David Pavón-Cuéllar
Revolución e imposibilidad
Lo imposible ha ocurrido en México. Treinta millones de votantes han dado la victoria precisamente a la opción electoral que no podía salir victoriosa. Los eternos perdedores han ganado. El poder es ahora para una izquierda mexicana que se definía tradicionalmente por su contraposición al poder. El gobierno es del antigobiernista Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y de su líder Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Al menos en el estrecho ámbito institucional de los poderes ejecutivo y legislativo, estamos ante una revolución en el sentido más estricto del término. Es un giro, un vuelco, un trastocamiento por el que se invierten las posiciones. Los que se encontraban abajo ascienden hasta arriba mientras que los de arriba descienden hasta abajo.
La caída es lo que resulta más difícil de creer. Hay quienes ya están sospechando que se trata de una escenificación. ¿Cómo dar crédito a lo sucedido? ¿Cómo es que los todopoderosos no tuvieron poder para conservar el poder? Ellos mismos eran el poder sustantivado. ¿Cómo podrían perderlo? ¿Cómo podrían perderse?
Los de arriba permanecían ahí desde hace tantos años que habían terminado por asimilarse a su altitud. Eran el cielo negro del país. Y ahora es como si el cielo se desplomara y se desparramara por el suelo. Se hace de pronto una luz que nos deslumbra. Nos frotamos los ojos. Estamos confundidos como ante un acto de magia.
Salvo error de nuestra parte, acabamos de ver cómo se derrumba la cúpula gobernante con sus dos partidos tan exitosos como las élites privilegiadas a las que representan: el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Ambos partidos fueron arrollados por MORENA con su 53% de los votos. El PAN apenas llegó a 22%, mientras que el PRI sufrió el peor descalabro de su historia, obteniendo menos del 17% de los votos, perdiendo las nueve gubernaturas que se disputaban en las elecciones y convirtiéndose en la quinta fuerza del Congreso, con un 8% de los curules, incluso por debajo del Partido del Trabajo (PT).
Es verdad que todo lo que vemos no puede ser posible, pero por esto mismo es más real que todo lo anterior. La simulación democrática fue tan perfecta que terminó creyéndose a sí misma, engañándose, traicionándose, cayendo en su propia trampa. Es entonces cuando excedió sus funciones. Realizó lo simulado y es así como permitió el derrumbamiento de la simulación.
Advenimiento de la democracia en la dictadura perfecta
Estamos ante las ruinas de la dictadura perfecta. Su fraudulenta máquina de ganar fue derrotada por la voluntad con la que el pueblo hizo valer su verdad en el seno mismo de la simulación. En unas elecciones viciadas ya desde el principio, la fuerza de los votantes consiguió triunfar sobre las violencias y las artimañas del PAN y del PRI: el clientelismo y el corporativismo, las coerciones patronales, el desvío de recursos públicos para las campañas, la financiación o el amedrentamiento de políticos por el crimen organizado, el asesinato de candidatos y militantes, las estrategias mediáticas de manipulación, difamación e intimidación, el robo y la compra de votos, las tarjetas y las despensas, los carruseles y los mapaches. Hay que insistir en que todo esto no había quedado en el pasado, sino que debió ser enfrentado y pudo ser derrotado en las últimas elecciones, en las cuales, por ejemplo, hubo ni más ni menos que 9 millones de votos comprados, el 95% por el PAN y el PRI, así como 145 actores políticos asesinados, entre ellos 48 candidatos y precandidatos.
La represión y el fraude no pudieron contra la fuerza descomunal de los votantes que se decantaron masivamente por la izquierda. La victoria de AMLO y de MORENA es también el triunfo del pueblo y de su poder. Es el triunfo de la verdadera democracia. Es un triunfo contra la tiranía con su disfraz democrático engañoso, corrupto y despensero, dirigido al miedo, la miseria y la ignorancia o la inocencia de la sociedad.
