Sociedad


Todos tenemos una madre que recordar o que nos recuerden…

Todos tenemos una madre que recordar o que nos recuerden, y aunque las generaciones cambien y sus códigos se transformen, la figura materna permanece como referente en culturas como la mexicana.

En nuestro país la madre define la persona, la dicha, el odio, dolor, ausencia, amenaza, afirmación, y para muestra un botón: chinga tu madre, ¡puta madre!, no tiene madre, me partí la madre, ¡a toda madre!, hay que darle en la madre, ¡me vale madre!, ¡ni madres!, estoy hasta la madre, o ¡qué poca madre!.

El prototipo de la madre mexicana ejemplificado antaño por Sara García en “Cuando los hijos se van”, o bien por la abnegada Bibianita en “La oveja negra” protagonizada por Pedro Infante, poco a poco han ido quedando sólo como un referente del pasado nacional, su concepción deja de tener cabida en el presente.

De acuerdo con datos del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) en México existen más de 28 millones de mujeres que son madres y de ellas 7.5 por ciento, que equivale a más de dos millones, son solteras.

La mujer de cabeza cana, mirada compasiva, chal en la espalda, que en el quicio de la puerta lloraba la partida del hijo calumniado, sin poder despedirlo de abrazo ante la prohibición clara y rotunda del marido, era una de las imágenes que arrancaba lágrimas de los cinéfilos mexicanos en la llamada época de oro de los filmes nacionales.

Ahora la imagen de la madre que se nos presenta en los programas de televisión es otra, son mujeres en muchos de los casos solteras que aspiran al matrimonio, con tórridas historias pasionales, profesionistas, con tiempo suficiente para atender amorosamente a sus hijos, ser buenas amantes, y luchar para alcanzar el éxito.

Pero más allá de los estereotipos comerciales de las madres que se nos presentan, lo cierto es que la de hoy día no es la misma madre que la de antaño.

La lógica de tener los hijos que “Dios me mande”, poco a poco se ha ido extinguiendo, de tal suerte que en las últimas décadas se ha reducido de manera significativa el número de hijos que una mujer decide tener.

En 1980 el promedio de hijos que las mujeres mexicanas tenían alcanzaban los seis por cabeza, actualmente la cifra de hijos por mujer ha bajado a 2.1 niños.

Las mujeres de las zonas rurales son las que optan por tener un mayor número de hijos con respecto a las de las áreas urbanas, ahí el promedio de vástagos es de 3.2 por cabeza.

En Michoacán Tiquicheo, Carácuaro y Nocupétaro muestran promedios de hijos nacidos vivos superiores a los 3 hijos por mujer; mientras que, La Piedad y Morelia tienen un registro más bajo, 2.5 y 2.2, respectivamente.

Estudios realizados por instituciones educativas como la UNAM señalan que la más reciente generación de jefas de familia pueden sufrir sentimientos de culpa, problemas de carácter sicológico, de gran angustia y estrés, al creer que no cumplen con el papel que la sociedad les dio como progenitoras, ya que el prototipo de la madre mexicana ya no existe.

En las últimas décadas el papel de la mujeres en la sociedad mexicana ha ganado espacios en el terreno laboral, político, económico y social, lo que ha modificado el rol tradicional que desempeñaban. Sin embargo, en su mayoría ni los patrones ni los padres de familia o las parejas han asumido la responsabilidad compartida frente a las labores domésticas que realizan las madres trabajadoras.

La edad promedio de las mujeres al casarse es de 23.3 años, por 26.3 de los hombres; asimismo, la edad promedio al divorciarse en las mujeres es de 34.3 años por 37.4 años de los varones.

Ser o buscar ser madre conlleva sus riesgos, por ejemplo, las mujeres embarazadas tienen un mayor índice de anemia que las no embarazadas, la prevalencia de mexicanas con anemia es de 20 y de las embarazadas en el país de 26.2.

La familia es el ámbito donde los individuos nacen y se desarrollan, en ella se notan con más claridad tanto la articulación de los integrantes a una cultura como la propagación de esa cultura.

Los especialistas señalan que el matrimonio es un fenómeno tan codificado socialmente, que por sí solo es un estatuto que genera múltiples ámbitos de decisión e interacción, es decir, constituye una relación social que crea más relaciones sociales.

Esto obedece a que fundamentalmente es el marco en el que se ejerce la sexualidad, pero sobre todo en donde se protege y controla la sexualidad femenina, y de esa manera se rige la fecundidad, al acotar la reproducción biológica a la pareja conyugal, y de esa manera confinarla al interior de la familia. Las fuertes regulaciones a que todavía se encuentra sometida la sexualidad femenina se explican por las implicaciones que tiene en la formación de las parejas y los hijos que nacen de ellas, así como en la definición de las relaciones de parentesco y la formación de las familias.

10 mayo, 2018
Notas Relacionadas
Ver más
Ir a todas las notas
×

×