Antonio Aguilera / @gaaelico
Morelia, Michoacán.- “Quien olvida su historia está condenado a repetirla”, esta frase está esculpida en una placa de bronce en la entrada del bloque número 4 del campo de Auschwitz I, en polaco y en inglés:
Kto nie pamięta historii, skazany jest na jej ponowne przeżycie.
The one who does not remember history is bound to live through it again.
La frase es del el poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana, y retrata como ninguna otra frase el salvajismo y la insidia mediática que está cometiendo el estado de Israel contra la población civil desarmada en la franja de Gaza en Palestina. A esta premonitoria frase, habrá que agregar la terrible y sádica advertencia que los comandantes y soldados de las SS Nazis les hacían a los judíos en el campo de exterminio de Auschwitz:
“De cualquier manera que termine esta guerra, la guerra contra ustedes la hemos ganado; ninguno de ustedes sobrevivirá para dar testimonio de ella, pero incluso si alguno lograra escapar el mundo no le creería. Aunque alguna prueba llegase a permanecer, y aunque alguno de ustedes llegase a sobrevivir, la gente dirá que los hechos que cuentan son demasiado monstruosos para ser creídos: dirá que son exageraciones de la propaganda aliada, y nos creerá a nosotros que lo negaremos todo, y no a ustedes. Nosotros seremos los que escriban la historia de Auschwitz”.
Así lo narra el escritor italiano de origen judío Sefardí Primo Levi, en su libro Los hundidos y los salvados.
No se sabe a ciencia cierta cuantas personas fueron exterminadas en los tres campos de concentración que conformaban el complejo Auschwitz-Birkenau. Una placa colocada desde la liberación de los campos por el ejército Soviético en 1945 hasta 1989 decía, que 4 millones de prisioneros fueron asesinados en el campo. Pero en un ejercicio de revisionismo, se colocó una nueva placa exhibida desde 2002, donde se rebaja oficialmente la cifra a 1,5 millones. Lo cierto, es que las cámaras de gas en Auschwitz gaseaban diariamente a 3 mil 500 personas en la más completa oscuridad.
El escrito alemán George Steiner escribe que la barbarie de los totalitarismos ha vertido siempre su odio sobre el pueblo judío. Y la razón, nos dice, es la siguiente: el pueblo judío le ha gritado tres veces al género humano que despierte, y que viva una vida mejor. Estas tres veces son: el monoteísmo de un Dios que se esconde siempre; el imposible cristianismo del sermón de la montaña y el marxismo de la utopía de la sociedad sin clases.
A pesar de haber sido víctimas de los mayores exterminios de la historia, el pueblo judío asentado en Israel y en los territorios que han invadido en la Franja de Gaza, apelan a otra mitología para justificar su propia barbarie: El Sionismo.
Los bombardeos discriminados que protagoniza la fuerza aérea de Israel sobre la población civil de Gaza, forma parte de una trágica historia que muchos especialistas colocan desde los tiempos bíblicos cuando David mató a Goliat, pero más precisamente se debe situar a finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX.
En esas épocas Palestina era una provincia del imperio otomano, con mayoría de habitantes islámicos, que toleraban pequeñas colonias de judíos, a quienes el Imperio Otomano les permitió establecerse por petición directa de Francisco José, el emperador austrohúngaro.
Es justamente en los albores de la Primera Guerra Mundial, en la Viena de los Habsburgo, donde surgió el sionismo, el movimiento político que fundó el judío húngaro Theodor Herlz. Cabe señalar que el pueblo judío vivió tiempos de verdadero paternalismo gracias al protectorado que ejerció Francisco José, y que fue reconocido por el gran escrito Joseph Roth en su obra “La Cripta de los Capuchinos”.
En ese contexto, Theodor Herlz escribe en 1896 de Der Judenstaat (El Estado de los Judíos), en el cual establece las bases para la creación de un estado soberano para el pueblo judío. Sin embargo, el intelectual húngaro no pensaba en el Medio Oriente, sino que había planteado la posibilidad de crear la tierra prometida en Argentina.
Sin embargo, durante las mesas de trabajo del Primer Congreso Sionista, celebrado en Basilea en 1897, se aprueba que el Estado Sionista se ubique solar histórico de los judíos en Palestina.
Entonces comienza una diáspora que duró medio siglo, en donde miles de judíos originarios de Rusia y Polonia deciden partir a la tierra prometida. Por entonces, uno de los mayores propagandistas del Sionismo, el escritor británico de origen judío, Israel Zangwill, acuña la premonitoria frase: “Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. La verdad no era esa, ya que Palestina era una provincia del Imperio Otomano en donde residían medio millón de árabes, con 80 mil cristianos y apenas 25 mil judíos, en una increíble y pacífica armonía.
Sin embargo, ese estatus de coexistencia étnica no significaba nada para las aspiraciones del proyecto sionista. Los primero en arribar a Palestina fueron comerciantes judíos adinerados que compraban barato tierras a árabes absentistas que no viven en Palestina. Para 1910 la población judía aumenta a 75.000 personas y por entonces ya controla 75 mil hectáreas de tierra.
La piedra de toque se da durante la Primera Guerra Mundial, en donde las ambiciones coloniales de Inglaterra desbordan el problema y alientan el derrumbamiento del imperio otomano, lo que desencadenó la ambición del sionismo en las tierras palestinas.