Las elecciones han sido también una victoria de la sociedad sobre sí misma: sobre sus puntos débiles, sobre lo vulnerable en ella, sobre aquello en lo que el PAN y el PRI fundaban su poder, su “capacidad”, que no era capacidad sino de intimidar a los asustadizos, comprar a los pobres, manipular a los incautos y hacer que los cautos desconfiaran de todo, salvo de su propia desconfianza. La sociedad mexicana se ha liberado al fin de las redes en las que estaba atrapada. Se ha recobrado a sí misma. No sólo ha votado con un justificado hartazgo y con un legítimo deseo de cambio, sino con una gran confianza en lo que juzgó confiable, pero también, a la hora de juzgar, con prudencia e inteligencia, y, además, con valentía frente a las amenazas y desinterés ante los ofrecimientos.
Ganó el silencioso heroísmo del hambriento que renunció dignamente a la despensa y al precio de su voto. Ganó el arrojo de quien desafió al cacique del PRI, al patrón del PAN y al capo del crimen organizado. Ganó el sutil discernimiento de quien prefirió los balbuceos torpes y repetitivos de López Obrador que la charlatanería persuasiva de Anaya y de los astutos comentaristas de radio y televisión. Ganó la obstinada esperanza de quien volvió a votar después de haber sido traicionado una y otra vez por los políticos.
Desde luego que también ganaron los atributos personales de AMLO: su liderazgo cautivador, su honestidad y solvencia moral, su perseverancia que le hizo insistir en tres elecciones sucesivas y su capacidad para convocar a gente capaz y dirigir una maquinaria electoral eficaz y finalmente vencedora. Todo esto favoreció el resultado electoral y hace que AMLO se nos presente como un auténtico líder que ha sabido estar a la altura de las circunstancias. La misma sintonía con el momento histórico se encuentra en muchos dirigentes y militantes de MORENA que tienen también una gran parte del mérito del triunfo electoral. Sin embargo, por más que MORENA y AMLO hayan contribuido, la victoria es fundamentalmente del pueblo, de las mayorías, de los millones que fueron a votar este primero de julio de 2018, pero también de muchos otros que lucharon durante décadas: los que votaron por AMLO en 2006 y 2012, los que dieron su voto a Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, los que han trabajado y a veces dado su vida por la democracia en México desde los tiempos de la Revolución Mexicana, los henriquistas de 1952, los del movimiento ferrocarrilero de 1958 a 1959, los estudiantes de 1968 y de las décadas siguientes, los guerrilleros de los setenta, los perredistas y zapatistas de los noventa, los maestros incesantemente combativos y tantos otros.
La victoria no ha sido tan fácil ni tan rápida como se lo imaginan quienes desconfían de ella. El triunfo de AMLO y MORENA es producto de más de medio siglo de luchas populares. El pueblo mexicano ha debido inmolar a miles de sus mejores hijos para ganar la última batalla electoral. ¿Ha valido la pena? Todavía lo ignoramos. Lo que no deberíamos ignorar es todo lo que está en juego. Y no es únicamente la democracia en México.
Victoria contra el capitalismo neoliberal, neocolonial, hetero-patriarcal
La última batalla electoral del pueblo mexicano ha sido también contra el capital que reviste hoy en día la forma extrema del neoliberalismo y que no sólo ha impedido la democratización de México, sino que domina en todo el mundo, causa los más diversos estragos y amenaza con destruir el planeta y la humanidad. El programa de MORENA y de AMLO no es desgraciadamente anticapitalista ni mucho menos, pero promete poner ciertos límites al capital que lo destruye todo con el movimiento desembarazado y el poder ilimitado que adquiere gracias al neoliberalismo. Desde luego que deshacerse del capitalismo neoliberal sería lo mejor, pero las últimas elecciones tan sólo nos han dado la opción de restringirlo. Hubo quienes adoptaron una lógica de todo o nada y prefirieron abstenerse de votar. Hubo otros, los más, que votaron por AMLO y por MORENA, por la restricción del capital, como la única alternativa para defender su posición anticapitalista y antineoliberal en el campo electoral.
