Rogelio Sosa / @Michoacan3_0
La crisis generalizada que atraviesan México y Michoacán en este período dejan pocas instituciones con credibilidad y esperanza para las mayorías; entre ellas, destacan las universidades públicas. Ahí hay reservas morales, intelectuales y políticas de alcance histórico a las que con todo derecho el pueblo puede y debe apelar en momentos como los actuales. No ha sido accidental que la mayoría de las comunidades de estas instituciones hayan respondido con estupor y respuesta airada, frontal y decidida ante la atroz agresión del Estado sufrida por los normalistas de Ayotzinapa.
La Universidad Michoacana no ha sido la excepción y seguramente la tragedia de Iguala seguirá agitando la conciencia y la vida de la comunidad universitaria. Pero, si a ello se agrega la convulsión social que vive el propio Estado de Michoacán por los terribles efectos de la crisis de seguridad hermanada con una profunda crisis económica y social en el marco de la caída de la credibilidad de las instituciones y entre ellas la de los partidos políticos y los procesos electorales, tenemos entonces un mayúsculo emplazamiento para todos los actores responsables del destino de la Casa de Hidalgo. No debiera ser determinante quién será el próximo rector sino cómo y hasta dónde es capaz la comunidad universitaria de responder a ese emplazamiento.
Es cierto, estamos a solo unas horas que se conozca quién será designado como Rector por la denominada Comisión de Rectoría; sin embargo, la pelota está en la cancha de la Comunidad Universitaria, la cual ha aceptado por acción u omisión que unos cuantos notables sustituyan la voluntad de miles de estudiantes y trabajadores.
Tal situación forma parte del déficit democrático que se vive en el Estado y en el cual ha sido posible –entre otros hecho aberrantes- la instauración de un verdadero virreinato con Alfredo Castillo a la cabeza quien ha logrado someter indignamente a los tres poderes estatales sin que medie más que la inconformidad de ciertas voces que son simplemente ignoradas.
Pero, ¿qué puede esperar en este nuevo rectorado el conjunto de la sociedad michoacana de su universidad?. A la luz de insurgencia pacífica desatada por los acontecimientos de Iguala, es factible un despertar de la comunidad universitaria para lograr la generación de un espacio fuerte de pensamiento crítico y de alternativas sociales, económicas y políticas acordes a las aspiraciones de las mayorías hoy excluidas por las políticas neoliberales de los tres niveles de gobierno.
Es posible que la Universidad reoriente los objetivos formativos de los nuevos profesionistas para responder a las prioridades del empleo, la salud, la educación misma y el desarrollo regional sustentable teniendo como destinatarios a la pequeña y mediana empresa, la economía social solidaria y las comunidades más golpeadas por la crisis.
La Universidad puede ser un creíble y fuerte bastión para convocar a la sociedad y todos sus sectores y regiones a fin de levantar un PROGRAMA EMERGENTE DE RESCATE DE MICHOACÁN que pueda suscribirse y difundirse ampliamente con el apoyo de las organizaciones sociales y todos los actores de la sociedad civil interesados y comprometidos con un cambio real del rumbo que lleva el estado. Un programa así tendría el sentido de emplazar a todos los partidos y candidatos que ya se aprestan a recorrer el trillado camino de la oferta y la promesa paternalista hacia “sus electores”. Todo para continuar con la misma degradación económica, social y política.
Sin embargo, por encima de ese programa, la comunidad universitaria tiene una deuda superior con la sociedad michoacana que es la formación y compromiso por la democracia militante. Sólo si la Universidad Michoacana se transforma para convertirse en un crisol abierto hacia dentro y hacia la sociedad para la construcción de la crítica y la generación de ideas y propuestas por el cambio social que está urgiendo a esta generación, la Casa de Hidalgo reencontrará sus raíces, convertirá sus consignas en realidades y cumplirá con el pueblo que todo le ha dado.