Por: Carlos Portillo
En Los hijos de los días, Eduardo Galeano relata brevemente cómo el 12 de septiembre de 1945 —“un mes y pico después de las bombas atómicas que aniquilaron Hiroshima y Nagasaki”—, The New York Times publicó en primera plana un artículo de William L. Laurence, su “redactor de temas científicos”.
“El artículo salía al encuentro de las versiones alarmistas y aseguraba que no había ninguna radiactividad en esas ciudades arrasadas, y que la tal radiactividad no era más que una mentira de la propaganda japonesa”, narró el escritor uruguayo.
Y agregó: “Gracias a esta revelación, Laurence ganó el Premio Pulitzer. Tiempo después, se supo que él cobraba dos salarios mensuales: The New York Times le pagaba uno, y el otro corría por cuenta del presupuesto militar de los Estados Unidos”.
Hoy, en México, Loret juega a ser una suerte de Laurence, un cabildero disfrazado de periodista que sería capaz de mentir sobre Hiroshima y Nagasaki ante los ojos del mundo, sin parpadear siquiera.
Quizá, el comentarista de Latinus hasta se haya inspirado en Laurence para idear sus famosos montajes y “despistes”, como en los casos de Cassez-Vallarta o Frida Sofía; en la entrevista pactada con Javier Duarte; o, para ponerse también en términos bélicos, en su telenovela de Afganistán.
“¿Cuánto gana y quién lo financia?”, es algo que tal vez se preguntaba mucha gente sobre Laurence, en los años 40. Y la historia terminó exhibiendo que le pagaban quienes lanzaban las bombas.
¿Cuánto habrá costado mentir sobre Hiroshima y Nagasaki? ¿35 millones al año? ¿Por enviar tu nombre al basurero de la Historia?
¿Habrá valido la pena?