Los tres equipos musulmanes derrotados durante la jornada mundialista de hoy, merecían quizá mejor suerte. Cada uno con distintos recursos, cada uno con disposiciones diversas, cada uno frente a distintos escenarios, dejó en el aire la sensación de que en vez del descalabro, bien pudo llevarse el empate, o incluso algo más.
Comencemos por Irán, con quien esta última aseveración puede antojarse más polémica e injustificada. La selección iraní fue inobjetablemente dominada por España durante casi todo trámite del encuentro. Como cabía esperar, apeló a un estricto catenaccio para contrarrestar los argumentos de la potencia que tenía enfrente, aunque con un par de nada despreciables insinuaciones al contragolpe (las cuales, sumadas a los tres tantos encajados en la jornada inaugural, hacen preguntarse sobre la efectiva solidez defensiva de los ibéricos). Y casi le sale. Las opciones claras de gol para España, no obstante su abrumadora superioridad estratégica, técnica y de posesión, fueron mínimas, y el tanto de la victoria llegó de forma por demás fortuita y deslucida. Ya abajo en el marcador, sólo las imprecisiones propias de la urgencia en el penúltimo toque impidieron que Irán obtuviera la igualada; el gol correctamente anulado a Ezatolahi (que había desatado un lindo y emotivo festejo) no fue la única ocasión clara para ellos. Total que, por voluntad y argumentos, España mereció ganar, y pudo hacerlo, digamos que mediante un 2-0, pero no más. Quien haya visto el desarrollo del juego tiene que admitir que al final un 1-1 no habría resultado sorpresivo, y quizá ni siquiera injusto. Cada quien pelea con las armas de que dispone.
Quedará la duda de si Marruecos se hubiera visto tan superior a Portugal, en caso de que Cristiano Ronaldo no hubiese marcado hacia los cuatro minutos el gol a la postre definitivo, y el técnico Fernando Santos no hubiese decidido echar a su equipo atrás durante los noventa restantes (sumando la compensación), renunciando por completo al ataque. Ese tempranero tanto condicionó por completo el devenir del juego. Marruecos, ya de antemano obligado a ofender dada su derrota previa ante Irán, se lanzó contra el arco portugués poniendo en acción los meritorios recursos que ya había desplegado en su debut; y, lo mismo que ese día, se fue sin poder anotar. Sus jugadores tenían rachas de inspiración y enjundia, períodos de agotamiento mental y confusión táctica, súbitos amagos de resucitación que no se apaciguaron hasta el silbatazo final. Ruy Patricio realizó una atajada de antología cuando ya todo el estadio coreaba el merecidísimo empate. Y Marruecos, sin merecer la derrota, se vio convertido en el primer equipo matemáticamente eliminado del Mundial.
Quizás la mayor sorpresa y el más amargo sabor de boca en este día de triste invierno musulmán, los haya patrocinado la selección de Arabia Saudita. Porque Irán inhabilitó a su rival, pero para hacerlo tuvo que apelar mayoritariamente a un estilo por demás conservador, nada espectacular, nada propicio al estético placer. Y siempre quedará la duda de si Marruecos dominó a Portugal, o si Portugal consintió que lo dominaran.
Arabia dominó a Uruguay. Sobre todo durante los primeros cuarentaicinco minutos. Y lo hizo con un futbol vistoso, técnico, imaginativo, pícaro incluso, que tenía a los charrúas francamente perplejos. Se suponía que la celeste iba a dominar, se suponía que iba por la goleada para luego cotejar cuentas de diferencia de goles con los anfitriones, pensando ya en la siguiente ronda. La historia fue muy distinta. Por momentos, los árabes le pegaron un auténtico baile. Resultaba increíble para todos los que estábamos mirando el juego, que aquella fuera la misma escuadra humillada por Rusia en la inauguración del jueves pasado; para tranquilizarnos o para decepcionarnos, el guardameta Al-Owais confirmó con una pésima salida que sí era el portero de aquella escuadra; gol de Suárez y ventaja uruguaya. Arabia no se amilanó, y hasta los primeros minutos de la segunda parte seguía perfilando como viable el empate. Poco a poco Uruguay recordó que jamás le ha incomodado ceder la iniciativa, y que si su inicial voluntad de tenencia se había visto malograda, ningún esfuerzo iba a costarle apelar a lo que mejor sabe hacer: aguardar, inhabilitar y contragolpear mediante latigazos en pos de los dos delanteros fuera de serie con que cuenta; la última media hora fue suya, cansina, canchera, ya sin apenas apuros; hasta Cavanni pudo por ahí incrementar la ventaja.
En cuanto a Arabia Saudita, la derrota no sólo consumó su eliminación, sino la del restante seleccionado musulmán en disputa: Egipto, que sobrevivía aferrado a la remota opción de un triple empate con tres puntos en el segundo lugar del grupo tras la tercera jornada.
Día pues de invierno musulmán, el de hoy. A menos que Irán derrote el próximo lunes a Portugal, nos habremos quedado sin equipos islámicos para la segunda fase del torneo; nada que no sea habitual.
Excepto que esta vez los hijos de Sherezada tal vez hubieran merecido gozar de mejor fortuna.
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