La lógica británica para derrocar al imperio Otomano y vengar su terrible derrota en Galipolli en los inicios de la Gran Guerra, fue alentar la rebelión árabe sometida por los otomanos. La leyenda de Lawrance de Arabia emana de aquella estrategia británica por consolidar sus intereses en el Canal de Suez su punto neurálgico de comunicación con sus posesiones en el subcontinente indio. El control del territorio al norte de Suez aseguraría la tranquilidad en el canal y los británicos quieren que árabes y judíos tomen las armas contra el dominador turco.
La habilidad del Foreign Office es magistral: a los árabes les hace una promesa de independencia en todo el territorio, y a los judíos, el mismísimo ministro de Exteriores James Balfour, les entregó en noviembre de 1917 una carta al banquero Rothschild, cuya familia financió generosamente al sionismo, en la que se declara que “el Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará lo que esté en su mano para facilitar la realización de este objetivo…”. A los árabes promesas, a los sionistas documentos en mano y financiamiento.
La confrontación entre ambos era cosa de tiempo, y al final sucedió: al final de la Gran Guerra, con la derrota y desaparición del Imperio Otomano, en la Conferencia de San Remo se conceden los mandatos de Siria y Líbano a Francia, y de Irak y Palestina a Gran Bretaña. Entonces, la famosa Declaración Balfour se hace realidad y comienza la migración masiva a las colonias que conformarían el futuro estado de Israel.
Mientras crecían las comunidades judías, con autonomía gubernamental, concesión de tierras y hasta establecimiento de incipientes industrias, la parte árabe no veía para cuando los británicos cumplirían con su promesa de independencia. La falta de compromiso de los colonialistas británicos, desembocó en la Gran Revuelta árabe entre 1936 y 1939. Desobediencia civil, huelgas y acciones de guerrilla tienen lugar contra la potencia mandataria británica que se ve apoyada por la comunidad judía.
Por entonces, una salida conciliatoria de dividir el territorio de Palestina en dos zonas autónomas se pierde con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, entonces entra un tercero en discordia, con claros intereses en la zona: Alemania.
Los judíos se ven forzados a sumarse a las campañas militares británicas para detener el odio racial de Hitler y el Tercer Reich y por otra parte se conforman ejércitos paramilitares árabes apoyados por los alemanes para lograr la conquista de Irak, entonces el campo petrolero más grande del planeta que era ambicionado por Hitler.
La respuesta de los británicos fue entrenar al primer ejército sionista, con David Ben Gurion: 30 mil hebreos que habitan Palestina luchan en el frente aliado adquiriendo destreza militar. Uno de esos grupos es el llamado Bastardos Sin Gloria, dedicado a vengar la muerte de judíos en los campos de exterminio nazis.
La postura británica, cerrada a admitir refugiados judíos del infierno que se está viviendo en Europa, hace que facciones armadas judías como Irgún, de Menajem Beguin, o Stern, de Isaac Shamir, se lancen desde febrero de 1944 a una campaña de atentados terroristas contra intereses británicos y árabes.
Al finaliza la Segunda Guerra y tras la revelación del plan de exterminio Nazi contra el pueblo judío, el mundo entero se decanta por la creación de un estado judío en Palestina. Sin embargo, los británicos cambiaron de opinión en no pocas ocasiones rechazaban el arribo de barcos judíos a Palestina y los devolvían a Europa.
En esa época surge la historia del buque transatlántico alemán “St. Louis”. El 13 de mayo de 1939, el buque partió desde Hamburgo (Alemania) hacia La Habana (Cuba). A bordo viajaban 937 pasajeros. Casi todos eran judíos que huían del Tercer Reich. La mayor parte eran ciudadanos alemanes, algunos provenían de Europa Oriental y unos pocos eran oficialmente “apátridas”. Sin embargo condiciones políticas en Cuba podrían impedir que los pasajeros desembarcaran allí.
Es entonces, cuando el Departamento de Estado de los Estados Unidos en Washington, azuzado por algunas organizaciones judías y agencias de refugiados, trata de intervenir, pero no alcanza a hacerlo y la mayor parte de los pasajeros son enviados de vuelta a Europa. Muchos de los pasajeros que desembarcaron en la Europa continental más adelante se encontraron bajo el poder nazi. La mayoría terminó en los campos de exterminio.
Al finalizar la guerra, los sionistas adolecen de la protección inglesa y deciden emprender lucha armada contra los británicos. Por entonces El sionismo deja de mirar a Gran Bretaña para hacerlo ahora hacia EE UU, y el presidente Harry S. Truman en octubre de 1946 pide públicamente que se lleve a cabo la partición de Palestina.
Entonces, hasta julio de 1948, Inglaterra decide someter la cuestión palestina a las Naciones Unidas. La comisión creada al efecto traza un plan de partición que es sometido a la Asamblea General de la ONU y aprobado en noviembre de 1947 en la resolución 181: el estado judío ocupará el 55% de Palestina, con medio millón de judíos y 400.000 árabes, y el estado árabe, el resto con 700.000 árabes y unos miles de judíos. Jerusalén queda aparte con una población paritaria de 200.000 personas. Surge el estado de Israel, y comienza la invasión.
Israel nace derivado del grado de culpabilidad occidental que sienten por el Holocausto del pueblo judío, por ello dan manga ancha para que la instauración del estado sionista sin restricciones. Por ello, ante el rechazo del pueblo palestino de la división de su patria y empiezan las primeras represiones violentas del recién creado Ejército de Israel, que fue armado, entrenado y pertrechado por Estados Unidos e Inglaterra.
En 1949 comienza el genocidio de los palestinos a manos del sionismo judío, con la expulsión de más de 700.000 árabes y 400 aldeas son arrasadas. La táctica se mantiene hasta la fecha.
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