David Pavón-Cuéllar
El dinosaurio que todavía no se ha ido
Ya celebramos la victoria electoral de la izquierda en el artículo de ayer. Ahora queremos preocuparnos al reconsiderar esta victoria y al pensar en la incertidumbre ante lo que ocurrirá después de las elecciones. Recordemos, para empezar, que AMLO y MORENA hicieron posible su triunfo mediante un inteligente pragmatismo que los llevó a moderar sus discursos, atenuar sus objetivos, desdibujar sus proyectos, alejarse de la izquierda y acercarse al centro, concentrarse en la votación y descuidar la movilización, pactar con dudosos empresarios como Alfonso Romo, aliarse con el derechista Partido Encuentro Social (PES) y acoger indiscriminadamente a tránsfugas del PRI, del PAN y del PRD. Es verdad que esta estrategia rindió frutos y permitió someter al enemigo, pero al precio de absorberlo y contaminarse con él.
¿Acaso no vemos que AMLO y MORENA empezaron un proceso quizás irreversible que podría terminar convirtiéndolos en lo mismo contra lo que luchan? Si es que no hay manera de revertir este proceso, ¿cómo podremos al menos detenerlo? ¿Cómo evitar que avance aquello que tiene rostros y nombres como el de Manuel Mondragón y Kalb? ¿Podremos conjurar desenlaces como el griego de Tsipras o el nicaragüense de Ortega?
¿Y si MORENA terminara siendo el último avatar del PRI, como ya lo fueron, en los últimos años, el PAN y el PRD? ¿Y si al final, como lo denuncian prematuramente los subcomandantes Moisés y Galeano, tan sólo cambiaran “el capataz, los mayordomos y caporales” para que “el finquero” siguiera siendo el mismo? ¿Y si la reproducción del sistema político mexicano requiriera simplemente de un profundo reacomodo interno como el representado por MORENA? ¿Y si el actual movimiento revolucionario tan sólo sirviera para dar una vuelta de 360 grados y volver así al punto de partida?
¿Y si en el actual contexto mexicano, como en el siciliano de Lampedusa, revolucionarlo todo fuera el último recurso para que todo siguiera igual? ¿Y si la perfección de la dictadura perfecta exigiera esta vez una simulación democrática tan perfecta como la que le ha dado el triunfo a MORENA? ¿Y si esta victoria contra el PRI fuera la más astuta de las victorias del PRI? Ya lo vimos en 2000. ¿Por qué no habríamos de verlo de nuevo en 2018?
Tal vez nos encontremos ante un demonio tan poderoso que acabe tomando posesión de quien intente exorcizarlo. Aunque miles de militantes de MORENA estén entusiasmados porque despertaron y ya no ven al dinosaurio, quizás no lo vean simplemente porque lo devoraron mientras dormían, porque están habitados por él, porque lo son o lo están siendo, porque son ellos mismos los que están empezando a metamorfosearse en dinosaurio. Desde luego que esto es posible. Hay aquí una posibilidad que nos asusta y nos acecha. Y existen suficientes indicios que nos hacen temer lo peor. Sin embargo, al menos por ahora, la moneda está en el aire. Nadie sabe aún con seguridad si estaremos ante algo diferente o ante más de lo mismo. Nadie lo sabe, ni siquiera quienes están seguros de saberlo, por más numerosos que sean.
Desdén y desconfianza
Es verdad que son muchos, tanto en la derecha como en la izquierda, quienes tienen la convicción de que el viejo reptil del PRI está reencarnando en MORENA. El próximo gobierno les inspira tanto recelo como los anteriores. Y hay que insistir en que tal recelo resulta perfectamente comprensible. Además de las concesiones de MORENA, está nuestra propia experiencia histórica.
