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El sexo siempre trae consigo una serie de preguntas, dudas y resoluciones que lo convierten en uno de los aspectos más complejos de las relaciones humanas y, curiosamente, en uno de los más fugaces al mismo tiempo.
Un hecho que aún muchas personas afrontan con miedo o, quizá, más prejuicios de los que el sexo merece. ¿Existe miedo al sexo?
Once minutos
Así se titula el famoso libro de Paulo Coelho, el cual alude a la duración de todo acto sexual sin presencia de ningún vínculo amoroso o emocional. Un escaso periodo de tiempo en el que además del placer (o el dolor), este se ve precedido de un mar de dudas que hacen alusión a muchos aspectos: desde la creencia religiosa hasta la traición a un ser amado, la ruptura de esa delgada línea entre amistad y pasión, el miedo a un posible embarazo o a ser utilizados sin un beso en la espalda como recompensa cuando todo termine.
Tras esos once minutos, las dudas aumentan, y tras un repentino suspiro de placer, la mente parece volver a dictaminar los muchos prejuicios que condicionan el acto. Sin embargo, ¿son necesarios tantos pensamientos? No. ¿Existe el miedo al sexo? Sí, pero no siempre al coito en sí mismo, al dolor físico que puede experimentarse respecto al tamaño del miembro o la pérdida de la virginidad.
A lo que se tiene miedo es a todas esas voces interiores que envuelven algo tan intimista como es el sexo, algo que muchos han aprendido a convertir, precisamente, en un acto frío y puramente instintivo.
Lo que se esconde como un miedo
Sin embargo, aún siguen existiendo muchas personas que le temen, concibiéndolo como una traición a sus ideales, a otras personas o, incluso, a su posición en el mundo dependiendo de la asiduidad, situación o persona con la que lo practiquen.
En el caso de las adolescentes, la locura de un amor apasionado se combina peligrosamente con el miedo impuesto por los padres a quedarse embarazada, al dolor físico, al desamor y todas esas muchas inseguridades que conlleva lo desconocido.
En personas más adultas, el placer conocido supera siempre al raciocinio, y en el caso de no hacerlo, este conlleva una represión que nos desborda aún más. En las mujeres existe el miedo a quedarse embarazada en un momento de frenesí, a ver truncadas sus carreras laborales, a contraer enfermedades de transmisión sexual como el sida, las ladillas o el papiloma, etc. En otras ocasiones, pero no tantas, la vida sexual de cada una refleja el propio estado de su vida, lo cual siempre puede llegar a afectarnos a nivel emocional, especialmente cuando mantenemos sexo por venganza hacia un ex o buscando llenar un vacío prolongado en el calor de un hombre.
Con tantos miedos y razones, es posible que muchas mujeres piensen que el sexo es algo a lo que realmente hay que tenerle miedo, sin embargo, nada más lejos de la realidad: el sexo debe vivirse con plenitud siempre que estemos seguros de los métodos anticonceptivos y nuestra predisposición sea consciente, a ser posible, sin ningún tipo de condicionamiento social o prejuicio.
Desde tiempo ancestrales existe un miedo al sexo condicionado por muchos y diferentes factores, aun en una sociedad que inspira un mayor libertinaje en lo que a asuntos de alcoba se refiere. La educación, nuestro pasado o la sociedad juegan un papel importante en todos esos miedos, siendo nuestra propia intuición y el autoconocimiento lo que debería juzgar realmente cuándo, cómo y con quién queremos practicar sexo.