En una serie de eventos que han sacudido al mundo, Rusia ha anunciado la “recuperación” de la región de Kursk, previamente bajo control ucraniano. El presidente Vladimir Putin declaró la finalización de esta operación, calificando a los combatientes ucranianos y a los mercenarios extranjeros como “terroristas” y advirtiendo sobre posibles acciones legales por crímenes de guerra. Esta ofensiva, respaldada por tropas norcoreanas, resultó en la eliminación de aproximadamente mil soldados de ambos bandos, asestando un duro golpe a Ucrania y debilitando su posición en las negociaciones.
Mientras tanto, en una movida que ha generado controversia internacional, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, propuso que su país tome el control de las centrales nucleares de Ucrania. Según la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, Trump sugirió que “la propiedad estadounidense de esas plantas sería la mejor protección y el mejor apoyo a la infraestructura energética ucraniana”. Esta propuesta se discutió durante una conversación telefónica entre Trump y el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en la que también se abordó la necesidad de más sistemas de defensa antiaérea para Ucrania.
La central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa y actualmente bajo control ruso, ha sido un punto focal en estas discusiones. Trump enfatizó la experiencia de Estados Unidos en la gestión y protección de infraestructuras energéticas, sugiriendo que una toma de control estadounidense podría salvaguardar estas instalaciones críticas de posibles agresiones rusas.
Estas acciones han generado un debate global sobre las verdaderas intenciones de Estados Unidos en Ucrania y la escalada de tensiones en la región. Mientras Rusia consolida su control en Kursk, la propuesta de Trump de asumir el control de las plantas nucleares ucranianas plantea preguntas sobre la soberanía energética de Ucrania y el equilibrio de poder en Europa del Este.