Nos hemos acostumbrado en México a tener malos gobiernos, a ser engañados por ellos, a desconfiar de ellos. La desconfianza que sentimos hacia ellos es como la que nos inspiran alacranes y serpientes. Abordar correctamente a estos animales nos exige desconfiar de ellos. De igual modo, percibir correctamente a los gobiernos mexicanos exige nuestra desconfianza. Esto es lógico. La mayoría de nosotros no hemos conocido a un solo gobierno bueno y digno de confianza. Concluimos que todo gobierno es malo y que debe rechazarse por una cuestión de principio. Nuestro anarquismo es aquí el corolario intuitivo de nuestra experiencia particular y no debe confundirse con otros posicionamientos anarquistas fundados en consideraciones generales en torno a la historia humana.
La misma experiencia que ha hecho desconfiar de cualquier gobierno es la que también ha hecho desdeñar a las masas que votaron por AMLO y por MORENA. Este desdén también podría llegar a comprenderse. ¿Cómo tener una elevada opinión sobre las masas a las que se les ha visto ser constantemente engañadas y manipuladas por sus opresores? Cuando las masas consiguen al fin desengañarse y liberarse, uno ya no consigue reconocerlo y concluye que siguen siendo víctimas del engaño y de la manipulación, que son engañadas al creerse desengañadas y que se les manipula para que imaginen liberarse.
Uno se vuelve sencillamente incapaz de valorar positivamente a las masas, al pueblo, a los de abajo. Esta incapacidad se está observando ahora mismo entre individuos y grupos que se ubican en la izquierda radical del espectro político y que muestran el mayor desprecio hacia el pueblo por su voto masivo por MORENA. Delatando un extraño elitismo análogo al que opera en la ultraderecha, este desprecio resulta bastante problemático y paradójico en una ultraizquierda que funda y centra su existencia en los de abajo. ¿Qué hacer cuando aquellos por los que se apuesta no hacen lo que deberían sino simplemente lo que hacen?
Muchos estiman que las masas, en lugar de votar ingenuamente por MORENA, debieron optar por Marichuy, la vocera del Congreso Nacional Indígena. Otros consideran que las masas debieron dar prueba de conciencia de clase al hacer la revolución para instaurar la dictadura del proletariado. Es así como se distrae uno con lo que debió ser para no pensar en lo que es. Tenemos aquí un residuo idealista que subsiste a menudo en el más impecable pensamiento materialista.
Medidas y circunstancias
No se intenta comprender a las masas a las que se desprecia. No se valora todo lo que Rosa Luxemburgo supo apreciar en ellas: la profunda verdad que las anima, lo que se abre paso con sus actos fallidos, la deliberación inconsciente de su espontaneidad, la razón que tienen sus impulsos aparentemente irracionales, el buen sentido en el que se resuelven los errores de sus elementos y la grandiosa idea que sólo puede ser pensada por millones de cabezas interconectadas. No se piensa realmente en los votantes que únicamente inspiran desprecio, pero tampoco en los votados que tan sólo despiertan desconfianza. No se presta suficiente atención, por ejemplo, a todo aquello con lo que los ganadores han lidiado y tendrán que seguir lidiando.
No se consideran las circunstancias limitantes y determinantes del proyecto de AMLO y de MORENA: la estructura, el déficit democrático y la degradación de la política en México, la cultura política dominante en el país, la debilidad y las divisiones internas de la izquierda mexicana, el enorme poder mediático y financiero de la oligarquía, la fase declinante de los gobiernos progresistas latinoamericanos, la vecindad con los Estados Unidos, el capitalismo globalizado y el poco margen de maniobra que suele dejar a los estados nacionales, el pensamiento único neoliberal y su persecución de cualquier alternativa política, las reglas del juego establecidas por las instancias transnacionales y supranacionales, etc.
