David Pavón-Cuéllar
Escuelas y universidades han cerrado sus puertas. Estamos enseñando y aprendiendo a distancia. Lo hacemos porque debemos hacerlo, pero quizás convenga pensar en algunos posibles presupuestos políticos e ideológicos de nuestras clases virtuales:
1. No es posible parar. No podemos aprovechar ninguna ocasión para detenernos a reflexionar sobre lo que somos y hacemos. Ni siquiera hay tiempo de considerar si existen condiciones para continuar. Sólo debe continuarse. La educación es como la producción capitalista que está devastando el planeta: no puede parar. Además de todo lo que enseñamos a los estudiantes, los docentes debemos enseñarles que no pueden parar. Es algo que todos necesitamos saber para cumplir nuestra función esencial en el capitalismo y en su devastación del planeta.
2. Dependemos absolutamente de los medios tecnológicos necesarios para la educación a distancia. No podemos nada sin ellos. Ahora descubrimos que hay circunstancias en las que no podemos ni siquiera educar y educarnos sin ellos. Todo nuestro poder es ahora el de ellos. Les hemos dado todo el poder. Son de algún modo nuestros amos.
3. Da igual que el poder de los medios tecnológicos esté en su mayor parte en manos de empresas privadas. También da igual que esas mismas empresas hayan demostrado repetidamente lo mal que utilizan el poder que tienen. Sólo interesa que nos den el servicio que necesitamos ahora.
4. No tiene importancia que las empresas privadas produzcan dividendos explotando la educación pública a distancia. Tampoco debe importarnos que esta educación precise de soportes recientes y onerosos, de celulares y equipos de cómputo producidos por otras empresas que también lucran con ellos y que los condenan rápidamente a la obsolescencia programada para que volvamos a comprarlos. Mucho menos debe importarnos la contaminación por los restos tecnológicos, el calentamiento climático por el uso intensivo de Internet, los miles de muertos en tierras africanas para la extracción del coltán utilizado para nuestros celulares y computadoras, etc. Nada importa. Sólo importa continuar.
5. La educación debe concebirse y organizarse tal como se concibe y organiza en los medios tecnológicos. Los contenidos tienen que ser los transmisibles a través de esos medios. Lo que se transmite debe ser lo que puede enunciarse, lo enunciado, y no algo que tenga que ver con esa enunciación en la que estriba la verdad para algunos viejos sabios. El saber tiene que reducirse igualmente a las informaciones transmisibles a través de los medios tecnológicos. No importa que la información sea diferente del saber. Lo importante es que se transmita.
6. La educación está hecha de gestos y palabras que se comunican a través de los medios tecnológicos. Podemos descartar lo demás. La presencia de los docentes y los estudiantes resulta prescindible. Sus cuerpos son descartables. El mundo en el que se encuentran sale sobrando. Tan sólo se necesitan caras para hacer gestos y gargantas para articular palabras. Lo demás lo hacen los medios tecnológicos.
7. Lo que enseñamos puede reducirse a la imagen y al sonido que se transmite a través de los medios tecnológicos. Lo que no pasa a través de este embudo puede quedar atrás. Podemos dejarlo atrás y seguir educando. La educación puede continuar sin que sea necesario un cuerpo, una presencia, un lugar físico.
8. Podemos ahorrarnos el costo de la existencia física de las universidades y las escuelas, de las aulas y los edificios, de los jardines y las bibliotecas, de los espacios y su mantenimiento. La educación puede ser enteramente virtual. Si pudo serlo en tiempos de pandemia, ¿porque no podría serlo después?
9. Así como es posible ahorrarnos los espacios físicos, existe la posibilidad inédita de ahorrarnos los salarios de la mayor parte de los docentes. Podemos videograbar a los mejores y difundir las grabaciones entre los alumnos. Todos los educandos recibirán exactamente la misma educación. Realizaremos así el sueño de uniformización, estandarización y normalización del capitalismo y de sus empresas acreditadoras. Tan sólo subsistirán algunos pequeños sesgos por los imprescindibles docentes que deberán atender las preguntas de los estudiantes.
10. No importa que haya estudiantes que no pueden acceder a los medios tecnológicos necesarios para la educación a distancia. No importa que no tengan computadora o que sólo tengan una que deben compartir con padres y hermanos, que su equipo sea viejo y no puedan comprar otro, que la señal sea mala en la zona rural en la que viven, etc. No importa que se queden rezagados por causa de su pobreza y de otras circunstancias adversas. Tampoco importa que sus familias estén empobreciéndose aún más a causa de lo que estamos viviendo, que los mismos estudiantes estén desesperados, que tengan hambre, que deban ayudar en trabajos familiares o comunitarios. Aunque estemos en la educación pública, no importa que estemos reproduciendo y agudizando las desigualdades entre nuestros estudiantes. No podemos retrasar a los favorecidos de siempre tan sólo para esperar a los desfavorecidos de siempre. Los desfavorecidos tienen que seguir siendo los desfavorecidos. No podemos parar por ellos. No podemos parar. Debemos continuar. Ya luego nos ocuparemos de quienes queden rezagados.
11. No es necesario consultar ni a los docentes ni a los estudiantes ni a sus familiares para implementar la educación a distancia. La decisión de implementarla es una decisión de las autoridades. No incumbe a los principales involucrados. Ellos tan sólo deben obedecer. No están ahí para cuestionar, discutir, pensar y expresarse. El cuestionamiento, la discusión, el pensamiento y la expresión del pensamiento se han convertido en actividades irrelevantes en los medios educativos y universitarios. Los estudiantes no deben aprender todo eso. Tan sólo deben aprender a obedecer, a continuar de manera obediente, siguiendo así el ejemplo de sus docentes.