“La pelota no se mancha. Me cortaron las piernas”: Maradona, en el mundial de 1994. Argentina lloró. Al lado, su vecino bailó, no solo porque su eterno rival perdió al ‘Pelusa’, sino porque era la única selección de fútbol en ganar cuatro campeonatos del mundo. Brasil era entonces una potencia inexpugnable labrada por leyendas: Zico, Romario, Rivelino, Tostao, Garrincha, Vavá, Pelé, hijos de la precariedad. Las favelas eran, para la ‘Canarinha’, un caldo de cultivo que parecía eterno. Pero llegó la religión evangélica con sus megaiglesias, la negligencia política y el desarrollo inmobiliario para acabar con la fábrica de cracks. En el documental Campo de jogo, el director Eryk Rocha, hijo de Glauber Rocha, graba una final de fútbol popular brasileño donde, además de mostrar las confidencias del juego, plantea un debate frente a los hechos que están exterminando al ‘Jogo bonito’. Hablamos con él en el marco de MIDBO, la Muestra Internacional de Documentales de Bogotá, donde está participando su película.
Brasil es un país marcado por la desigualdad. ¿Qué significan para las comunidades excluidas esos potreros de juego?
Algo muy importante. Ese tipo de canchas son quizás el último espacio democrático del pueblo donde los muchachos juegan por pasión, por amor, por alegría. No tienen plata, pero eso no importa, porque ahí fue que nació la originalidad de nuestro juego: el fútbol del cuerpo, del dribling, de la invención, de lo imprevisible. Es el último lugar de resistencia de los pobres.
La cancha que tú ves en la película está muy cerca del Maracaná, estadio que refleja una industria económica poderosa. Los campos populares están desapareciendo por cuenta de la especulación inmobiliaria y de la proliferación de iglesias evangélicas. Eso es una lástima, porque esos potreros son el contrapunto del fútbol oficial de los millones de dólares. El fútbol brasileño se construyó como arte a partir de ese tipo de canchas distribuidas por todo el país, más concretamente en las favelas. Son espacios colectivos que van a desaparecer debido al auge de la construcción.
Filmé Campo de jogo simultáneamente con el mundial de Brasil. Un ejemplo de esa desigualdad social, de la que tú hablabas, era visible en ‘high definition’ por la televisión. Uno veía el tipo de gente que estaba en las tribunas y no encontraba negros, un absurdo en una nación eminentemente afro. Brasil es el país en el mundo con más negritudes después de los países africanos. El fútbol se volvió un fenómeno elitista que excluye de los estadios a buena parte de los pobres, algo terriblemente contradictorio.
¿Puede un partido sintetizar la vida de una favela?
A pesar de que la película es un trabajo acerca del fútbol popular, yo creo que es también una metáfora de Brasil y sus comunidades periféricas. La cancha es el punto de encuentro, de éxtasis, donde canalizan su energía; un símbolo muy grande para la personas que viven en esos lugares. En zonas sin salas de cine, bibliotecas, teatros, la cancha se transforma en un espacio casi místico donde, de forma religiosa, todos los domingos, la gente se encuentra para jugar.
El fútbol nace en Inglaterra como un ejercicio racionalista, ¿qué pasa cuando esas negritudes de las que habla adoptan el juego?
Ocurre la transformación del fútbol. Ese momento es muy importante porque hasta entonces los ingleses jugaban un fútbol cartesiano. Era un juego de las clases altas, de los blancos del Reino Unido medido por la técnica. Pero cuando este deporte llegó a los puertos de Brasil, en los años veinte, y a los negros les fue autorizado jugar a la pelota, dejó de ser solo técnica para transformarse en arte, en estética pura.
¿Se puede considerar al fútbol un arte?
Claro que sí. Cuando los negros lo empiezan a jugar, primero clandestinamente y luego liberados, es evidente cómo se transforma el lenguaje corporal del fútbol. Deja de ser un procedimiento calculado para ser atravesado por la belleza de la corporalidad del baile: de la samba, la capoeira, la ‘ginga‘ (malicia), la improvisación. Eso es arte. Los ingleses se inventaron la técnica del fútbol, nosotros, la estética.