Las circunstancias no sólo han erosionado y adulterado el proyecto de AMLO y MORENA, sino que impedirán cumplir una gran parte del proyecto ya de por sí erosionado y adulterado. Esperemos que se concreten al menos aquellas medidas más factibles y realizables entre las que se han prometido: poner un alto al despilfarro y a la corrupción en las más altas esferas gubernamentales, vender el avión presidencial y la flota de aviones del gobierno, suprimir las pensiones para expresidentes, reducir a la mitad los salarios de los altos funcionarios públicos, eliminar los millonarios gastos de publicidad gubernamental, derogar la reforma educativa, construir dos refinerías, disminuir el precio de la gasolina, dar becas a todos los jóvenes desempleados y asegurar su ingreso a la universidad, incrementar el salario mínimo y las pensiones de los adultos mayores y hacer extensivas estas pensiones a todos los discapacitados. Tales medidas podrían tener efectos inmediatos y decisivos, podrían incluso revolucionar la sociedad al disminuir sustancialmente la pobreza, la desigualdad, la injusticia, el resentimiento social y la violencia generalizada, tal como ha ocurrido en otros países latinoamericanos en los que también se tuvo el valor de optar por la izquierda en los últimos veinte años.
¿Qué hacer?
Esperemos que el nuevo régimen cumpla sus promesas. Nos lo debe. Pero también es ya tiempo de que dejemos de colocar a nuestros gobernantes en la posición de tlatoanis, caciques o virreyes de los que lo esperamos todo. Ellos no pueden hacerlo todo por sí solos. Tampoco tienen siempre la osadía o el interés de hacerlo. A veces hay que presionarlos, forzarlos, amenazarlos, pedirles cuentas. Necesitan de nosotros, de nuestras protestas, de nuestra actitud vigilante y exigente, pero también requieren de nuestro apoyo, de nuestro sostén, y habría que dárselos al menos cuando tengamos la convicción de que lo merecen, cuando juzguemos que van por buen camino, cuando hagan aquello por lo que los votamos, cuando nos identifiquemos al menos en cierta medida con lo que representan y cuando haya tantas fuerzas adversas que los amenazan como las que hay ahora en México.
No hay que subestimar a los enemigos. Conservan todo su poder. Tan sólo parecen haber perdido las posiciones gubernamentales ejecutiva y legislativa, pero las están infiltrando y además conservan sus demás posiciones en la esfera judicial y especialmente en la Suprema Corte de Justicia, en los mandos militares y policiacos, en la alta burocracia de carrera de todas las secretarías, en las más diversas instituciones públicas y privadas, en la jerarquía eclesiástica, en las dirigencias patronales y sindicales, en los innumerables aparatos corporativos, en los gigantes mediáticos, en las organizaciones criminales y en los demás entes empresariales y financieros, tanto nacionales como transnacionales. El poder que se concentra en todas estas esferas continúa siendo incomparablemente superior al que retendrán AMLO y MORENA.
El nuevo régimen seguirá cercado por la mafia del poder. Si la oligarquía permitió el advenimiento de este régimen, fue por un cálculo en el que han pesado evidentemente las concesiones de AMLO y MORENA, pero también otros factores importantes que no debemos desatender: el miedo al tigre de la insurrección, la crisis de la democracia neoliberal en la era de Trump, las divisiones en el seno de las élites mexicanas y la confianza de estas mismas élites en su propia capacidad para seducir, chantajear, inmovilizar, controlar y corromper al nuevo gobierno de tal modo que todo siga igual. Podemos tener la certeza de que los poderes fácticos harán todo lo posible para seguir ejerciéndose y para gobernar subrepticiamente al nuevo gobierno. Si no consiguen hacerlo como ellos quisieran, ya sabemos que habrá una encarnizada guerra mediática y una estrategia golpista como la del desafuero de AMLO y como las que hemos observado en Brasil y en otros contextos de América Latina.
Conocemos bien el guion. Lo hemos visto escenificado en los regímenes progresistas latinoamericanos de los últimos veinte años. Estos regímenes tienen mucho que enseñarnos. Aprendamos de ellos, de sus aciertos, pero especialmente de sus desaciertos.
