Desde el origen del espectro político en 1789 y hasta hoy en día cuando el espectro no se pervierte, votar por la derecha es hacerlo por las élites y por sus privilegios, mientras que el voto por la izquierda es por el pueblo y por su aspiración a la igualdad. El pueblo es mayoritario, lo cual, en teoría, debería dar el triunfo a la izquierda en todas las elecciones democráticas. La democracia, como gobierno del pueblo, tendría que asegurar siempre el triunfo del pueblo a través de la izquierda.
Si la izquierda no gana todas las elecciones democráticas, es porque el pueblo suele traicionarse a sí mismo y porque a veces lo hace a través de la izquierda que lo traiciona. Tales traiciones, tan estructurales como personales y tan inconscientes como conscientes y deliberadas, pueden explicarse a su vez por el poder cultural, ideológico, institucional y mediático de las élites que logran controlar, seducir, absorber y neutralizar a la izquierda o bien manipular y enajenar al pueblo mismo, haciéndolo votar contra sí mismo al hacerlo imaginar que es élite o que sus intereses coinciden con los de la élite. Es así como el poder inherente a los poderosos hace posible que la democracia desemboque por sí misma, de forma perfectamente democrática, en oligarquía y plutocracia, en gobierno antidemocrático de los ricos, de las élites del capitalismo, de la derecha.
El triunfo electoral de la derecha es una derrota política del pueblo contra sí mismo. Este pueblo sólo puede ganar contra la derecha. Cuando lo consigue, se reconcilia consigo mismo, al menos por un momento, a través de su voto.
El pueblo que vota por la izquierda es el que opta por sí mismo como lo ha hecho mayoritariamente en las últimas elecciones democráticas en Latinoamérica. Estas elecciones, con su giro hacia la izquierda, representan un triunfo de la democracia, del gobierno del pueblo, porque en ellas ha ganado la opción lógica del pueblo por sí mismo, por quienes lo constituyen, por los de abajo, por los oprimidos y explotados, por los excluidos y marginados, por los empobrecidos y maltratados, por los obreros y los campesinos, por los indígenas y los trabajadores informales, por las mujeres y por la comunidad LGBTTTIQ, por las víctimas inmensamente mayoritarias del heteropatriarcado, el neocolonialismo y el capitalismo. Todas y todos, excepto unos pocos integrantes auténticos de las élites, ganan con la victoria de la izquierda.
Olvidemos las traiciones que ya conocemos y que seguiremos conociendo. Por lo pronto, estamos de fiesta en América Latina. Los más han ganado.
La victoria es del pueblo, pero también del Amazonas y del resto del planeta devorado por el capital que se personifica en las élites del capitalismo. De hecho, aunque las élites no lo sepan, la victoria es igualmente para ellas, pues ellas forman parte de la humanidad, habitan en el planeta y tienen por ello intereses, necesidades y deseos íntimamente opuestos a los del capital que todo lo devasta. El único derrotado es el capital, pero únicamente ha perdido una batalla y lo más probable es que se las arregle para continuar su avance triunfal contra el pueblo, contra la humanidad y contra el planeta, incluso a través y no sólo a costa de la izquierda.