Rosario Herrera Guido
María Carlota Amelia Clementina Leopoldina,
Princesa de la Nada y del Vacío,
Soberana de la Espuma y de los Sueños,
Reina de la Quimera y del Olvido,
Emperatriz de la Mentira:
hoy vino el mensajero a traerme noticias del Imperio,
y me dijo que Carlos Lindbergh está cruzando el Atlántico
en un pájaro de acero para llevarme de regreso a México”.
Fernando del Paso, Noticias del Imperio, Diana, 1987, p. 668).
Fernando del Paso (México, D.F., 1° de abril de 1935), el escritor, pintor, escritor, poeta y ensayista, autor de José Trigo (Siglo XXI, 1966), Palinuro de México (Fondo de Cultura Mexicana, 1977) y Noticias del Imperio (Diana, 1987) y Lina 67. La historia de un crimen (Plaza & Janés, 1995), poemarios, teatro, cuentos, ensayos y exposiciones de pintura, entre otras obras maestras, premio Xavier Villaurrutia (1966), Rómulo Gallegos (1982), Casa de las Américas (1985) y Premio Feria Internacional del Libro (2007), entre otros reconocimientos, este 20 de abril recibe un espléndido Homenaje en sus Ochenta Años de Edad, en la Sala Manuel M. Ponce de el Instituto Nacional de Bellas Artes, por escritores como Elena Poniatowska, Vicente Quirarte, Cristina Pacheco y Alejandro Toledo, entre otros, Al mencionar Noticias del Imperio (Diana, 1987), se desbordaron en elogios hacia —su novela —como dijo Vicente Quirarte— “épica y lírica”, que lega para la memoria histórica mexicana, una exquisita y espléndida mixtura entre la historia y la ficción, la historia y la poesía, que trae el pasado imperial ante nosotros para advertirnos su presencia y el peligro de repetirlo, como los terroríficos signos imperiales de nuestro doloroso y escandaloso presente que anuncian tormenta.
A manera de epígrafe, que resume su erudita y poética novela, Fernando del Paso nos recuerda que el hecho histórico que lo llevó a realizar su monumental empresa: “En 1861, el Presidente Benito Juárez suspendió los pagos de la deuda externa mexicana. Esta suspensión sirvió de pretexto al entonces emperador de los franceses, Napoleón III, para enviar a México un ejército de ocupación, con el fin de crear en ese país una monarquía al frente de la cual estaría un príncipe católico europeo: el Archiduque austriaco Fernando Maximiliano de Habsburgo, quien a mediados de1864 llegó a México en compañía de su mujer, la Princesa Carlota de Bélgica. Este libro se basa en este hecho histórico y en el destino trágico de los efímeros Emperadores de México”.
Fernando del Paso se centra en la trágica historia de un fugaz imperio, cuya principal protagonista es la alienada voz de la emperatriz Carlota, quien en plena vejez teje recuerdos en torno a su esposo fusilado, desde su fastuosa cuna hasta el crepúsculo de los sueños imperiales, que junto con otras voces históricas y fantásticas, como la de su esposo Maximiliano, cual notas de un pentagrama, acompañan a la primera voz, tratando de desentrañar el absurdo deseo de poder, paralelamente a la intensa búsqueda de la identidad mexicana y a la locura del amor. Así, México, entre América y Europa, se convierte en un país de aventuras, gracias a la pasión de Fernando del Paso: escribir una novela total, a partir del encuentro entre la historia y la ficción, la realidad y la fantasía, la filosofía y el mito, el amor y el erotismo, la política y la religión, la experiencia colectiva y la aventura personal.
Una aventura imperialista que, a pesar de las promesas de los conservadores que ofrecieron a los franceses un México sumiso y deseoso de un príncipe, tuvo con frecuencia que ametrallar casa por casa, arrojar granadas por las ventanas, balcones, claraboyas y derribar barricadas inimaginables, hechas de roperos, cubetas, planchas, loza, barriles, huacales y cazuelas, que no permitían avanzar al enemigo, al punto de que los franceses pensaran como salvación en los cañones navales de Veracruz. Una indignación envidiable en este tiempo en que más que indignación nos estamos acostumbrando al horror, la cobardía, la corrupción, la complicidad y la servidumbre.
