Morelia


Las colonias invisibles de Morelia

Rodrigo Caballero / @RodCaballero

Morelia, Michoacán.-Don Leopoldo vive y duerme al compás de los durmientes. Por las noches, a mitad de la madrugada cuando el frío sube por la cama y se cuela por las cobijas, en la tarde, cuando el calor cansa, adormece y las calles se cubren por un manto dorado, a todas horas y en cualquier momento puede escuchar el constante traqueteo de cientos de toneladas de metal que cruzan entre rieles de acero y durmientes de madera a unos cinco metros de la entrada de su casa.

La calle Juana Barragán, de la colonia Agustín Arriaga Rivera, representa la línea divisoria entre los 82 millones de mexicanos que sí tienen acceso a una casa y los 36 millones que no pueden acceder a “una vivienda digna y decorosa”.

Juana Barragán es una calle de Morelia, Michoacán que permanece sin pavimentar y está llena de contrastes; del lado noroeste se aprecian casas de tabique y hormigón, construidas en la década de los 80´s, cuando en la zona comenzaron los asentamientos humanos en terrenos considerados como espacios “habitables” que cuentan con todos los servicios y donde existe una regulación, por lo que cada casa paga impuestos prediales cada año ante el Ayuntamiento de la ciudad. No obstante, del lado sureste es otra historia, sólo una o dos casas por cuadra están construidas a base de cemento y ladrillos, las demás usan tablas de madera, láminas, lonas y pedazos de otras construcciones; muy pocas tienen el llamado “piso firme” la mayoría cuenta con piso de tierra o una mezcla de grava y escombro acumulado por cientos de camiones de volteo que pasaban a tirarlo a cambio de dinero.

A escasos metros de la calle se entra a una especie de terracería, como si fuera de pista para motocicletas con montículos y hoyos por doquier.

Las casas más allá de la Juana Barragán son ilegales por encontrarse en terreno federal debido a la cercanía con las vías de ferrocarril en uso, se trata de asentamientos irregulares que fueron poblados por los llamados “paracaidistas”; personas como Don Leopoldo que se cansaron de vivir como nómadas, de pagar rentas en otros lugares y que, según él, tienen permiso de Ferrocarriles Mexicanos para permanecer ahí.

Don Leopoldo trabaja como guardia de seguridad en la Secretaría de Educación Pública en un turno de 24 sobre 24, es decir, trabaja un día entero y descansa otro. Gana mil 500 pesos a la quincena “poquito pero más vale una gotita constante que un chorro (…) aquí los vecinos que es que son albañiles y no… que ganan 6 mil pesos por semana pero se ganan eso y no trabajan en meses… pues se lo acaban, en cambio yo ahí tengo un sueldito chiquito pero cada quince días (…) sobretodo me gusta por el Seguro (Social) y por el sueldo base” cuenta sin mover las manos por el frío matutino. Leopoldo no vive en la calle Juana Barragán, su casa está más al sureste, a una cuadra de distancia, justo al lado de las vías férreas.

El suelo queda por debajo de las vías por lo que, para entrar a su morada, utiliza unas escaleras de concreto sosteniéndose de un lánguido barandal de madera y metal, las lluvias de los últimos días han causado estragos en las láminas del techo y Don Leopoldo las arregló con un pedazo de lona azul y unos troncos pesados para que el viento no la haga volar. En su “jacal” vive con su esposa, ella no puede caminar y requiere de una silla de ruedas y una andadera para salir de su cuarto al patio; además, hace unos días llegaron familiares, su hija, su yerno y su nieto, con los que suman cinco personas viviendo en el jacalito, compartiendo el sueldo de Don Leopoldo y durmiendo entre durmientes.

“Mejor que en Altozano”

Son varias las casas que parecen abandonadas a un lado de las vías, dice Don Leopoldo que si están habitadas pero se trata de una familia que tiene varios terrenos irregulares en todo Morelia y pasan un mes en uno y otro mes en otro. Algunas casuchas tienen forma de chozas, una que parece kiosco es en realidad un salón de fiestas y otras parecen casas de rancho de un solo piso. Hay quienes tienen gallinas, guajolotes y hasta vacas y otros escandalosos e imponentes perros pitbull amarrados con cadenas y lazos.

