una severa contundencia se da lugar al silencio cómplice de los encubridores y muchos más van más allá y ejercen la protección de éstos.

Es preciso mencionar que a los actos deshumanizados como el homicidio, la tortura, los abusos sexuales, los falsos positivos, los levantones y desapariciones forzadas se suma la defensa del Estado y el enaltecimiento a las fuerzas armadas, todas estas acciones piezas de un gran mosaico que conforman las ardientes cenizas de la injusticia, del olvido, del doble daño, el físico y el moral.

Año con año la figura del desaparecido en México ocupa un lugar cada vez más destacado en la antología de la barbarie padecida por decenas de miles de personas y sus familias, que son la prueba fehaciente de la falsa democracia que no puede encontrar su legitimidad en este funesto país.

No es mentira, ni exageración para quien lo ha padecido, para quien se ha solidarizado y para quien ha unido fuerzas en el combate a la ausencia forzada, reconocer que gobierno, fuerzas armadas y grupos delincuenciales en este país son los dueños absolutos de la vida y la muerte, que se esconden bajo el discurso vulgar de un presidente que intenta esconder su irresponsabilidad y su falta de acción ante la gravísima pandemia de desapariciones forzadas que han penetrado en todos los rincones del país.

El método del Estado ha sido siempre hacer de la trágica práctica de las desapariciones forzadas una situación “común” y que cada vez más se insta, como lo dijo Peña Nieto, a que el dolor y la impotencia de las familias sea “superado”, evitando así problemas que nublen el aciago gobierno; uno que por lo general toma como victimas a defensores de derechos humanos, activistas sociales y comunitarios preocupados por la situación de su tierra y sus compañeros, pero también es dañado el mexicano de escasos recursos, a quien se mata tres veces, la primera es la física, la segunda lo hace el Estado y la tercera la sociedad, los dos últimos ejerciendo incriminación, finalmente “un pobre siempre anda en malos pasos, por eso les pasa lo que les pasa”.

A diario un sinnúmero de familias están despertando muy temprano, toman palas, picos, barretas y algunos litros de agua, suben a montes, van al desierto, recorren caminos de terracería y excavan seis, siete y hasta ocho o diez metro de profundidad, se han convertido en antropólogos, muchos sin haber ido a la escuela, es una gama de sentimientos de amor, odio, desesperación y esperanza, los que mueve su admirable abnegación, en la búsqueda incesante de una huella de alguien a quien saben jamás podría regresar.

Ellos son los que están desenterrando al país, demostrando que sí existen fosas clandestinas, sí hay miles de cadáveres y que no permitirán que el gobierno les cierre el paso en su necesidad de verdad para sus desaparecidos, porque ya ni siquiera es justicia, no se piden castigos, ni saber de los culpables, piden certezas de cuál es la condición humana de su ser querido, y poder dejar de vivir el estado permanente de incertidumbre.

Las desapariciones forzadas son de las problemáticas más representativas del país, por la impunidad y la desatención, y por provocar gran parte del caos en el que se encuentra el país a consecuencia de su absoluta ingobernabilidad y crisis moral, además del juego mezquino de las altas esferas del poder, que ponen al país en un dilema: o el desastre final o un cambio de régimen donde se derroque al gobierno nefasto de reacción oligárquica, que solamente sabe servir a los intereses del voraz capitalismo extranjero (principalmente estadounidense), sin importarle que en el cumplimiento de órdenes se ha convertido en el más cruento de los asesinos, que minimiza la miseria, el hambre, la desesperación, el dolor, la indignación, el coraje y cesantía de un pueblo excedido por la violencia.

20 septiembre, 2015
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