Ahora bien, el empobrecimiento del ‘Jogo Bonito‘ -ese arte en el fútbol brasileño- se debe a la desaparición de los ‘cazatalentos‘ en las favelas. En estos tiempos, lo que prospera, son la escuelas de fútbol donde se privilegia a los niños de clase media. Esta industrialización del fútbol se olvidó del talento marginal y entendió al juego como un mercado, no como una forma de expresión.
Para esa danza de la que habla se necesita una compañera, la pelota. ¿Por qué dijo que el balón es lo más democrático en Brasil?
Este objeto convoca en las playas, en las calles, en las cancha de tierra o de cemento a todas las clases sociales, no solo en Brasil, sino en toda Latinoamérica. Es la manifestación de nuestro pueblo, de nuestra cultura, es una forma de pensar y percibir la realidad y sus aristas a través de la pelota. Lo que te digo se complementa perfectamente con el libro: La historia del negro en el fútbol brasileño del periodista Mário Filho (nombre formal del estadio Maracaná), donde recalca la importancia del encuentro entre el negro y la pelota para nuestra sociedad.
En el documental usted hace un homenaje a los antihéroes: el árbitro y el técnico…
El árbitro es muy distinto al resto de los jugadores. Es un tipo blanquito, flaquito, pequeño, pero tiene el poder. A pesar que siempre lo rodean tipo rudos, fuertes, a punto de pegarle, él es quien da las órdenes. Ese personaje es, para mí, una metáfora ideal de la sociedad, de la desigualdad, de la injusticia que vivimos en Latinoamérica, donde la mayoría (jugadores) así esté furiosa no tiene el control. La autoridad y las riquezas están en manos de una minoría. El juez refleja una estructura de poder social a veces arbitraria.
El técnico es todo lo contrario: un caudillo que guía, por medio de la palabra, al pueblo (equipo). Hay una cosa muy importante en la película y es la relación de imagen y sonido, nosotros desarrollamos al entrenador gracias a su voz; muchas veces él no está presente en el encuadre, pero su palabra contundente -en este juego de roles- lo convierte en el líder natural.
Usted graba los ritos religiosos previos al juego, ¿cuál es la importancia de Dios en el fútbol?
La religión, tanto católica como evangélica, es para los jugadores lo más sagrado, tienen una fuerte relación con Jesucristo y un ánimo continuo de religiosidad, aunque hay algunos ateos y otros del culto orisha candomblé. Pero el fútbol también es su religión. Me interesa mostrar ese ritual que implica todos los procesos: los tipos preparándose, gritando al unísono el nombre de su equipo. Crean una secta llena de complicidad.
Esa solidaridad es propiamente una característica de las favelas. Los pobres tiene que unirse para sobrevivir porque tienen muy poco. Eso no lo inventé, simplemente estaba ahí al momento de rodar y me pareció muy bueno ponerlo.
Los que jugamos fútbol sabemos que una cámara en medio del partido desnaturaliza el juego. ¿Cómo grabó esas escenas?, ¿son reales?
Fue un gran riesgo entrar y filmar el partido desde adentro: ellos no querían, pero los confrontamos y aceptaron. Creo que la película trabaja bien esa frontera entre el documental y la ficción, pero además cuenta con una estructura dramática clásica. La historia del partido es un drama con principio, medio y fin. En ese sentido, entrar a la cancha y filmar me pareció la forma más auténtica de reproducir lo que es un ‘jogo’. No lo estoy observando de una forma voyerista, como hace la televisión, que filma el fútbol con toda la tecnología del mundo y los jugadores parecen muñequitos de videojuego. En el cine no se pueden hacer esas cosas, porque tiene una vocación poética: no interesa la complejidad del regate, el marcador o el gol, lo que importa es revelar al acto de jugar como una danza. Esa cancha se vuelve un palco teatral shakespeariano donde la guerra coexiste con la alegría. De nuevo, algo muy latinoamericano.
¿Garrincha o Pelé?
Garrincha. Me interesa como personalidad, como hombre, como errante, como artista, como símbolo del riesgo, de los excesos, de la locura. Él es la provocación.
Con información de RevistaArcadia