Desde luego, destacan las casas de dos o hasta tres plantas con cercas electrificadas y alambres de púas; el contraste de los materiales, colores, texturas y rostros se puede ver a cada paso. Ciertas pequeñas chozas de lámina tienen estacionadas camionetas de ocho cilindros en las inmediaciones del terreno y lo mismo se puede encontrar camionetas Durango y Lobo como Tsurus destartalados y combis inservibles.

Ninguno de los que ahí viven paga impuestos, el agua fue traída de una toma en la colonia Arriaga Rivera. Lo que sí pagan es el gas, los cilindros que los repartidores llevan cargando al hombro debido al poco espacio para maniobrar entre la vía y las casas, y el telecable, Sky y Dish son los principales surtidores de televisión por paga de la zona; no es raro ver antenas rojas y grises atornilladas a vigas de madera a punto de venirse abajo.

En una de las casas se puede ver a varios trabajadores subiendo sus herramientas y productos a una camioneta, se trata de una cripta que van a colocar en lugar de una que se rompió; ellos se dedican a realizar cruces, criptas y losas de mármol para cementerios. “No se crean… no tenemos nada” afirmó uno de los trabajadores cuando otro dijo que tenían escrituras del terreno “estamos a menos de 20 metros del tren y es zona Federal (…) nomás que no pueden sacarnos por eso aquí andamos (…) sí tenemos todos los servicios agua, luz todo… lo que pasa es que los cables de luz pasan por abajo (del suelo) es una conexión subterránea pues… mejor que en Altozano” bromea refiriéndose a la zona residencial de la ciudad con terrenos que van desde los 800 mil hasta un millón 700 mil pesos dependiendo de la ubicación y el tamaño.

“No se puede”

El 17 de enero de 1977 se establece, por Decreto del entonces presidente de México José López Portillo, la Comisión para la Regularización de la Tenencia de la Tierra (Corett) para regularizar los asentamientos en terrenos de origen ejidal y comunal, los de origen privado, así como para la creación de programas de desarrollo urbano.
Al crear la Corett se trató de establecer un orden en la tierra o propiedades para tener un “reparto justo y equitativo de las tenencias de las tierras” como lo dice la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en su artículo número 27.

Sin embargo, la Corett se considera a sí misma como una “canalizadora” de los procesos de regularización de tierras y cada caso particular es enviado a la dependencia de gobierno que puede solucionar el problema de cambio de uso de suelo.

La Comisión, mediante el levantamiento de un cuestionario o quiz, puede gestionar la ayuda gubernamental de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU) para que los habitantes de zonas no regularizadas puedan tener documentos, incluso sin pagar los 10 mil pesos que cuestan las escrituras.

“No podemos obligar a las personas a regularizar (…) no podemos ser arbitrarios o impositivos” asegura el director del Corett en Michoacán, Raúl Trinidad Santos, “ellos vienen a hacer sus trámites y nosotros los ayudamos”. Si se trata de un terreno privado la Corett no puede actuar, el dueño es el responsable de que se haga o no el cambio de uso de suelo pero si el terreno es del gobierno los ayuntamientos y la Comisión buscan la manera de encontrar una solución para las partes afectadas. “Son los ayuntamientos los que pueden buscar la manera de regularizarlos o en éste caso el Gobierno Federal o Ferrocarriles pero nosotros no podemos actuar”.

La encargada de asuntos jurídicos de la Corett, María Trinidad Veraza, afirma que existen diversos trámites que se tienen que realizar y por eso resulta tan tardado el proceso, “en un caso similar nos llevamos 2 años” apunta. Sin embargo, en los seis meses que lleva la actual administración afirma no tener casos de personas que hayan dejado sus procesos “a medias” pues afirma que “llevan años esperando y les cuesta menos esperar un año o dos más y andarse moviendo con los trámites que dejarlo (…) a fin de cuentas estamos dándoles certeza a su patrimonio”.