Como se ha observado reiteradamente, las elecciones fueron también un gran plebiscito en el que se votó mayoritariamente contra el capitalismo neoliberal y contra sus efectos: la desquiciada liberación de las mercancías a costa de la libertad de las personas, la creciente concentración de la riqueza, el empobrecimiento de las mayorías, el mayor desempleo y la precarización del trabajo, la erosión de los derechos, la agudización de la delincuencia y de la corrupción, el dominio del mercado sobre la vida, la contracción del espacio público, la subordinación del gobierno a los intereses de unos cuantos, la descomposición de la democracia, el desgarramiento de los vínculos comunitarios, la violación de la soberanía, el saqueo del territorio y la destrucción vertiginosa de la naturaleza. Todo esto es lo que el pueblo indignado y exasperado intenta parar en seco al votar masivamente por MORENA.
Insistamos en que el resultado electoral ha sido una victoria popular. El pueblo es el victorioso. Lo es porque no se ha dejado ni engañar ni desanimar ni sobornar. Es así como ha ganado una batalla decisiva contra el México regido por el dinero, la violencia y la simulación: el de Calderón y Peña Nieto, el de las organizaciones criminales y la supuesta guerra contra el crimen organizado, el de la Iniciativa Mérida y el Pacto por México, el de las reformas estructurales y las privatizaciones de la riqueza pública, el de la oligarquía explotadora y corrupta, el que no se ha sacudido su condición colonial, el acomplejado y servil ante los Estados Unidos, el que a sí mismo se desprecia, el que niega su meollo popular y sus raíces indígenas, el que sólo se valora como aquello que hay que saquear, explotar y vender al mejor postor.
El México racista y clasista, neocolonial y neoliberal, acaba de ser derrotado por los mismos a los que desprecia y de los que se burla. Ellos, los “indios”, los “nacos”, los “bandas”, los “cholos” y los “chairos”, han asestado un duro golpe al bloque monolítico del sistema y han provocado fisuras por las que vemos penetrar a luchadores populares indómitos como José Manuel Mireles, Nestora Salgado y Pedro César Carrizales Becerra, “El Mijis”, todos ellos postulados por MORENA para puestos de elección popular. Michoacán tendrá como diputada plurinominal a una joven lesbiana de origen indígena, Celeste Ascencio, que viene a desafiar prejuicios racistas, clasistas, machistas y heterosexistas imperantes en la sociedad mexicana. A ella deben sumarse otros morenistas de la comunidad LGBTTTI+ que han resultado ganadores en las últimas elecciones, como Rafaela Vianey García Romero en Puebla y Temístocles Villanueva Ramos, José Luis Rodríguez Díaz de León y Circe Camacho Bastida en la Ciudad de México. Y no hay que olvidar tampoco, desde luego, la extraordinaria feminización de nuestro nuevo gobierno que tendrá paridad en las secretarías nombradas por AMLO, más mujeres que hombres en el Senado y la mayor proporción de mujeres diputadas en la historia del Congreso de la Unión.
La victoria de la izquierda en México implica una serie de triunfos contra el patriarcado, contra el machismo, contra el sexismo y el heterosexismo, y no sólo contra el racismo y el clasismo, no sólo contra el capitalismo neocolonial y neoliberal. Triunfos como éstos deberían ser más que suficientes para celebrar y alegrarse. Nos lo merecemos. Hay que estar felices. Como nos lo dice Clara en la Canción de Nosotros de Eduardo Galeano: “Ya habrá tiempo para estar tristes. Años para estar tristes. Y toda la muerte, que es tan larga. Ahora no. No tenemos derecho.”
Dejemos la tristeza para mañana. Seguramente los próximos años nos darán buenos motivos para entristecernos. Ya vemos los nubarrones en el horizonte. Quizás muy pronto haya que pagar la factura de la victoria.