El nuevo gobierno tendrá que aprender a mantener un difícil y quizás imposible equilibrio entre la osadía y la prudencia, entre la honestidad y el realismo, entre la ofensiva y la retirada, entre los intereses de los de abajo y los de arriba, entre la necesaria satisfacción de las justas reivindicaciones del pueblo y la inevitable atención a ciertas injustas reclamaciones de la oligarquía. Mientras tanto, el pueblo tendrá que jalar de su lado, insistir en sus demandas, intentar profundizar y radicalizar el proyecto de AMLO y MORENA, verlo sólo como un primer paso y dar los pasos que siguen, continuarlo, llevarlo más adelante, rebasarlo, incluso desafiarlo y desviarlo de su ruta.
Nuestra conformidad absoluta con el régimen tan sólo serviría para excusarlo y reconfortarlo en la inercia que lo llevaría inevitablemente a la degradación y la descomposición. Es por esto que debemos vigilarlo, cuestionarlo y denunciarlo en sus inconsecuencias, exigirle que nos cumpla todo lo prometido, protestar contra sus abusos y buscar la manera de castigarlo cuando lo merezca. Sin embargo, al hacer todo esto, el pueblo debería cuidarse a cada momento de ir demasiado lejos, más allá de lo sostenible, hasta el punto de socavar, desgastar, erosionar y debilitar al nuevo régimen. De lo contrario, nosotros mismos podríamos terminar arrebatándonos lo que nos ha sido tan difícil de ganar, cerrando una vez más el horizonte de posibilidades que ahora se abre ante nosotros. No se trata de censurarnos a nosotros mismos ni mucho menos de justificar o disculpar nuestra censura por el nuevo régimen, sino simplemente de ser prudentes, desconfiar de nuestras buenas intenciones, reconocer el poder performativo de nuestras palabras y renunciar en ciertas coyunturas peligrosas al embriagante goce del supuesto saber y de la superioridad moral que nos atribuimos como individuos y pequeños grupos. Quizás baste con esforzarnos en ser pueblo, respetar humildemente nuestras diferencias, pensar en el interés común y dejarse guiar por lo que uno es colectivamente.
El oficio del pueblo también debería ser el de un equilibrista entre dos polos de actitudes ante el nuevo régimen: apoyar y vigilar, entender y cuestionar, defender y denunciar, aportar y exigir, celebrar y protestar, premiar y castigar. Por otro lado, independientemente de su relación con el régimen, el pueblo tendría que seguir trabajando como lo ha hecho hasta ahora, en múltiples frentes y en ritmos diferentes de los electorales, remendando el tejido social destrozado por el individualismo neoliberal e intentando reconstruir algo a partir de los escombros que va dejando el capitalismo. A este respecto, es muy importante mantener vivas opciones abiertamente anticapitalistas como las del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el Congreso Nacional Indígena y los innumerables grupos comunistas y anarquistas del país. Hay aquí otros caminos que podrían ser finalmente los únicos transitables para seguir avanzando hacia donde toda la izquierda consecuente quiere avanzar. Otorguémonos unos a otros el beneficio de la duda.
Lo principal ahora es comprender que todo apenas está comenzando. Nos encontramos en la incertidumbre. Ciertamente hay una larga historia que nos precede, pero se está reconfigurando por completo y ya no será muy pronto la misma historia. Esta historización secundaria, como la llamaba Jacques Lacan, hará que todo haya sido al final diferente de lo que es. Los espectros de Emiliano Zapata, de Lázaro Cárdenas y de los demás ya no serán los mismos. Nuestra fidelidad tampoco tendrá que regirse por las mismas reglas.
Más vale ir lentamente descubriendo el nuevo campo de batalla. No hay que precipitarse a descalificar según lo que ya conocemos. Al hacerlo, creeremos adelantarnos y tan sólo habremos retrocedido. Mejor no retrocedamos. Demos el paso recién dado. Intentemos dejar atrás nuestros viejos prejuicios. Tenemos que estar listos para la novedad, para las nuevas oportunidades, para los próximos escenarios de lucha. Aunque todo se repitiera, no se repetiría de la misma forma.