A pesar de los programas con los que cuenta el Corett y del tratamiento puntual que se promete dar a cada caso, al preguntar si la zona que abarca parte de la colonia Agustín Arriaga Rivera, podía iniciar un proceso de regularización mediante la desincorporación Federal del territorio, afirmaron que “no se puede” debido a que las vías férreas siguen en uso y la zona está considerada como riesgosa. A fin de cuentas, aunque lo quisieran, la zona no puede ser regularizada y, como dice Don Leopoldo “aquí tenemos permiso de vivir, Ferrocarriles nos dijo que no había problema mientras no destruyéramos las vías y mantuviéramos limpio”.

“Desastres socialmente construidos”

Con sólo caminar por la zona la gente te mira con extrañes como si no tuvieras nada que hacer por ahí; la mayoría de los vecinos afirman que no necesitan de nadie más, son felices ahí, tienen que comer y trabajo, no importa lo que piensen o digan los demás, mientras no los molestes ellos tampoco te molestarán, todos los vecinos están acostumbrados a vivir en esas condiciones.

“No son ignorantes de su situación” afirma el Doctor Guillermo Vargas Uribe, exsecretario de desarrollo y medio ambiente en Michoacán, “por ley no los puedes quitar a menos que haya una denuncia, ellos son conscientes de su situación pero si no tienen mayores oportunidades no pueden hacer nada”.

Es notorio que las autoridades, le dan vueltas al asunto, por ejemplo, la Secretaría de Urbanismo y Medio Ambiente (SUMA) no sabe un número fijo de las colonias irregulares o algunas veces nieguen la existencia de éstas, así como los problemas que conllevan. Estas colonias son conocidas como focos rojos por las autoridades, tanto en materia de vivienda y desarrollo social como en delincuencia, pero no han sido capaces de realizar cambios, “sólo se quedan en palabras, contratos o ayudas” asegura Don Leopoldo quien lleva unos 20 años viviendo en la zona.

Actualmente no hay datos bien definidos de las colonias detectadas como irregulares en Morelia ya que cada día van en aumento, pudieran ser arriba de 100. En donde se presentan los mayores casos son en la colonia Ciudad Jardín donde corren un riesgo debido a que en la zona se han registrado incendios, índices altos de delincuencia y contaminación, por tal motivo, Protección Civil entra aquí para verificar que dichas zonas sean apropiadas para llevar una “vida normal”, los miembros de Protección Civil llegan a platicar con la gente y buscan llegar a un acuerdo para que abandonen la zona.

“La gente no quiere irse hay señoras que salen con palos y piedras porque piensan que vamos a desalojarlos” asegura uno de los voluntarios de Protección Civil que acudió a dar pláticas sobre manejo de basura y prevención de enfermedades.

“Es un problema estructural”, afirma Vargas Uribe, “la Constitución está llena de buenos deseos pero no se llevan a cabo puesto que no hay una política integral que reduzca la desigualdad entre quienes más tienen y quienes menos tienen, quienes sí tienen acceso a vivienda y quienes no”.

“Llevan varios años diciendo que van a reubicar el tren, pero no se va a hacer porque es muy caro, entonces estas personas ya se acostumbraron a convivir con el tren (…) después llegan los desastres naturales o desastres humanos que son desastres socialmente sostenidos (…) ya se han descarrilado tres veces los vagones en La Tenencia Morelos y todavía no han pagado los gastos”.

El domingo ocho de septiembre de 2008, tres vagones de la empresa Kansas City Southern de México se ladearon sin que hasta el momento se sepa la razón. Los contenedores llevaban varias toneladas de trigo y éste se esparció en ambos lados de la vía férrea, impidiendo las maniobras del tren durante varias horas.

En ese momento no hubo ni heridos ni víctimas en la zona, ya que los vagones no llegaron a las viviendas de lámina y cartón; la mayor afección fue la falta de luz en la colonia debido a la caída de un poste de la Comisión Federal de Electricidad. Sin embargo, el peligro es latente y constantemente se encuentra en riesgo la seguridad de quienes habitan a menos de cinco metros del tren, durmiendo entre durmientes.

“Sí pues nos dijeron que se descarriló y que si no nos daba miedo pero pues no, sabemos que hay riego pero no hay de otra” señala Don Leopoldo antes que sus familiares lleguen en un Tsuru blanco y destartalado “ya llegaron éstos muchachos, bueno joven nos vemos luego”.

29 septiembre, 2014
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