Rosario Herrera Guido
Decía Platón que la verdad es bella.
No es cierto. Es horrenda.
Jacques Lacan
No es la primera vez que a la excelente, penetrante, valiente y consecuente periodista Carmen Aristegui la silencian por buscar verdades que atentan contra “el poder” y las difunde. Su paso por el periodismo de investigación profesional es por ello no sólo controversial sino insoportable para los amos de la ciudad en turno. Su silencio siempre es torpemente justificado por diferencias editoriales. Cómo olvidar su brillante paso por el programa de análisis Círculo Rojo (al lado del ahora mesurado y apagado Javier Solórzano), que difundía semanalmente Televisa, pero que terminó por silenciarla en 2002, por sus controversiales temas (la pederastia del líder de los legionarios de Cristo, el sacerdote Marcial Maciel, dilecto hijo de Juan Pablo II y del matrimonio Fox).
Más tarde, en el alborada de 2008, también fue silenciada, por el controvertible noticiero que Aristegui conducía en W Radio, de Televisa y Grupo Pisa, con el baladí pretexto de la incompatibilidad editorial con la nueva dirección de la compañía. Para reaparecer, con la misma agudeza periodística, la misma estatura ética y el mismo valor en MVS Radio.
Y en el amanecer del 2011, otra vez se desencadena el primer gran conflicto entre Aristegui y MVS, por difundir una nota en la que sólo se sugería el posible alcoholismo del entonces presidente Felipe Calderón, un asunto que tocaba, en el horizonte de una caricatura de república con tentaciones monárquicas, la sacrosanta investidura presidencial, y que condujo, como era de esperarse, a su inmediato retiro, “por violar el código de ética” de la empresa MVS. Un silencio ensordecedor en el que participaron periodistas, intelectuales, audiencia, seguidores en redes sociales y pueblo en franca protesta, y que obligó a la empresa a recontratarla: para proyectarla y encumbrarla como “Aristegui, más libre que nunca”, para después cortarle las alas y enlodarla. Una libertad que tenía que llegar a su límite: la investidura presidencial que, como solía decir Julio Scherer, en el presidencialismo es un tema de Seguridad Nacional. Pero un silencio ensordecedor que se convirtió en una enorme presión pública, más porque nunca dejó de interpretar correctamente la salida del aire de su periodista estrella, como una censura a la libertad de expresión.
El más reciente silencio de la periodista Carmen Aristegui, impuesto por la empresa radiofónica MVS, anticipando el despido de su grupo de investigación (Irving Huerta y Daniel Lizárraga), que por fortuna la conciencia democrática lo convierte en un silencio ensordecedor, es interpretado por las mentes más lúcidas y reconocidas de México, como una intervención presidencial, para silenciar las investigaciones sobre brunos asuntos en las altas esferas del poder: la casa de citas de Gutiérrez de la Torre, el tren rápido México-Querétaro, la Casa Blanca de las Lomas, la casa de Malinalco de Luis Videgaray, la imposición dictatorial de Medina Mora en la Suprema Corte de Justicia de la Nación y la ley de aguas “para darnos agua”.
El silencio ensordecedor de Carmen Aristegui, responde no a una falta de ética, sino a su deseo de verdad, que la lleva a actuar en consecuencia, con una actitud que aunque parece desconocida para una sociedad en franca descomposición, no deja de deslumbrar a una multitud despierta, ante el rechazo de su periodista heroína, de regresar a trabajar sin la reinstalación de sus colaboradores y la libertad de expresión sin cesiones ni concesiones. No se trata de soberbia sino de una ética ejemplar que es preciso y urgente que se eleve a un ensordecedor clamor popular, si no queremos vivir amordazados, en nombre de otro tiempo por venir.