Carlos Bauer/ carlosbauer3_0
* Artículo de opinión.
En Francia ya se discute una ley que, con el pretexto de combatir la explotación sexual y la violencia contra las mujeres, propone penalizar con una multa de mil 500 euros al hombre que contrate los servicios de una prostituta. El doble, si se le ocurre reincidir. A favor de la iniciativa: toda la clase política y el feminismo de escritorio. En contra: las prostitutas.
¿Por qué las mujeres se oponen a una iniciativa que, desde la perspectiva de sus impulsores, las liberará del yugo de la opresión masculina? Porque al penalizar al cliente, la nueva ley obligará a las sexoservidoras a trabajar en lugares ocultos, en el mercado negro, donde quedarían a merced de las redes de explotación sexual. Eso sin contar la pérdida de clientes y la elevación de costos de protección.
El feminismo chic ha vuelto a estrellarse con la realidad. “El trabajo sexual ES trabajo” les gritan las prostitutas desde las calles a esas –y esos– defensores de las mujeres que gozaron de educación privada y viven en barrios exclusivos. A ésos que las defienden aunque ellas no quieran. ¿Derecho a decidir? Por favor, cómo van a saber ellas lo que les conviene. La misma mentalidad autoritaria y patriarcal que genera toda la violencia que padecen las mujeres.
Quedemos claros. La explotación sexual y la trata de personas son crímenes que no deben tolerarse. Usar el cuerpo como medio de vida es un derecho, obligar a alguien más a hacerlo es un delito. Pero dificultar el ejercicio de la prostitución es el peor camino posible para librar a las mujeres de la violencia. ¿Entonces cómo? Francia tiene un ejemplo en su vecino del Este, Alemania, donde las prostitutas están registradas, pagan impuestos y reciben beneficios sanitarios, como cualquier trabajador.
Ésta es sólo una idea. En realidad, si quieren ayudar a las prostitutas ¿no deberían preguntarlesa ellas qué necesitan?
El problema tiene otra dimensión en Francia. La mayor parte de las prostitutas, según los datos con que cuenta el gobierno, son inmigrantes sin papeles. De África y de Europa del Este, principalmente. La iniciativa no se olvida de ellas, propone facilidades para obtener la residencia y programas de empleo a las prostitutas migrantes.
Muy bien. Pero ¿se detuvieron los brillantes legisladores a pensar por un momento cuántas mujeres comenzarán a ejercer la prostitución sólo para recibir los beneficios migratorios? ¿Se les ocurrió cuántas mafias recibirán de plácemes la noticia de que encontrarán otro nicho de extorsión? Pruébame que eres una puta o te deporto.
Y está, por supuesto, la dimensión de clase. La iniciativa ataca a las prostitutas pobres y a los clientes de clase baja o media que pueden relacionarse con ellas. Las prostitutas de lujo, las que cobran por una noche más de lo que la mayoría de los hombres gana en un año, seguirán ejerciendo su oficio fuera de los reflectores. Las que están en la calle verán cómo sus clientes huyen atemorizados.
Los impulsores de la iniciativa dicen que ésta incluye facilidades de reinserción para las prostitutas. Sí, reinserción, como si ellas fueran criminales o enfermos mentales que necesitan reinsertarse en la sociedad. O sea que, para quienes impulsan esta ley, las prostitutas no forman parte de la misma sociedad a la que pertenecen ellos. Con esta arrogancia y este elitismo, no extraña que las prostitutas piensen de sus defensores “con estos amigos, para qué queremos enemigos”.
Por último, pero no menos importante. ¿A nadie se le hace raro que hasta aquí sólo he hablado de prostitutAs? A mí sí, pero a estas alturas del siglo XXI así están las cosas, nadie se acuerda que el cuerpo de los hombres también se compra y se vende. ¿Por qué no oigo a nadie diciendo que pagarle a un hombre por tener sexo con él es violencia de género?
La defensa de la integridad personal debe dar un paso adelante y darse cuenta que los reclamos del siglo XX han quedado rebasados por la realidad. Esto no significa que dejemos de luchar contra la violencia hacia las mujeres, sino que incluyamos dimensiones hasta ahora ignoradas. Por ejemplo, ¿qué pasa si quien paga por los servicios de una prostituta no es el cliente sino la cliente? Yo no creo que sea muy común, pero invisibilizar el caso es negar a la mujer un papel como sujeto activo en la relación sexual, así sea una mediada por el dinero. Desempoderarla.
Al final del camino, el reclamo con la prostitución es el mismo que existe en torno al derecho al aborto: legalizar la prostitución no obliga a nadie a prostituirse, pero ilegalizarla obliga a quienes se prostituyen a hacerlo en condiciones que ponen en peligro sus vidas. Si la lucha por erradicar la violencia contra las mujeres se convierte en un fundamentalismo, las primeras perjudicadas son las mujeres.