Rogelio Hernández/ @rogerlarri
A esa luz que vivirá guiando caminos y lugares y horas…
(29 de enero, 2014).- En el prefacio de 1988 a su propio libro, Todo lo sólido se desvanece en el aire, Marshall Berman relata de manera breve, la impresión que tuvo de la ciudad de Brasilia en un viaje que hizo para discutir las ideas del texto (un año antes de que escribiera dicho prefacio). La capital fue construida “ex-nihilo” por un decreto del presidente Juscelino Kubitschek a finales de los años cincuenta. Los discípulos de Le Corbusier, Lucio Costa y Oscar Niemeyer fueron los encargados de los trabajos de construcción y diseño.
Dice el filósofo que observó la majestuosa forma de Brasilia en el momento que el avión volaba encima de ésta. La construcción de la ciudad vista desde arriba se asemeja a un gran avión; con mucha actividad, llena de vigor y energía. Pero la impresión de Berman cambió sustancialmente cuando bajó del aeroplano y experimentó la construcción de la ciudad de manera directa, considerándola ya desde nivel de suelo y viendo la dinámica de la gente que se desplaza, trabaja y vive de manera cotidiana, como deprimente. La sensación general de los brasileños que consultó en su estancia, fue la misma que él tuvo.
La ciudad tiene grandes espacios vacíos y una ausencia deliberada de espacios públicos en donde la gente pueda reunirse, conversar y tejer los lazos necesarios para una vida comunitaria. Menciona que “el diseño de Brasilia podría haber sido enormemente sensato para la capital de una dictadura militar, regida por generales que querían que la gente se mantuviera apartada, separada y oprimida […] como capital de una democracia es un verdadero escándalo”[1].
Se necesitan espacios públicos para que la gente pueda establecer vínculos comunitarios, hablar entre sí, o incluso para interpelar a su propio gobierno, “debatir sus necesidades y deseos, y comunicar su voluntad”[2]. En el año de 1964, poco después de la inauguración de la gran ciudad capital, una dictadura militar derrocó a la democracia brasileña. La falta de previsión para la construcción de dichos espacios anulaba el diálogo, el contacto y la acción de la vida política; minando por completo la pretensión democrática de los brasileños de aquellos años. El uso de los espacios públicos es fundamental para una vida democrática sana. Las líneas que dedica el filósofo neoyorquino al caso de Brasilia dan clara muestra de ello.
Actualmente se presentan otras problemáticas en estos espacios. En la Ciudad de México (con gran cantidad de espacios públicos) y en muchas ciudades del mundo, los ciudadanos a la hora de manifestar desacuerdos por las decisiones que toma el gobierno, son acallados y maltratados, ya que a los gobernantes no les gusta que la ciudadanía interpele sus decisiones, que son, cabe decir, las del gran capital.
En actitudes realmente inverosímiles hasta se proponen “leyes” para regular las marchas, quebrantando la espontaneidad, yendo en contra de la libre asociación y limitando a los ciudadanos a no exponer sus desacuerdos. Toda decisión de los gobernantes y del gran capital, debe ser vista como inmaculada, sin cuestionamientos y calificada como gran ejemplo mundial, tal como dictan los sacrosantos medios de comunicación alineados al poder.
Los espacios públicos también sirven como lugares de diálogo y de esparcimiento, las plazas, las calles, los parques, etc. Justo en el diálogo, en el vínculo comunitario y en las lecciones que se van aprendiendo para tomar decisiones políticas, es donde surge una chispa de esperanza ante este casi inevitable camino a la catástrofe.
[1] Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire, Siglo XXI editores, México, 2011, prefacio, xiii
[2] Ibidem.