John Ackerman
Los 71 años del régimen priísta (1946-2017) nos han acostumbrado a la normalización del fraude, la corrupción y la violencia. Dentro de este sistema, quien busca conquistar algún cargo público sólo lo hace para acumular poder, robar al pueblo y reprimir a los disidentes. Y los partidos políticos no serían otra cosa que formas sofisticadas de organizar este atraco a la sociedad, el crimen organizado
en su máxima expresión.
Desde este punto de vista, la mejor estrategia para los ciudadanos dignos sería evitar cualquier roce con las organizaciones políticas para mejor refugiarnos en un purismo supuestamente independiente
que permitiría accionar directamente en la esfera política desde la sociedad civil. Personajes y grupos tan diversos como Jorge Castañeda, Gerardo Fernández Noroña, el Congreso Nacional Indígena, Emilio Álvarez Icaza y Pedro Ferriz todos coinciden en este punto.
El problema central con este enfoque es que supone que México gozaría de un sistema democrático en que cualquier candidato con un discurso interesante o provocador podría ganar limpiamente una elección presidencial. La experiencia histórica, sin embargo, demuestra todo lo contrario. Frente a la amenaza de una victoria de la oposición, el sistema autoritario ya ha orquestado escandalosos fraudes, en 1988 y 2006. En 2012, el sistema también defraudó la voluntad popular por medio de un enorme dispendio ilegal y de fuentes oscuras nunca visto en la historia. Y las alternancias
de 2000 y 2012 no fueron victorias para la oposición, y mucho menos para la sociedad, sino simples pactos de impunidad organizados desde las cúpulas del poder económico y político.
Habría que celebrar el sorpresivo fin de los discursos que abogan por la anulación del voto, el voto en blanco o el boicot electoral. Andrés Manuel López Obrador ha ganado de manera contundente el debate histórico con respecto a la importancia de participar en los comicios, más allá de la necesidad de también participar simultáneamente en otros espacios paralelos y complementarios. Ahora todos, hasta quienes han hecho escarnio del tabasqueño, como el subcomandante Galeano y Denise Dresser, de repente están a favor de participar en las elecciones presidenciales de 2018.
Sin embargo, en el contexto de autoritarismo electoral y fraude estructural que hoy vivimos, una linda cara
, o aún una candidata digna, no es suficiente para derrotar al fraude. La única forma de poder conquistar Los Pinos en 2018 sería por medio de la construcción de una sólida organización nacional capaz tanto de cuidar todas las casillas electorales del país como de desmentir las mentiras de los medios mercenarios a partir de un contacto directo y personal con la población. Es decir, no es suficiente tener muchos seguidores en Twitter, ser respaldado por una importante organización social o siquiera contar con el patrocinio de Televisa para poder ganar la próxima elección presidencial.
Hace falta generar una ola de movilización social tan grande y fuerte que ahogue cualquier intento de fraude electoral o de cancelación autoritaria, y hasta militar, de los comicios programados para el próximo año. La única organización hoy capaz de cumplir con este reto histórico se llama Movimiento Regeneración Nacional (Morena). Con millones de afiliados en todo el país y fuertes alianzas con cientos de organizaciones a lo largo y ancho de la República Mexicana, Morena ha logrado tejer una red nacional de dignidad ciudadana sin parangón.
Ahora bien, si el probable candidato presidencial de Morena en 2018 fuera alguien corrupto o que despreciara a su pueblo, como casi todos los integrantes de la clase política, nos encontraríamos frente a un escenario verdaderamente triste y desesperanzador. Felizmente no es el caso. López Obrador se ha destacado a lo largo de su amplia trayectoria política como alguien profundamente comprometido con el bienestar del pueblo mexicano, un férreo defensor de la soberanía nacional y una persona increíblemente honesto y eficiente en el manejo de los recursos públicos.
Las críticas se valen. Nadie es perfecto y todos los liderazgos políticos se pueden mejorar. Morena no es, ni pretende ser, una isla de pureza alejada de las complejidades políticas, sino una efectiva organización de masas capaz de conquistar democráticamente el poder en un país cuya sociedad se encuentra profundamente lastimada y torcida por décadas de manipulación autoritaria.
Lo importante es que nuestras críticas y nuestras acciones se articulen en función de un análisis frío de la coyuntura actual y a partir de un sacrificio de los intereses personales.
A lo largo de dos décadas, López Obrador se ha entregado con cuerpo y alma al trabajo de concientización social y a favor de la transformación de la República. Los frutos de su trabajo están a los ojos de todos y se encuentran listos para madurarse en 2018. En lugar de disputar de manera mezquina el enorme liderazgo del tabasqueño, nos toca apoyar generosamente, sin pedir nada a cambio, su digno esfuerzo para llegar a Los Pinos.
La reciente andanada de ataques contra López Obrador responde a un solo propósito: apagar el fuego de la esperanza ciudadana que cada día se esparce con más vigor por todos los rincones de la República. El tabasqueño merece el apoyo de todos los ciudadanos libres del país. Yo sí votaré por AMLO.