Por Gisela Pérez de Acha / Fuente: Zona Franca
(18 de febrero, 2014).- Era un viernes de tráfico en la ciudad. Para variar, yo ya iba tarde al bar donde había quedado de verme con una amiga que hace tiempo no veía. El tráfico no ayudaba. Cuando por fin llegué, dejé el coche mal estacionado y entre corriendo al lugar. Asma ya estaba esperándome con una tranquilidad que le hacía balance a mi acelere.
La saludé con un gran abrazo y me quité el abrigo. Sentí cómo el bar nos volteó a ver. Seguro que el contraste entre las dos era el balance perfecto. Asmaa es una chava musulmana nacida en Siria, aunque ahora vive en Francia. Da clases de ciencia política, ahí fue donde la conocí; desde el primer momento hubo algo en su personalidad que me cautivó. No miento cuando digo que sus ojos son de lo más poderoso que he visto. Yo en vestido rojo, medias negras y botas de tacón hasta la rodilla. Ella cubierta de negro, chamarra café, y su velo cubriendo la cabeza en tonos de rosa y tela con encaje.
“Cuéntame de Femen, me enteré que te uniste”, fue lo primero que dijo mientras nos sentábamos. Sonreí. La conversación ameritaba una buena copa de vino. Ella no bebe, se decidió por un jugo de tomate.
“De eso quiero platicar contigo” –respondí muy directamente– “creo que más allá de Femen el tema es el cuerpo de la mujer, sus diferentes representaciones y maneras culturales de control. Para mí es liberador estar desnuda porque vengo de un esquema de culpa, pero me pregunto si será lo mismo para ti que decides usar tu velo todo los días.”
Me miró con esos ojos negros que siempre parecen sonreír. Supe que la conversación había entrado a terreno amigo: dos mujeres que se reconocen como iguales en contextos culturales completamente opuestos. Pensé en los kilómetros entre Damasco y México, y en todos mis prejuicios alimentados por falsas imágenes.
Como buena politóloga, Asmaa me respondió: “De inicio, la plática sobre mi velo no es neutral, porque se liga con una idea del cuerpo femenino. Siempre es más fácil reprimir y culpabilizar a la mujer, pasa en todo el mundo. Cada cuerpo está inmerso en un contexto cultural determinado, y a partir de ahí se define qué es la libertad.”
“¿Y cómo sabemos dónde está el límite entre lo que decidimos y lo que está tan internalizado que no lo podemos ni cuestionar?”, le respondí. “Femen diría que no eres libre de elegir tu velo, porque estás demasiado condicionada y te han lavado el cerebro. Yo por el contrario, tal vez soy ingenua –o demasiado abogada– pero creo que hay algo de la libertad que se parece mucho al consentimiento.”
A Asmaa no le molestan mis preguntas, al revés, siempre responde sonriendo con los ojos: “Nadie es una página en blanco. Somos seres sociales, y en esa medida todos estamos condicionados, pero en mi caso yo sí creo que consentí. Tienes que tomar en cuenta que no es lo mismo usar un velo en una sociedad europea mayoritariamente laica y usarlo en un país como Siria donde es normal. Yo en Francia me lo cuestiono todos los días, resalto del resto, voy en contra de la mayoría, y aún así decido usarlo.”
El mesero interrumpió la conversación con mi copa de vino. Le di un gran sorbo, el vino contrastaba con el frío. Por mi cabeza pasaban ideas fugaces sobre lo que Asmaa había dicho. ¿Qué determina lo que es “normal” de una sociedad a otra? ¿Qué tanto son obligaciones interiorizadas a falta de cuestionamiento? Me di cuenta que sé muy poco sobre el Corán, era momento de una plática honesta.
-Te voy a ser franca Asmaa, sé muy poco sobre el fundamento religioso que hay detrás del velo, y lo que podría significar para ti en términos de sexualidad.
-Pues es lo mismo que para ti tu lipstick rojo, falda y botas. Son símbolos que se interpretan como si mandaras un mensaje específico, el problema es ese. A mí los franceses me ven con velo y piensan en la imagen del pudor, de la virgen, de la puerta cerrada.
-¿Esto te molesta?
-¡¡Pues claro!! Qué ridiculez pensar que porque uso velo no estoy disponible sexualmente. Y es lo mismo con otras cosas, en el metro la gente se sorprende cuando grito y digo groserías. Es como si usar velo fuera equivalente a ser sumisa y tímida.
-O como en mi caso, el que usar escote y mini falda sea sinónimo de ser zorra, y aparentemente ser zorra es algo malo.
