Antonio Aguilera / @gaaelico
En todos los cálculos de daños políticos que ha estado haciendo hasta el momento el gobierno de Enrique Peña Nieto a raíz de la desaparición de los 43 estudiantes de #Ayotzinapa, jamás previeron un levantamiento de indignación social a escala mundial. Ayer, la #AccionGlobalAyotzinapa ha puesto en jaque a la administración del cachorro de Atlacomulco, y prendió las alertar de un gobierno cuestionado por incapaz, insensible y abiertamente responsable de la que se prevé como la mayor masacre estudiantil desde 1968.
La administración federal priísta ha tratado de manejar la crisis, empujando la responsabilidad exclusiva al gobierno falleciente de Ángel Aguirre Rivero, o tratando de reducir el problema a un conflicto entre bandas delictivas, con la intención de asociar a la Normal Rural de Ayotzinapa con el grupo rival de los Guerreros Unidos, cártel al que se le finca la responsabilidad material de la potencial masacre.
Sin embargo, la economía de daños que intentó la administración peñista se desbordó por todos su flancos, y ahora él se encuentra en la palestra mayor de los señalamientos, no sólo ante la lentitud para responder ante las primeras alertas de lo que estaba sucediendo en Iguala, sino ante la tolerancia de la impunidad con la que actuaba el matrimonio Abarca-Pineda, quienes desde el 2012 instauraron un reinado del terror en Iguala, que fue señalado al menos un año antes y sobre quienes una averiguación previa. Pero ni eso hizo que Peña y su gobierno movieran un dedo.
“Fue el estado”, “México huele a muerte”, “¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?”, “Peña, si no vienen con vida, queremos tu salida”, fueron las principales consignas de un país que comienza a salir a trompicones de su letargo confortable y de su indiferencia cansina. Y es que en México las masacres no tienen poco, porque después de 1968, los regímenes políticos galvanizaron las masacres a un efecto de causa-consecuencia, con el consabido: “se lo buscaron”, “en algo estaban metidos”, “no que muy machitos”, etc.
Tenía que pasar una masacre de éstas características para aguijonear el taciturno conformismo de los mexicanos, pero habrá que ser claros: no de todos, todavía.
Las multitudinarias concentraciones del 22 de octubre, a casi un mes de su desaparición, no sólo han servido para desnudar a un sistema político partidario corrupto, contaminado por la peor de las enfermedades: los vínculos con el crimen organizado. También han servido para marcar el inicio del fin del actual sexenio, que vive horas negras, porque en la chistera de las estratagemas tradicionales del PRI, ya nada sirve para desviar la atención.
Queda claro que cuando el PRI gobierna ser estudiante o ser joven es un delito, que muchas veces se paga con la vida, pero también nos queda claro que el autoritarismo tiene límites. Ya no sólo se trata de la Dictadura Perfecta, sino de la dictadura clásica, que reprime, que acosa, que mata y desaparece a quien le estorba.