I
¡ Ah, los poetas y su vocación de nostalgia! Su oído atento a lo invisible, tras paredes o silencios. Sus conversaciones largas con los muertos.
Saber callar es propio del poeta. Guardándose en el silencio es su mejor manera de hablar. Haciendo del silencio un lenguaje vivo.
Abrir los ojos en la noche y ser testigo de lo que se ilumina en la respiración de las sombras.
Quiere detener el tiempo. Pero mejor aún: crearlo. No es tanto que con el poema intente detener lo irremediablemente ido ni traer de regreso a lo que un día se fue.
Aunque escriba con suspiros y conmemoraciones del corazón, el poeta sabe que nadie se sacia dos veces en la misma sed.
La poesía no levanta muertos ni se consuela con tejer átomos de verbo de lo que yace bajo sepulcro de puntos suspensivos.
No. No se trata de recuperar ni de volver a vivir ni de hacer ficción con el instante. La poesía es creación de tiempo. Invención del tiempo. Tiempo desdoblado que arde vital en el aquí y ahora del encuentro entre poema y lector.
¡ Ah, los poetas y su vocación de astronauta!
II
Inquietud y movimiento es brújula que ha guiado la trayectoria artística del michoacano Jesús Baldovinos Romero. Brújula de brujo.
Desde el puerto de Lázaro Cárdenas ha cimentado con paciencia, logros y sinsabores, un camino diverso.
Como promotor cultural ha sido de los pocos que no ha bajado la guardia desde hace varios años, poniendo su grano de sal y pimienta para el desarrollo en aquella calurosa región de la entidad.
Como amante del radio puso en los oídos de la ciudadanía otras opciones distintas a lo comercial y como amante del teatro sostuvo una agrupación durante algún tiempo.
Como maestro, lleva diariamente a las aulas de nivel bachillerato su entrega, imaginación y buen humor, pero sobre todo su capacidad de contagiar el dulce veneno de la literatura.
Con todo y esa diversidad yo me atrevería a decir que sobre todo, el camino con corazón de Jesús Baldovinos Romero, es de poeta.
III
“El papel del poeta es humilde. El poeta está a las órdenes de la noche”. (Jean Cocteau).
IV
Tendedero de adioses: así se llama el poemario que hace siete años publicó Baldovinos Romero gracias a Ediciones Papalotzi.
Ya el título nos remite a una dispocisión de poner a secar a la memoria después de hacerla brillar en los talleres del lenguaje.
Y es que un libro de versos es también un tendedero, un espacio para que viento y sol sequen lágrimas, rumores de mar y humedades de nostalgia. Pañuelos que ven alejarse barcos, trenes o golondrinas.
“Tendedero de adioses” está dividido en las secciones “Abue” y la que da título al libro. En el primer caso, se trata de un poema circular que recrea esa figura que en muchas ocasiones cobra una importancia incluso mayor a la de la propia madre.
A lo largo de sus veintitrés partes nos va mostrando ciertas imágenes de lo que fue la convivencia tanto con la abuela de carne y hueso como con su fantasma y una resolución conmovedora en el último texto.
Con delicadeza y sencillez nos lleva de la mano por lo segundo hasta la fracción número X y de ahí en adelante por lo primero.
El poema comienza diciendo que “por las noches viene del mar/el canto de sal de la abuela” y a partir de la página 19 nos relata: “en una silla de madera/la abuela sentaba sus tristezas/y en la otra las remendaba”.
Haciendo uso de reiteraciones para enfatizar algunas características del personaje familiar, nos entrega el retrato de una mujer alegre la mayor parte del tiempo, con gusto por cantar, especialmente a los nietos que recordarán aquello hasta la edad adulta.
Baldovinos Romero a través de estos poemas va dibujando con ternura la ternura de quien al caer la noche ” tiende en el polvo del patio/Todos los peces, todos los ríos/Todas las barcas”.
Es así como la abuela se convierte en una presencia igual o mucho más fuerte que cuando estaba en vida, porque todo lo rodea con los murmullos de su invisible transitar.
Más adelante, la conmemoración poética del escritor michoacano da un salto a una época anterior, ésa en que “la abuela para viajar/Sólo necesitaba camino” y alegraba todo a su paso llegando incluso a limpiar a la ciudad “de todo rastro de tristeza”.
El cierre como en todo buen poema es un golpe certero a la sensibilidad del lector ya que después de lo referido, el último texto es la imagen del momento en que muere la abuela, lo que coincide con el del enamoramiento del poeta.
Así lo alude cuando dice: “la abuela me dijo adiós con su mirada/cuando supo que mis ojos buscaban tus ojos”.
Ahí está el momento en que la infancia concluye. Acontecimiento marcado al mismo tiempo por la horfandad de una relación inolvidable y el nacimiento de otra que acoge y separa. Rito de iniciación es el amor de pareja…
V
La segunda parte del poemario comentado es distinta sobre todo en cuanto a la forma. Existe un camino hacia lo abstracto así como al versículo y junto a estas características está una intención narrativa o por lo menos de prosa poética.
La temática tiene que ver con la muerte y lo que se va o abandona. Sin embargo, a diferencia de “Abue” la intensidad se pierde al no alcanzar la misma potencia expresiva, que en la primera sección se debe a la capacidad de lo breve y a una expresión más cercana a lo coloquial.
La unidad no se logra en el conjunto de poemas elegidos para la sección de “Tendero de adioses”.
Hay dispersión, diversidad y versos dispares en cuanto a potencia, profundidad y belleza.
De lo rescatable está por ejemplo el primer texto con el que inicia esta segunda parte, mismo que pareciera continuar el tono y procedimiento de la precedente.
“Es tu vocación como de agua, Muerte/la que diluye nuestros cuerpos”.
Se trata de un poema sin título conformado por seis versos sencillos y potentes.
Sin embargo, los que continúan tienen las condiciones referidas y aunque de pronto surgen imágenes interesantes y bien construidas líneas que sin embargo se pierden por la profusión de palabras y su búsqueda errática por extenderse.
Es parte del andar por el que un escritor debe ir, perderse… y finalmente si continúa siendo fiel al relámpago como escribió el poeta Roberto Juarroz, podrá entonces hacerse de una casa propia de palabras y habitarla con suficiencia y abrir sus puertas para recibir a quienes desde ya esperamos que eso suceda: sus lectores.