Nos reímos las dos. Di otro sorbo a la copa de vino. Asmaa miraba la copa con asombro. Tiene 24 años y jamás ha probado una gota de alcohol. “¿No se te antoja?”, le pregunté. “La verdad no, nunca lo he hecho y no le veo el sentido. Y aunque el Corán lo ordene así, también es una decisión propia. Es lo mismo que con el velo.”
Asmaa entonces empezó a explicarme los principios del ascetismo islámico, y cómo explican la actitud en torno al alcohol y al sexo. El Islam para ella, se diferenciaba del catolicismo en que en lugar de prohibir, moraliza. Es una religión que predica la moderación y el sacrificio por un bien mayor. “No es que el alcohol esté mal, sino que simplemente está ‘menos bien’”, mientras hablaba se comía el apio de su jugo de tomate, “pero inclusive el paraíso se representa como un lugar de placer, excesos y vino. La sexualidad es igual, no se prohíbe, pero se ata a las reglas específicas del matrimonio y la procreación.”
A mi algo no me sonaba bien, recordé las noticias de la ciudadana noruega que fue responsabilizada penalmente después de denunciar una violación en Dubai. Todo lo que decía Asmaa parecía tener sentido en abstracto, pero en concreto son hombres machos los que están detrás de la interpretación y aplicación de la religión. En varios países musulmanes se responsabiliza a las chavas que son violadas si no traían velo, o si estaban solas en la calle. El argumento entonces es que “ellas lo provocaron”, ¿cómo se justifica esto?
Asmaa de nuevo sonreía con los ojos. Me respondió de una manera sorprendentemente estructurada. “Mira, en primer lugar, en el islam no hay una figura de autoridad que encarna a Dios e interpreta su ley. Ustedes tienen al papa, para nosotros el Corán se interpreta de manera muy personal. El velo es simplemente que el Corán manda guardar el pudor, para mí guardar el pudor es usarlo. Pero el mismo mando también ordena a los hombres que bajen los ojos al ver a una mujer, y a veces los hombres no lo hacen. Interpretan el Corán como se les pega la gana para ajustarlo a sus conveniencias y su dominio.”
Tomó una pausa para acomodar el encaje del velo que para entonces ya dejaba revelar un pedazo de su oreja, sacó de su bolsa un panfleto y me lo dio. Era una invitación a una serie de conferencias de feminismo musulmán que Asmaa estaba organizando.
“Yo me considero feminista”, siguió diciendo antes de que yo pudiera decir algo, “el reto ahora es reinterpretar el libro sagrado fuera de los contextos culturales. El machismo es cultural, la religión no necesariamente.”
Se hacía de noche, la conversación seguía, hablamos sobre Femen, la importancia de los símbolos, el cosmopolitismo, las tetas, las imágenes y las fotos. Le platiqué sobre la protesta de Femen del dos de octubre, y el desastre del reportaje de Reforma. Ahora le tocaba a ella preguntar. Comenzó diciendo:
-No sé cómo te atreviste a desnudarte tan públicamente, ¿no te molesta que tus fotos desnudas vayan a circular por Internet toda la vida?
-Sí un poco, el problema es que yo no interpreto mi cuerpo como erótico cuando lo hago en forma de protesta, pero el resto de la gente sí. Tomará muchísimo tiempo cambiar eso, si es que se puede.
-Es como yo, mi libertad es mi velo, pero no quiere decir que no me moleste y me caiga gordo en función de lo que los demás definen. Quisiera salir a la calle sin que mi velo implicara una idea de pudor.
-Y yo quisiera salir a la calle y vestirme como yo quisiera sin miedo a que me violen, me griten o me acosen.
Intercambiamos miradas, y Asmaa interceptó al mesero para pedirle la cuenta. Se hacía tarde, el tiempo había pasado volando. Nuestra conversación fue demasiado larga como para poderla reproducir aquí, pero lo que me interesa compartir por hoy, es a la conclusión a la que llegamos.
Asmaa y yo coincidimos que dentro de nuestra plática había algo universal: cubierta, desnuda, enseñando tetas, con velo, con sacerdotes o imanes de por medio: de Noruega, a China, México, Francia y Siria, las mujeres somos violadas. Nuestro cuerpo es penetrado sin consentimiento. Y eso nos une, el entendimiento que los hombres tienen sobre nosotros y lo que un cuerpo representa así sea cubierto o desnudo. La culpa siempre es nuestra, da igual lo que nos pongamos o la religión que reivindiquemos.
Es curioso como en antitéticos a veces podemos identificarnos. Al despedirme, Asmaa aún de lejos, parecía ser el balance perfecto. Desnudas o cubiertas, la lucha es la misma, y el mensaje que subyace es parecido. ¿Alguna vez habrá cabida para la idea de un feminismo universal? ¿O más bien los feminismos son plurales en un mundo posmoderno? De Damasco a Siria, las preguntas quedan abiertas.