Foto: La Jornada
(4 de enero, 2014).- El caricaturista de La Jornada, Manuel Ahumada, falleció ayer viernes a los 57 años de un paro cardiorespiratorio.
El fallecimiento ocurrió alrededor de las 18:00 horas, “mientras dormía”, informaron familiares del periodista y pintor.
Manuel Ahumada, de quien Luis Mirelles dijera que “dibuja el silencio y dice mucho sin escribir nada”, era caricaturista y escultor, nació el 27 enero de 1956 en la ciudad de México, y estudió ingeniería agrícola en la ENEP-Cuautitlán de la UNAM.
Fue la noche del lunes 5 de julio de 2004, en el foro Shakespeare, donde Manuel Ahumada presentó su carpeta de dibujos Mirada hacia abajo, en dicho lugar se dieron cita admiradores del caricaturista y pintor.
Esa noche era para Manolo, “el inicio de una nueva etapa como pintor”, confidencia develada por su amigo el reportero Carlos Paul.
Luis Mirelles resumió esa noche sobre él: “Pocos como Manuel Ahumada han logrado dibujar el silencio, con talento y poca tinta, diciendo tanto sin escribir nada”.
El reconocido actor Bruno Bichir, se dijo “seducido por los símbolos y emociones que pueblan la obra del artista”; con admiración y afecto declaró de Manuel Ahumada “Es un cirujano del alma; para mí es un genio de su arte, de su corazón, de su víscera, de su imaginería. Lo que hace es poesía”.
Manuel Ahumada publicó historias terrenales, como la inolvidable serie La vida en el limbo, en la que su protagonista, un ser sin rostro, de gabardina y sombrero, “explora, experimenta y se aventura por los tiernos o a veces inhóspitos laberintos de la vida”.
Ahumada, nos presentaba con esencia lúdica y provocadora sus dibujos y pinturas; retrataba en sus obras la vida cotidiana, el amor y la pasión, el sueño, el cuerpo desnudo femenino, los viajes, la muerte, el mar, la ciudad y hasta el circo.
Manolo logró en 34 años de actividad artística, repartir su talento entre la caricatura política, la historieta, la pintura y la escultura, a lo largo de las cuales plasmó un vasto universo iconográfico habitado por ángeles que cogen, demonios crudos, mujeres etéreas, astronautas que viajan en combi, pachucos sin rostro, espejos abismales, ventanas interdimensionales, azoteas melancólicas y tendederos donde se orean los objetos más inesperados.
La obra de Ahumada que quedará para la historia, estaba llena de “inquietante humor negro”. Por ejemplo, la que representa a una niña sentada a la orilla de un andén del Metro, con las piernas colgando hacia la vías, indiferente al peligro.
A Manolo las ideas le podían venir caminando por la calle, mirando la ciudad, incluso en vigilia; llevaba siempre una libreta donde las apuntaba y después las desarrollaba.
Muchos de los cuadros de Ahumada proyectaban soledad y tristeza, en alguna ocasión declaró que pese a eso, no la pasaba mal mientras trabajaba. “Sufro cuando el lienzo está en blanco, cuando no sé bien por dónde empezar, porque no hago bocetos, pinto directo; pero una vez que sale la idea, lo demás es pan comido”.
Manuel tenía muchos amigos músicos, pues en su juventud estudió ingeniería y quería ser músico. Sin embargo, fue el azar y las circunstancias que le llevaron al camino en el que finalmente se desarrolló hasta su muerte.
En sus inicios comenzó con historietas, publicadas en la revista Melodía, que dirigía Víctor Roura.
Posteriormente colaboró en el periódico Unomásuno, fue tras la escisión en éste, que formó parte del equipo de la Jornada, en cuyo suplemento Histerietas también participó.
Manuel Ahumada describía su trabajo como narrativo, “obras reales que provocan la risa y la reflexión”.
Tal vez el único sueño que Manuel no pudo realizar, fue diseñar su propia ropa, el caricaturista comentó en algún momento. “Si yo tuviera tiempo también haría mi ropa, pues no encuentro las cosas que me gustaría tener, usar o vestir”.
Con información de La Jornada