Epigmenio Ibarra /@epigmenioibarra
(1 de marzo, 2014).- Con broche de oro cierra Enrique Peña Nieto su racha de victorias políticas. Ver las cosas de otra manera es engañarse; peor todavía, condenarse al fracaso en el intento, urgente y necesario, de articulación de un movimiento opositor al régimen con perspectivas de triunfo.
A la aprobación en el Congreso, donde la oposición fue cooptada, de cada una de sus reformas y a la derrota en las calles de los movimientos sociales contra las mismas, suma ahora Peña Nieto, y como la cereza del pastel, la captura del más buscado de los capos del narco: El Chapo Guzmán.
Poco importa si se trató realmente de una victoria de la seguridad nacional, de una entrega pactada o de un regalo de Washington a Peña Nieto.
Lo cierto es que el “efecto Chapo” viene a consolidar a este gobierno tan severamente cuestionado y que, en los hechos, ha demostrado ser incapaz de generar seguridad, empleo y bienestar para las grandes mayorías.
Gobierno de pantalla, de slogans y spots, desde su origen mismo, el de Peña Nieto recibe con la captura del capo una bocanada de oxígeno puro. Al fin y al cabo, y sobre todo cuando se cuenta con la complicidad de los medios de comunicación más poderosos, solo de percepción se trata.
Como nunca ha de disfrutar el inquilino de Los Pinos al verse, retratado triunfante todos los días y a toda hora, en el espejo de la tv.
¿Quién puede borrarle hoy la sonrisa al hombre que la revista Time colocó en su portada de la edición latinoamericana como “el salvador de México”?
¿Qué peso pueden tener los reclamos en las redes sociales, las protestas en las calles, para el hombre que es objeto de tantos comentarios elogiosos, de tantos homenajes de las “grandes figuras” del “periodismo” televisivo y radiofónico?
¿Qué importa ahora lo que suceda en Michoacán, Tamaulipas, Coahuila o Guerrero?
¿Qué más da que la guerra siga, que las masacres, levantones y secuestros continúen, que nada se sepa de su “nueva” estrategia de seguridad prometida hace más de un año?
¿A quién importa hoy que siga aumentando exponencialmente el consumo de droga en nuestro país y no haya disminuido en absoluto el trasiego de la misma hacia el norte?
¿Quién escucha hoy las voces que se alzan para exigir que Washington no siga tolerando y promoviendo el consumo en su territorio, desarticule a los cárteles estadunidenses, a las redes de corrupción tejidas en torno a ellos, capture a sus capos y decomise cantidades importantes de droga?
¿Qué atención merecen de la gente esos que cuestionan la actitud sumisa de este gobierno que, al tiempo que entrega los recursos de la nación, es incapaz de plantarse con firmeza y dignidad para impedir que EU siga poniendo las armas y la plata mientras nosotros ponemos los muertos?
Eufóricos los propagandistas de Peña Nieto hoy se atreven, incluso, a darle baños de pueblo. Consciente de su poder, convenientemente blindado por el Estado Mayor, él abandona el estrado, se libera del podio, se mezcla con la gente y se deja querer por las “masas”.
Ahí están, por supuesto, las cámaras para atestiguarlo y todo el aparato del Estado para garantizar que no se produzca ningún tipo de contingencia mediática.
Se trata ahora de capitalizar el “efecto Chapo” y de recuperar al “galán” carismático que “brilló” en las pantallas de tv desde 2007.
Se trata también de saltar de las portadas de los medios extranjeros a las calles, para presentarlo, no solo
como el gran reformador, sino ahora como el gran pacificador del país.
Una paz de la que él mismo es beneficiario, gracias a la cual se mueve entre la gente como pez en el agua.
Ha comenzado ya, con Peña Nieto como jefe y recurso propagandístico estratégico, la próxima campaña electoral. Tan bien pintan las cosas para él y su partido que, haciendo y no sin razón cuentas alegres, hablan los jerarcas del mismo de “carro completo” en los próximos comicios estatales.
Hoy, para desgracia de nuestra patria herida, parece que el PRI llegó para quedarse y, además, con el pastel completo.
Si antes el narco hizo favores al régimen, de la mano del cual nació, creció y se consolidó como un poder paralelo, hoy, sacrificando a un jefe que, por otro lado había dejado de ser funcional, le tiende nuevamente la mano.
Imbatible ha de ser este Peña Nieto recargado por el “efecto Chapo”, por sus victorias políticas, si no encontramos la manera de comunicar lo que en realidad sucede en el país, de romper la red mediática que sostiene al régimen, de superar protagonismos y dogmas y sumar esfuerzos.