Y cuando Fernando del Paso sigue en sus meditaciones y dictados al Emperador Maximiliano, le colma de preguntas para que responda a sus ilusiones y a sus vergüenzas: “¿No le había aconsejado su suegro Leopoldo rodearse de nacionales para no herir la susceptibilidad de los mexicanos? ¿Pues no era acaso un mexicano ese joven de veintidós años, inteligente y honrado que estaba a su lado, su Secretario José Luis Blasio? ¿No había logrado que un liberal mexicano, Don Fernando Ramírez, aceptara un puesto en su gabinete? Y el limosnero de la corte, Obispo de Tamaulipas, no sólo era mexicano, sino indio puro. ¿Y no se habían sentado a su mesa dos antiguos y destacados generales republicanos, Uranga y Vidaurri, además de varios amigos del propio Benito Juárez, que habían dicho que si no eran imperialistas sí, en cambio, eran ‘maximilianistas’? ¿Y no habían demostrado Carlota y él su amor y compasión hacia los indios, hasta el punto que, un poco en serio, un poco de broma, se hablaba ya de la ‘indiomanía’ de los Emperadores? ¿No había nombrado Carlota dama de palacio a una descendiente del Emperador Moctezuma?”. (Noticias del Imperio, Diana, p. 294). Cualquier parecido con el Imperio que parece instalarse actualmente en esta patria llena de agujeros es pura casualidad.
Maximiliano concluye que tal vez sería mejor distanciarse de los franceses y crear un ejército mexicano. Había que aprovechar el creciente desprestigio de Juárez, porque su gobierno itinerante interminable, ahora estaba manchado por un acuerdo entre su representante en Washington, Matías Romero, con el general Schofield, para evitar que México se inundara de aventureros americanos, a través de constituir un ejército al frente del cual estaría el general Ulises Grant, un héroe de la Guerra de Secesión (un ejército a las órdenes de Juárez), y que premiaría a sus oficiales y soldados con tierras y dinero, además de la oportunidad de adquirir la nacionalidad mexicana.
Fernando del Paso muestra a los dos emperadores colmados de consejeros y consejos para que puedan conservar y fortalecer el Imperio. Pero parecen no escuchar o no entender que no entienden. Porque a las naciones latinas había que gobernarlas con mano de hierro envuelta en guante de terciopelo, para mantener todo el tiempo el poder absoluto. Pero, entonces, ¿cómo sostener el proyecto inicial: crear una monarquía liberal y constitucional asumiéndose como dictador? ¿Habría que aceptar la consigna de que “sólo la dictadura puede decir: habrá luz y orden”? Obligadas analogías desbordan las ejecuciones extraoficiales en Atemco, Tlatlaya, Ayotzinapa y Apatzingán.
Y ya en plena debacle de la aventura imperialista, los recuerdos atormentaban a Maximiliano. En una caminata con el General Del Castillo, le pregunta cómo había muerto el Padre de la Independencia de México, el cura don Miguel Hidalgo, y le responde que fusilado por los españoles, y que por mala puntería de los soldados la primera descarga le rompe el brazo, la segunda un hombro y el vientre, la tercera roza el aire y hasta el cuarto intento ráfagas a quemarropa terminaron con la vida del prócer, además de que le cortaron la cabeza y la expusieron con otras tres de sus capitanes, y las cuelgan en unas jaulas de hierro, en la alhóndiga de Granaditas en Guanajuato. Un relato ante el que Maximiliano supone que Juárez no se atreverá a hacer tal cosa con él, ni con Márquez, Miramón o Mejía, porque le escribe a Escobedo o a Juárez y les exige que lo fusilen, que le apunten en el corazón, para separarse su rubia barba en el momento fatal.
Y Carlota de Bélgica, Emperatriz de México y de América es colmada de flores de cempoalxóchitl, acompañada por el perro nahual que custodió a Quetzalcóatl en su viaje por el Mictlán, obsequiada con una vajilla de barro negro de Oaxaca, penacho y escudo del Emperador Moctezuma. Porque ella es Princesa del Simulacro y la Mentira, que alucina reinar en México, como Emperatriz del Exceso, la Frivolidad y el Crimen, sobre el más costoso y lujoso pájaro de acero jamás soñado por algún Amo de la Tierra.