Erick Ampersand
(09 de febrero, 2014).- Empezaré por lo más esencial: la pobreza no es sólo un asunto de dinero. Se trata de un fenómeno que abarca a toda nuestra vida social y que merece especial atención. Vivimos en una cultura que promueve, por partes iguales, el consumismo y la intrascendente acumulación. Sin embargo, estas dos actitudes representan el punto más lejano para nuestra supervivencia. Estamos, pues, ante una cultura que contradice la actividad y el ideal que le dieron origen: cultivar la tierra/permitirnos sobrevivir. Pensar el capitalismo es hoy una cuestión que rebasa a lo social y nos conduce directamente a la reflexión sobre lo global.
Una interpretación de la pobreza que sólo tuviera en cuenta al dinero sería sinónimo de catástrofe biológica, pero una que ni siquiera lo considerara fallaría en su análisis más elemental. ¿De qué tamaño es la brecha que divide a los más ricos del resto? Si la población mundial estuviera representada por 10 personas y la riqueza total sumara $100 pesos, la repartición sería de la siguiente manera: la primeras dos personas recibirían cada uno $0.50 centavos para subsistir, las siguientes 6 obtendrían una suma de $14 para dividirlos entre ellos. Los dos últimos se repartirían los $85 pesos restantes. De ese tamaño es la desigualdad.[1]
La falta de recursos es también informativa. Ningún sistema puede mantener semejante disparidad sin un aparato cultural que lo complete. Si usted se considera “rico” es muy probable que se encuentre en algún punto entre la persona 3 y la persona 8, pero su optimismo ayuda enormemente al binomio 9 y 10. En nuestra sociedad se promueve una gran admiración hacia estos dos últimos, al mismo tiempo que se culpa a los grupos 1 y 2 de su lamentable situación. La realidad es que la pobreza económica existe por los dos que poseen el 85% de toda la riqueza y no por los que apenas alcanzan a sobrevivir con el 1% de ella.
Por desgracia, en la repartición de los alimentos ocurre algo similar. En el mundo hay suficientes granos básicos para que toda persona, sin excepción alguna, ingiriera un promedio de 3,600 calorías cada día. Esto, sin contar carnes, frutas o vegetales.[2] Sin embargo, como en el primer caso, no es la escasez lo que marca la brecha, sino la distribución desigual que el sistema impone para existir.
Es importante no perder de vista lo esencial: la pobreza y la hambruna son dos males superables por la humanidad, pero no por el capitalismo.
El capitalismo como sistema comenzó a gestarse en diversos puntos geográficos hace, aproximadamente, 500 años. Antes de él hubo otros y, si la humanidad no perece antes, después otros más vendrán. Durante su existencia ha cambiado para crecer y mantenerse, convirtiéndose en el más dinámico que nuestra especie haya conocido. Sin embargo, tiene contradicciones insuperables. La mayoría de las investigaciones enuncian cinco decisivas: los límites ecológicos; el que un tercio de la población mundial esté en el desempleo; los bajos niveles de vida para la población trabajadora; el grado cada vez más alto de violencia y de control social utilizados para contener las dignas protestas; y, por último, el desmoronamiento de los símbolos sobre los que se constituyó su “cara amable”, esto es, el de la seguridad social, del ascenso vía la educación, del digno retiro en la vejez, etc.
William I. Robinson es un agudo investigador de estos temas y ahora nos explica en su libro: “Una teoría sobre el capitalismo global. Producción, clase y Estado en un mundo transnacional”, publicado por Siglo XXI editores que, a partir de 1970 se desarrolló uno de los cambios más sorprendentes en el sistema capitalista mundial. Lo que se creía una crisis insuperable, dio pie una revolución financiera que se desenvolvería en distintas expresiones: posmodernismo (a nivel cultural), neoliberalismo (a nivel económico) y tercera vía (a nivel político). Desde entonces, el capital financiero tomó la directriz y comenzó a organizar instituciones políticas globales que le permitieran una mayor expansión y una mejor acumulación.
El libro se distingue por hacer una teoría sobre la globalización a partir de sus elementos económicos. A partir de ellos, Robinson extrae dos postulados: estamos ante una emergente Clase Capitalista Transnacional (CCT) y, al unísono, también frente a un incipiente Estado Transnacional (ETN). Esta parte medular de la investigación se basa en el Materialismo Histórico y en el concepto de Hegemonía de Antonio Gramsci. Finaliza el texto con un balance sobre las contradicciones y alternativas a estas dos nuevas formas de organización transnacional: entre las primeras, las contradicciones, resalta la inusitada desproporción en los niveles de desempleo, ingreso y cuestión ambiental, así como la precarización del trabajo; entre las segundas, todas tienen un centro común: unir resistencias de manera global, crear una consciencia que supere los nacionalismos y formar “una alternativa al capitalismo global” sabiendo que la “confrontación es inevitable”.
Publicado originalmente en inglés durante 2004, esta es la primera edición en castellano, la traducción es producto de Víctor Acuña Soto y Myrna Alonzo Calles. Para efectos de ésta, el autor escribió un prefacio en donde recupera sus postulados esenciales y enuncia algunas perspectivas sobre la “crisis global” que se desató a finales de 2007. En su opinión, la labor de los grupos sociales en rebeldía debería de ser la de llevar a esta crisis estructural a un nivel sistémico. El analista expone también tres modalidades en las que la Clase Capitalista Transnacional sustenta su acumulación, incluso durante periodos de crisis: 1) La acumulación militarizada 2) El exprimir los presupuestos del gasto social y 3) La especulación financiera.
En lo personal, destacaría como aportación notable el primer término. La así llamada “acumulación militarizada” expone por lo menos tres aspectos interesantes: a) la guerra permanente en contra de la población civil —inaugurada con el simulacro del 11 de septiembre de 2001— está más allá de cualquier ideología, nacionalismo, u objetivo político a corto plazo b) ante este escenario, y sumando que hoy la producción es menos valorada que la especulación financiera, el complejo bélico-industrial siempre tendrá asegurada una parte importante de su rentabilidad c) siendo que el ascenso del fascismo global es una posibilidad real -el autor da fundamentos para pensarlo-, el papel de los EE. UU. como policía de la clase global sería imprescindible para el resto de los integrantes, todos los cuales tienen menos armamento.
Algunas de las críticas que el libro ha recibido se refieren a que en él se postula la muerte del Estado. Eso es falso, el autor no menciona tal cosa en ninguna de sus líneas. De lo que sí habla es del fin del Estado nación tal como lo conocemos. Robinson propone hablar de “Estado nacional” y en términos aún más amplios, como ya lo he escrito, de “Estado transnacional”.
Finalizo con un recuerdo: durante la presentación editorial del pasado 31 de enero, en el plantel UACM-Del Valle, en la cual participaron Enrique Dussel, Juan Manuel Sandoval, Edur Velasco Arregui y Pablo González Casanova, este último dijo que era uno de los mejores libros que había leído en estos días.
Ahora somos dos.
Una teoría sobre el capitalismo global. Producción, clase y Estado en un mundo transnacional, William I. Robinson; tr. Víctor Acuña Soto y Myrna Alonzo Calles, Siglo XXI editores, México, 2013.
Este artículo es posible gracias al apoyo de Luis Galeana y de Siglo XXI editores.
Enlace en YouTube para entrevista, parte 1: http://www.youtube.com/watch?v=iYf0hKnuIEs
Enlace en YouTube para entrevista, parte 2: http://www.youtube.com/watch?v=DVL-_VmwvEY